viernes, 18 de enero de 2019

Juan Mejía


Víctor Ruiz



Si alguien podía hacer que el candidato Eliseo Rubirosa llegara a la gubernatura del estado era él: Juan Mejía. Autonombrado como periodista pionero de la vieja guardia, Juan había extorsionado a cuanto político se había atravesado por su mirada y sus letras.

Por supuesto que su trabajo y trayectoria no figuraban en los manuales de ética periodística. Su nombre, tenía más un acomodo y resonancia en las Escuelas de Periodismo. Año con año, los profesores citaban ante las nuevas generaciones el caso de Juan Mejía como un ejemplo de “lo que no se debe hacer” en el mundo laboral.

De poco servían las insistentes peyorativas emitidas por los periodistas jubilados enclaustrados en un aula, pues al egresar, el 90 por ciento de los nuevos comunicadores más temprano que tarde se convertían en adeptos a la escuela “Mejista” que Juan había conformado involuntariamente.

Estos imberbes periodistas seguían al pie de la letra los consejos y acciones que hacía Juan en su vida diaria. Tomado como un ejemplo de éxito en el mundo de los medios de comunicación, los más jóvenes se convertían en torpes imitadores de su legado: sin ningún colmillo, se acercaban a los funcionarios para pedir dinero aunque no supieran explicar a cambio de qué; privilegiaban la información que tuviera de por medio un desayuno o comida; solían hacer bromas todos los días en relación a recibir “chayote”; pero sobre todo, se congregaban por las noches en el mismo bar para mezclar alcohol y cocaína.

Los que se negaban a formar parte de este círculo, ya sea por convicción moral o política, terminaban trabajando prácticamente en la clandestinidad con el respaldo de medios pequeños a los que nadie acudía. Algunos más, optaban por emigrar a otras ciudades o países en busca de algo que les dignificara la profesión, mientras que otros se asumían como vencidos por el sistema y dedicaban su vida a cualquier otra cosa que nada tuviera que ver con la prensa.

Si alguno de estos disidentes corría con suerte, su porvenir se establecía en las aulas de las universidades que tenían dentro de su plan de estudio las carreras de Periodismo y Comunicación. Sí, sin darse cuenta se convertían en descendentes mensajeros de aquellos profesores que en años anteriores habían despotricado frente a sus ojos sobre el modus operandi del llamado Cuarto Poder.

Todo esto lo sabía Eliseo Rubirosa. Y lo sabía tan bien porque él mismo había sido víctima de las artimañas de Juan Mejía. Cuando comenzó a figurar y a trascender en la política local, el periodista le siguió cada huella que dejó y como era de esperarse, no tardó en encontrar lodo en su camino.

Al inicio, la extorsión le parecía algo que tenía que ser denunciado ante las autoridades y dado a conocer a los ciudadanos. Dentro de los pocos principios que todavía resguardaba como parte de su formación dentro de los cuadros del partido, resaltaba la nula tolerancia a la injusticia. Era inadmisible, pensaba, que alguien pretendiera ponerle precio a su vida y con ello a sus escándalos.

Pero con el tiempo y los reflectores, Rubirosa entendió las ventajas que tenía esta dinámica reporteril. Una docena de notas mensuales e información manipulada por parte de Juan Mejía, permitieron que el político primero llegara a obtener una diputación, luego pasara a ser alcalde de la ciudad y tras una intensa campaña mediática a su favor, se había convertido en el primer presidente municipal en ser reelegido por la ciudadanía.

Eliseo Rubirosa era consciente que al tener a Juan Mejía de su lado la victoria electoral estaba garantizada. No es que Juan contara con grandes estrategias informativas o que trabajara para la agencia de noticias más importante del estado. La clave estaba en que, al igual que la política, dentro del gremio de reporteros y medios de comunicación no existía una oposición firme que fuera capaz de hacer un periodismo diferente al que ejercía Mejía.

Rubirosa, sabía pues, que en los próximos dos meses de campaña no sería investigado ni cuestionado sobre su pasado turbio. Su llegada a la gubernatura sería como tener un día de campo. Tanto le debía el político al viejo periodista, que en un ataque de generosidad, decidió que éste merecía más. A su llegada al poder, sin pensarlo, Juan Mejía sería nombrado su Secretario de Gobierno.


sábado, 22 de diciembre de 2018

Joe Strummer y todos los mundos


“The spirit is our gasolina…” 



Víctor Ruiz

Cuando Joe Strummer murió, la gente que lo conocía coincidió en que se trataba de una doble fatalidad. Por un lado, se iba el artista, el padre de familia, el amigo y el entrañable compañero; pero la segunda desgracia tenía un corte más individual: Joe murió cuando era más feliz.

Es sabido que tras la disolución de The Clash, Joe Strummer huyó a su querida Granada para tratar de reinventarse en un ambiente que estaba alejado de lo que supone ser una estrella de rock. Es ahí donde la parte más experimental del músico salió a flote, pues lo mismo dedicó sus energías para producirle un disco a un grupo local, que para actuar en películas o realizar la banda sonora de las mismas.

Esa etapa de transición fue confusa y a su vez dolorosa. Joe Strummer superaba ya los 40 años de edad y sin embargo tenía que seguir cargando sobre sus hombros la chamarra de piel con la que la gente lo recordaba como el vocero del punk rock que alguna vez fue.

Pero supo caminar. En esa genuina capacidad que tenía Joe para conectar mundos a través de la música, también se halló a sí mismo de nuevo. Fue cuando nació The Mescaleros, proyecto que significó en la vida del líder The Clash una segunda oportunidad de volver a ser y hacer.

En los tres discos que se le conocen a la banda, el trabajo se distingue por la variedad de ritmos y sonidos que emplearon. Lo mismo se hacía uso de percusiones latinoamericanas, que de ritmos africanos, pasando por el reggae y llegando a un atípico violín mezclado con los riffs de una guitarra. La fusión de todos elementos era una especie de Big Bang artístico que terminaba estallando en la sensibilidad de quien prestara atención.



Esta metáfora de brebaje musical bien proyecta a la perfección la idea de vida que deseaba Joe Strummer. Comprometido política y socialmente como era, su apuesta siempre fue el humanismo por encima de fronteras, lenguas y razas. Hablar de Mescaleros es hablar de muchos mundos en uno solo.
 
Alguna vez le preguntaron a Joe cuál era el mejor regalo que había recibido de parte de un fan, y sin pensarlo respondió que el hecho de que la gente se le acercara para confesarle que su música había servido de inspiración para entender y mirar de un modo distinto lo que les rodeaba. Todo un cambio de percepción.

En esas andaba Joe Strummer cuando un paro cardíaco lo sorprendió un 22 de diciembre del 2002. De seguir vivo, quién sabe cuántas ideas más podría estar aportando en este momento, justo cuando el mundo se torna álgido y se requiere de personas que lo hagan más soportable.

Por lo pronto, a 16 años de su ausencia, yo me quedo con uno de sus pensamientos: “Madurar es comenzar a tratar bien a tus semejantes”.

martes, 11 de diciembre de 2018

Colibríes de Morelos: el surrealismo en la cancha


Víctor Ruiz




Fue quizás el equipo más pintoresco que ha existido en el futbol mexicano. Al mismo tiempo, una de las franquicias que más claroscuros dejó por su paso en las canchas que visitó dentro del territorio nacional. Colibríes de Morelos fue color, garra, pasión, decepción, corrupción; pero sobre todo, un error que no se puede repetir.

A poco más de 15 años de aquella aventura que solamente duró 6 meses, Claudio Da Silva Pinto, mejor conocido como Claudinho, relata la experiencia que le dejó haber militado en lo que calificó como un “auténtico equipo de barrio”.

Incumplimiento en el pago de salarios, dificultades para entrenar, mala alimentación y la tensión generada por la responsabilidad de salvar la categoría, eran el sello de aquel equipo que jugó en el estadio “Mariano Matamoros” de Xochitepec, inmueble que se sitúa justo en medio de la nada.

“Se jugaba con mucha garra, pues aunque no cobrábamos, eso nunca llegó a trascender dentro del campo, ya que también sabíamos que si hacíamos las cosas bien se abrían las posibilidades para poder emigrar a otro club”.

El ex futbolista brasileño recuerda que fue un año de contrastes, pues originalmente la franquicia era la del Atlético Celaya, donde se encontraban jugadores como Diego Latorre, Antonio Mohamed y Jorge Jerez; sin embargo, a inicios del año 2003, el dueño Jorge Rodríguez decidió mudar el equipo a Morelos y utilizarlo para promocionar la aerolínea de la que también era propietario.

A partir de ahí, asegura Claudinho, el plantel se vino para abajo y lo que siguió fue un sufrimiento que duró 19 partidos. “Sumado a las dificultades que teníamos para cobrar, nos vimos en la necesidad de entrenar en mi casa porque no había las condiciones de un equipo de primera división”.

Si bien es sincero y reconoce que si pudiera regresar el tiempo no volvería a jugar en Colibríes, el ex delantero también nombra los aspectos positivos de aquel semestre, como es el caso de la afición, quienes partido a partido se encargaron de atiborrar las gradas y hacer sentir un clima hostil al rival.

Inclusive, hablar del descenso y posterior desaparición de Colibríes, es algo que para Claudinho se registra como una herida que no termina de cicatrizar, ya que más allá de los problemas externos, afirma que el plantel estaba comprometido con la salvación.

“Ese último partido frente a Cruz Azul fue un momento difícil, estábamos haciendo bien las cosas, pero al final lamentablemente ya dependíamos de otro resultado; fue algo confuso, del festejo pasamos a la tristeza, todo en cinco minutos”.

En ese momento, nadie imaginaba que aquella escena casi surrealista donde los jugadores (impulsados por la desinformación) daban la vuelta olímpica junto al pueblo festejando una falsa salvación, terminaría siendo el punto final de la franquicia de Colibríes.

¿Qué fue lo que quedó 15 años después?




Luego de la desaparición del club, en los medios de comunicación se comenzaron a ventilar detalles e irregularidades que rodeaban a la franquicia. El escándalo más fuerte recayó sobre el dueño Jorge Rodríguez, quien fue acusado de ser piloto privado del narcotraficante Amado Carrillo.

Claudinho afirma que nunca se le pagó los seis meses que jugó en la institución. Sin embargo, lejos de la frustración y la impotencia, ahora sonríe y más bien recuerda ese momento de su vida como una lección de la cual debe aprender el futbol mexicano.

“En Brasil es diferente, la federación de futbol y la misma asociación de futbolistas apoyan más a los jugadores, no te dejan así y te respaldan para poder demandar al club y sus socios; es algo que también debería estar pasando ya en México”.

El caso de los adeudos salariales en Colibríes fue absorbido por la Federación Mexicana de Futbol y con el tiempo mandado al olvido, ya que nunca se les notificó nada a ninguno de los futbolistas que formaron parte de aquel singular equipo. El expediente sigue abierto y con ello un episodio más de la ignominia deportiva.



viernes, 21 de septiembre de 2018

Sin Ley, 30 años después


Víctor Ruiz





No superaba los 5 metros de largo. Aquello era infernal. Sin espacio individual de por medio, al lugar no arribaron más de 100 personas, pero la sensación era la de estar apretujado en cualquier festival masivo de rock. Los 30 años de Sin Ley hicieron escala en Guanajuato, México.

¡No mames, está bien chiquito!, fue la frase que se escuchó una y otra vez al iniciar la noche. Los ingenuos que visitaban por primera vez el bar no daban crédito a lo que veían. Entre la duda, la sonrisa de “que esto debe ser una broma” y el sudor, todos trataban de acomodarse para presenciar el show literalmente cara a cara.

Sin Solución abrió el concierto al estilo ramonero y no daba tregua entre canción y canción (un, dos, tres, va…). Los de la línea de enfrente pedían a gritos una cerveza para anestesiar el calor, pero sabían que abandonar tan privilegiado lugar implicaba terminar haciendo pogo prácticamente en la puerta.

Era cuestión de estrategias. Saber posicionarse. Erika, que llevaba 16 años esperando a que Sin Ley por fin pisara tierras mexicanas, sabía que no había forma de perdérselo. Sí o sí, se las ingenió para tomar un buen lugar (aunque esto parezca una utopía tomando en cuenta las dimensiones del bar).

Sentada bajo la bocina, no hubo manera de que Erika se moviera un solo centímetro por más de dos horas. Su situación la convirtió involuntariamente en un miembro más del staff de Sin Ley. “¡Eh, le podes hablar a la chica!”, gritaba constantemente a lo lejos el ingeniero de audio para pedirle a Erika que sostuviera fuertemente la base del sonido.

¿Por qué accedió Sin Ley a tocar aquí? ¿Sabían de las condiciones del bar? Tras dos o tres intentos fallidos por venir a México, ¿por fin se habían vuelto más accesibles al momento de ser contratados? Los cinco músicos argentinos no parecían muy interesados en responder las preguntas.

Pasada la media noche, Dudú y compañía aparecieron y de inmediato se acomodaron en el escenario para montar los aspectos técnicos que faltaban. Como cualquier banda que comienza, conectaron, afinaron y se sincronizaron. Parecían felices haciéndolo.

Sin más, el afiche de Sin Ley fue colgado en la pared. Dudú se colocó los lentes oscuros y tras una breve introducción con “Raros”, el recinto retumbó con “Infractora”. Luego de 30 años arriba del escenario, pareciera que el tiempo ha sido nada, o mejor dicho: que pese a todo, esto sigue siendo punk rock.




lunes, 25 de abril de 2016

“72 horas”





Hernán Cresta




Para la Comunidad Ecológica Jardines de la Mintzita, por enseñarnos que resistir es igual a vivir.

“Muchos de los desheredados del planeta, habitantes de los países del sur, se encuentran paradójicamente en mejor posición que la nuestra ante el colapso que se avecina. ¿Por qué? Viven en pequeñas comunidades humanas, han mantenido una vida social mucho más rica que la nuestra, han preservado una relación mucho más fluida con el medio natural; son mucho más independientes de lo que somos nosotros.

Piensa en lo que puede pasar en un país como el nuestro si dejan de llegar los suministros del petróleo, todo esto de desmorona de la noche a la mañana”. (Ramón Fernández Durán)


Capítulo I

Ya habían pasado 72 horas y del fondo solamente provenía un goteo constante, un tic-tac que no cesaba y que se extendía por toda la ciudad. El ruido era una tortura que se opacaba de vez en vez, cuando alguna lejana voz aparecía por escasos segundos. No es que el goteo y el tic-tac no hubieran existido antes, siempre estuvieron ahí, pero pertenecían a esos detalles que no detectamos hasta que son lo último que nos queda.

La gente tenía pánico. En 72 horas habían dejado de ser los humanos dominantes para ser convertidos en prácticamente NADA. Y no es que hubieran perdido alguna capacidad física o su intelecto se haya desmoronado, pero hasta hace 72 horas, no creían que lo que les rodeaba fuera tan importante.
En 24 horas los robos se habían triplicado al grado de que no existía estadística que pudiera medir lo insólito. En 48 horas ya no había más mercancía que tomar y en 72 horas la Policía de la ciudad se había declarado incapaz de controlar algo para lo que nunca fueron entrenados.

Casi por instinto, en un inicio, las personas se habían declarado la guerra para tratar de acumular todo el dinero posible, pero a las pocas horas se percataron de lo inservible que era aquello por lo que habían entregado su vida por tantos años. El dinero, que hasta hace 72 horas movía el mundo, se había reducido a unos trozos de papel insignificantes que estorbaban porque ya no funcionaban para vivir.

Todo tipo de servicios ofrecidos por el Estado estaban paralizados y aunque la reacción natural hubiera sido una revuelta para conseguir una mínima atención, la realidad es que aquel ser humano superior ahora era débil, con una vida apagada y triste.

Los llamados de ayuda internacional de poco sirvieron, pues los países no mostraron interés por un sitio al cual ya no le podían sacar ningún beneficio, por lo que el siguiente paso fue desaparecer de la prensa el conflicto que tenía una ciudad que en 72 horas había sido borrada de la geografía mundial.

El apocalipsis había llegado, decían los religiosos; sin embargo, el tic-tac que no cesaba, paradójicamente anunciaba que llegaba la hora de lo que tanto se advirtió y que pocos hicieron caso: el agua se había extinguido.

Capítulo II

Se suele decir que todo tiempo pasado fue mejor. La nostalgia, el recuerdo y lo que ya no puede volver a ser, hace creer a las personas que el presente no merece siquiera tener un gramo de comparación con lo que vivieron hace tan solo algunos años (horas). Cuando el agua era algo insignificante, o al menos eso creían, las vidas transcurrían entre el placer, los proyectos y las ambiciones a futuro, un futuro que era inimaginable que pudiera ser detenido repentinamente.

El grueso de la población, perteneciente a la clase trabajadora de la ciudad, vivía y se esforzaba día a día para negarse esa condición. Entre deudas adquiridas con todo tipo de instituciones bancarias, lujos superficiales proyectados en sus televisores, vicios que exhibían durante los fines de semana y una vida alejada de cualquier tipo de conflicto social, los seres humanos de este lugar caminaban aparentemente satisfechos, aunque siempre incompletos.

Más abajo, existían aquellos que en realidad no existían, ni siquiera para la propia clase trabajadora de la ciudad. Restringidos en su derecho de comer, vestir y vivir, eran despreciados por la mayoría y muchos anhelaban que fueran exterminados sin que quedara rastro alguno de sus cuerpos.

Para los de arriba; es decir, para los que dictaminaban el engranaje de la ciudad, el actuar de todos estos sectores no representaba ningún peligro, sino al contrario, todos ellos se sometían voluntariamente al juego que los poderosos establecían y que hacía que la rueda, su rueda, continuara girando vorazmente sobre la vida de cada uno de los habitantes de la ciudad.

En nombre del “progreso”, los de arriba engañaban, explotaban, actuaban, despojaban, decidían, imponían, humillaban y asesinaban; todo esto cuantas veces quisieran. Ocultados en los gobiernos de turno, este selecto grupo que nadie conocía, ofrecía falsos caminos a la modernidad, empleos de condiciones y salarios precarios, viviendas que no tenían monto final a pagar y vendían una supuesta felicidad.

Acaparados y enfermos de poder, los de arriba no se conformaban con hacer de la ciudad su propiedad, sino que expandían sus inversiones a las pocas zonas donde todavía se tenían recursos naturales, donde la vida seguía siendo  lo más importante. No actuaban solos, los medios de comunicación eran sus mejores aliados. Cada mañana, la prensa se encargaba de filtrar en el pensamiento de su auditorio las supuestas bondades del “progreso”, pero al mismo tiempo, provocaban en el espectador el sentimiento de odio sobre aquéllos que se atrevieran a pensar lo contrario.

Capítulo III

“Pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe”
(“El sur también existe”, Mario Benedetti)

La comunidad es lo más importante. Las decisiones se toman en conjunto, sin imposición y sin líderes de por medio. Aquí, al sur de la ciudad, el hablar es tan importante como el escuchar. Así, de a poco van construyendo otro camino, hablando-escuchando, pero no solamente entre ellos, sino también con la Madre Tierra.

El agua es la vida, dicen en cada oportunidad. Por ello, cuidan con amor y respeto aquel manantial que les dota de vida. Lo mantienen limpio, lo aprecian y lo defienden. Pero no solo eso, también difunden mensaje tan importante a cuantas personas se acerquen a ellos. Hablan sobre lo infuncional que sería este mundo sin agua, ejemplifican, muestran y enseñan que su protección es posible.

Resisten, viven. Alejados de los yugos del capitalismo, practican el trueque e invitan a los demás a que el dinero no los encadene. Otro mundo sí es posible, aseguran. Siembran y cosechan sus alimentos, siempre respetando a la Madre Tierra que los ha adoptado con ternura y cariño.

Trabajan en colectivo y en colectivo se dedican a conocerse. Pasan horas mirándose, como lo hacían nuestros antepasados. Piensan, reflexionan, analizan y discuten el mundo que les rodea. Proponen y a partir de ahí comienzan a construir.

Los niños de la comunidad van aprendiendo y se forman valores como la solidaridad, pero también se divierten con los talleres de pintura, de música, de baile y todo aquello que les despierta su imaginación y su creatividad. “¡Aquí somos muchos!”, les dicen a sus padres cuando éstos se desaniman.  

Sin embargo la comunidad sufre de hostigamiento, los pretenden despojar y convertir en mercancía. Pero resisten, una y otra vez. El enemigo insiste, pero a la comunidad se le van agregando más brazos y más corazones. El enemigo ya no sabe cómo hacer, por eso los calumnian y los fichan como personas peligrosas; pero nada de eso funciona, el otro mundo ya está caminando.

Ante la hecatombe que se vive en la ciudad, a la comunidad la Madre Tierra los ha respetado, les sigue dando resguardo como a uno más de sus hijos. En la comunidad no hay caos, sino orden y armonía. El agua sigue fluyendo como la vida misma.

Capítulo IV

El plan es siniestro: han decidido que llegarán al manantial, el único punto con vida (agua) todavía, para despojar a la comunidad que lo resguarda; posteriormente, el grupo selecto procederá a privatizarlo y cobrará altas tarifas a los habitantes de la ciudad para que puedan tener una ración mínima de agua mensualmente.

Es la última oportunidad que tienen ante la agonía que viven. Pretenden adueñarse del agua y así recuperar su posición económica. Para lograrlo, han conformado proyectos de desarrollo que se consolidan a través de los gobiernos que están a su disposición.

Pero la ambición no tiene límites. Sin ningún tipo de tapujo, han expresado sus intenciones de hacer de esta zona un lugar turístico, lleno de cabañas, lanchas, tirolesas, juegos mecánicos y restaurantes de primer nivel.

Ante la población se han autonombrando como los salvadores, como la única opción que existe para salir de este caos que reina en la ciudad.  De a poco, trabajan en la percepción de la gente y les hacen creer que existe una comunidad en el sur que se está oponiendo al progreso de la humanidad.

Han hecho llamar a las pocas fuerzas policiales que sobreviven en la ciudad. A los medios de comunicación, ya les han indicado el guion que deben seguir durante los noticieros. La acción pretende ser llevada por la noche, cuando el fascismo y la represión muestran más cómodamente sus garras. La maquinaria se encuentra lista para comenzar a excavar cuanta tierra sea necesaria, pero…

Capítulo V

Los pobladores han dejado de temer y lo que hace días era una tortura, se ha convertido en un llamado de esperanza. Tuvieron que tocar fondo para volver a mirarse y reconocerse, como no lo hacían desde hace tiempo.

No todo estaba perdido, los habitantes de la ciudad se dieron cuenta que podían/sabían organizarse. Desde cero, están aprendiendo a vivir con humildad y erradicando las diferencias sociales. Mano a mano comienzan a reconstruir su ciudad, a renacer en sus vidas.

En este camino, se encontraron con la comunidad del sur, de la que hasta hace no mucho no sabían nada. De ellos aprendieron a valorar al ser humano sobre lo material y la comunidad aprendió de la valentía que tenían todas estas personas para iniciar otro camino, lejos de las etiquetas que los habían acompañado durante sus vidas.

La ciudad ha vuelto a ser un espacio donde predomina la razón y el miedo se va esparciendo con los recuerdos de un pasado lleno de soledad. Al amanecer, los habitantes se organizan y acuden al manantial para cuidarlo junto a la comunidad. Son faenas inusuales que agilizan la limpia del manto acuífero. Lo que antes se realizaba en un día entero, ahora en dos horas estaba concluido; esto permite un mayor tiempo para la convivencia y la realización de diversas actividades.

Capítulo VI

Cerca de la media noche, el pelotón de elementos policiacos armados de fusiles comenzó a avanzar por la carretera. A sus espaldas, cinco maquinarias les seguían a paso lento. Un poco más atrás, un par de automóviles de lujo y con vidrios polarizados mantenían una distancia prudente.

Los policías caminaban confundidos, pues aunque era evidente que no había más presencia humana que la de ellos, el goteo no cesaba y se intensificaba a cada paso que daban. La orden había sido no dar un paso atrás sin importar lo que tuvieran enfrente, pero más de alguno pensó en claudicar a mitad del trayecto.

La operación estaba planificada para que no tuviera una duración de más de una hora. Si encontraban oposición, la indicación era clara: asesinen sin tregua. En la recta final antes de llegar al manantial, los policías y los hombres que conducían las maquinarias fueron presos de un frío terrible, como si estuvieran ingresando a una zona congelada.

El goteo se presentaba como algo ensordecedor y ya sea por el frío o por el miedo, los policías comenzaron a tambalearse al grado de que les resultaba sumamente difícil mantenerse firmes. “¡Avancen, avancen!”, gritaba el comandante a sus elementos, pero éstos eran incapaces de sostener un ritmo decente y  propio de un cuerpo de seguridad adiestrado.

Cuando por fin dieron con el manantial, la sorpresa fue mayúscula. Algunos elementos arrojaron sus armas al suelo, otros se derrumbaron sobre la tierra para quedar inmóviles y unos más intentaron huir inútilmente.

Ante sus ojos, el goteo inacabable se había convertido en un inmenso río. Eran miles de gotas congregadas, resistiendo. El comandante quiso pelear, pero la fuerza de las aguas lo derribó inmediatamente sin oportunidad de recuperarse.

Atónitos, todos observaron lo que sus retinas no terminaban de comprender: el río comenzó a desplazarse sobre ellos, sin esfuerzo. Las gotas que en un inicio eran lejanas, ahora eran un potente río que se dirigía hacia la ciudad. Era la vida venciendo a la muerte.


¡Salud!