viernes, 18 de enero de 2019

Juan Mejía


Víctor Ruiz



Si alguien podía hacer que el candidato Eliseo Rubirosa llegara a la gubernatura del estado era él: Juan Mejía. Autonombrado como periodista pionero de la vieja guardia, Juan había extorsionado a cuanto político se había atravesado por su mirada y sus letras.

Por supuesto que su trabajo y trayectoria no figuraban en los manuales de ética periodística. Su nombre, tenía más un acomodo y resonancia en las Escuelas de Periodismo. Año con año, los profesores citaban ante las nuevas generaciones el caso de Juan Mejía como un ejemplo de “lo que no se debe hacer” en el mundo laboral.

De poco servían las insistentes peyorativas emitidas por los periodistas jubilados enclaustrados en un aula, pues al egresar, el 90 por ciento de los nuevos comunicadores más temprano que tarde se convertían en adeptos a la escuela “Mejista” que Juan había conformado involuntariamente.

Estos imberbes periodistas seguían al pie de la letra los consejos y acciones que hacía Juan en su vida diaria. Tomado como un ejemplo de éxito en el mundo de los medios de comunicación, los más jóvenes se convertían en torpes imitadores de su legado: sin ningún colmillo, se acercaban a los funcionarios para pedir dinero aunque no supieran explicar a cambio de qué; privilegiaban la información que tuviera de por medio un desayuno o comida; solían hacer bromas todos los días en relación a recibir “chayote”; pero sobre todo, se congregaban por las noches en el mismo bar para mezclar alcohol y cocaína.

Los que se negaban a formar parte de este círculo, ya sea por convicción moral o política, terminaban trabajando prácticamente en la clandestinidad con el respaldo de medios pequeños a los que nadie acudía. Algunos más, optaban por emigrar a otras ciudades o países en busca de algo que les dignificara la profesión, mientras que otros se asumían como vencidos por el sistema y dedicaban su vida a cualquier otra cosa que nada tuviera que ver con la prensa.

Si alguno de estos disidentes corría con suerte, su porvenir se establecía en las aulas de las universidades que tenían dentro de su plan de estudio las carreras de Periodismo y Comunicación. Sí, sin darse cuenta se convertían en descendentes mensajeros de aquellos profesores que en años anteriores habían despotricado frente a sus ojos sobre el modus operandi del llamado Cuarto Poder.

Todo esto lo sabía Eliseo Rubirosa. Y lo sabía tan bien porque él mismo había sido víctima de las artimañas de Juan Mejía. Cuando comenzó a figurar y a trascender en la política local, el periodista le siguió cada huella que dejó y como era de esperarse, no tardó en encontrar lodo en su camino.

Al inicio, la extorsión le parecía algo que tenía que ser denunciado ante las autoridades y dado a conocer a los ciudadanos. Dentro de los pocos principios que todavía resguardaba como parte de su formación dentro de los cuadros del partido, resaltaba la nula tolerancia a la injusticia. Era inadmisible, pensaba, que alguien pretendiera ponerle precio a su vida y con ello a sus escándalos.

Pero con el tiempo y los reflectores, Rubirosa entendió las ventajas que tenía esta dinámica reporteril. Una docena de notas mensuales e información manipulada por parte de Juan Mejía, permitieron que el político primero llegara a obtener una diputación, luego pasara a ser alcalde de la ciudad y tras una intensa campaña mediática a su favor, se había convertido en el primer presidente municipal en ser reelegido por la ciudadanía.

Eliseo Rubirosa era consciente que al tener a Juan Mejía de su lado la victoria electoral estaba garantizada. No es que Juan contara con grandes estrategias informativas o que trabajara para la agencia de noticias más importante del estado. La clave estaba en que, al igual que la política, dentro del gremio de reporteros y medios de comunicación no existía una oposición firme que fuera capaz de hacer un periodismo diferente al que ejercía Mejía.

Rubirosa, sabía pues, que en los próximos dos meses de campaña no sería investigado ni cuestionado sobre su pasado turbio. Su llegada a la gubernatura sería como tener un día de campo. Tanto le debía el político al viejo periodista, que en un ataque de generosidad, decidió que éste merecía más. A su llegada al poder, sin pensarlo, Juan Mejía sería nombrado su Secretario de Gobierno.