sábado, 19 de julio de 2014

“El periodista combativo”


Víctor Ruiz


¿Quién dijo que ser periodista combativo era fácil? Yo no soy periodista, pero me imagino esa ardua labor de contenerte a todo momento. Cuántas veces el periodista combativo  no resiste las ganas de escupir o mentarle la madre al político/funcionario en turno. Yo diría que a diario. Pero es así, el periodista combativo tiene que fingir cada mañana al llegar con sus colegas. Se trata de saludar y sonreír aparentando que perteneces al grupo. Nada de ideologías o planes guerrilleros, cualquier error podría levantar sospechas ante el colectivo. Dicho en otras palabras, se tiene que llevar una doble vida: por las mañanas aparentar que eres como ellos, pasar desapercibido mientras actúas que persigues la nota y hacer creer que nada te importa más en el mundo que escuchar la declaración del gobernador; por las noches, hablas de revolución, de sus pasos graduales y justificas el por qué a este sistema se le debe hundir (con todo y sus periodistas, claro está).

Pero hay una cosa todavía peor para el periodista combativo: las protestas. Nada le causa más frustración e impotencia que hallarse en medio de ambas partes. Ni con los policías ni con los inconformes. El periodista es tan gris que siempre pretende estar en medio de todo. Al final, lo único que consigue es estorbar  y generar informaciones distorsionadas a través de las frases más insulsas, antiguas y dañinas: “¡Un grupo de desadaptados sociales!”, “¡Pseudo estudiantes agredieron a la policía!”, “¡Otra vez los maestros secuestraron la ciudad!”. El periodista combativo, en cambio, sabe bien que su lugar no es en las plumas baratas, sino atrás de la barricada, justo donde las manos hacen de las piedras un mecanismo de defensa.

No suficiente con todo esto, el periodista combativo tiene que soportar ver a sus compañeros convertidos en auténticos héroes sociales, siempre dispuestos a ofrecer su caridad a los que menos tienen. Convencidos de que fueron elegidos por entes celestiales, los periodistas salen en busca de la tragedia para asegurarse que la miseria de los otros salga perfectamente a cuadro. Una lagrimita por acá, un poco de suciedad en el rostro del niño y de fondo una casa de cartón que con trabajos pueda sostenerse. Ahora sí: 3, 2, 1… ¡Estamos al aire! Claro que el efecto  caritativo solamente dura tres minutos, pues agregarle más tiempo a la nota resultaría cansado para el televidente.

Ya sé, ya sé, algunos de ustedes me dirá que los periodistas también defienden sus derechos, que inclusive han marchado gritando todos juntos “¡Sí a la libertad de expresión!”. Sólo hay un detalle que obviaron los tan comprometidos agentes de la información: antes que cualquier otra cosa, se debe velar por la libertad individual de pensamiento y de elección. Y a no ser que sean masoquistas, no creo que hayan optado gustosamente por los salarios bajos, los contratos (si es que los hay) eventuales, la ausencia de servicios de salud y vivienda, y por supuesto las excesivas horas de trabajo. Si no eligieron todo esto, seguramente la indignación está desviada.


El periodista combativo es una especie en extinción. Dicen que hace siglos, cuando las revoluciones vivían en las mentes y los corazones de las personas, había un grupo que combatía con las plumas y el papel. Esos personajes, cuentan, jamás se codeaban con el poder. Relatan, que muy al contrario de lo que sucede ahora, los periodistas combativos caminaban junto a los oprimidos. Nunca al frente y nunca atrás. Siempre a un costado, tal como lo dicta la buena amiga llamada “Solidaridad”.

viernes, 28 de marzo de 2014

"Diario de una huelga"

Víctor Ruiz.




Nunca había sido tan sencillo cruzar la avenida Francisco J. Múgica. No hay murmullos ni pasos acelerados. Las combis de la ruta amarilla están en fila, pero ahora no tienen prisa en que les den salida. Van solamente dos días de huelga en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), pero para ellos ha sido toda una eternidad.


"¡Uy!, nosotros vivimos de ellos", me dice el checador de combis. No se mira triste ni tampoco se lo toma con humor, es simple y mera resignación. "Todo Morelia ha de estar igual", comenta como una forma de autoconsuelo.


Y es que parar las actividades dentro de Ciudad Universitaria es también condenar a los de afuera, a los que cuando llegan a sentir la ausencia de estudiantes, también visualizan las mínimas ganancias en el día.


¿Qué tanto ha disminuido sus ventas?, le pregunto a los encargados del local de copias, ese que se encuentra enfrente de CU y que casi nunca se ve solo. "Pues...todo" me responde mientras ríe nerviosamente y se dedica a mirar el televisor.


Ante el aburrimiento, todos han decidido invertir el tiempo en lo que casi nunca hacen. Por allá, a lo lejos, se le mira al chofer de combi leyendo de pies a cabeza el periódico. Va en la sección de economía y se está reservando las policíacas para cuando queden escasos minutos de la jornada laboral. Del otro lado, el camionero de la ruta "Panteón", por fin se decidió a lavar ese motor que está más negro que la noche, y que seguramente ni en cinco huelgas terminaría de limpiar.


"¡Todo está muerto!", me comenta mientras a la par corta la fruta. Lo hace en pequeñas proporciones y ni siquiera tiene todos los ingredientes que acostumbra. Se dedica a la venta de gazpachos y asegura que es de las consentidas de los estudiantes, pero hoy, me dice, no tiene sentido desperdiciar la fruta.


No salen las cuentas. Las arcas de la universidad están paralizadas, tampoco hay ganancias para los comerciantes que normalmente se encuentran dentro de la universidad, ni para los cumbieros que gritan más por compromiso: "¡La 04 para el centro!". La huelga afecta a propios y extraños.


Los taxistas no figuran. Las máquinas copiadoras descansaron. El refrigerador del bar está en su nivel más bajo. Al local de las tortas, por primera vez le sobra milanesa a eso de la una de la tarde. Las cubetas de los lavacoches no tienen agua. Hoy... no salen las cuentas.


"¡Sale, chulo!", le grita el checador al de la unidad 54. El chofer mira con fastidio y no le queda de otra que acelerar. Lo hace despacio, como si bajando la velocidad fuesen aparecer los pasajeros de la nada. Pero no, se encamina hacia la calle Cuautla sin un solo pasajero. La gasolina está muy cara y hoy, en el diario de una huelga, no salen las cuentas para nadie.

martes, 4 de marzo de 2014

“Primer día de trabajo”

Víctor Ruiz.

Fotografía: Walter Carvalho


Ese martes, por fin, Manuel iba a matar a alguien. Cumplió 12 años y oficialmente ya podía debutar como sicario profesional. Lleva en la espalda su R15 y desde hoy, tendrá que poner en práctica lo que aprendió desde los 8 años.

Desde que tiene memoria, su padre le dijo que aquí, en el campo, no había ninguna oportunidad. Le advirtió, desde temprana edad, que a la escuela no iba a poder ir. Manuel no sabe leer ni escribir, pero ahora maneja las armas como si fuera un militar consolidado.

A su padre ya lo mataron hace tiempo, pero Manuel nunca claudicó, siempre supo que tenía/debía seguir el mismo camino, pues aquí en el pueblo no hay otra forma de vivir.

Su madre no se opone, es más, ve en Manuel la figura del hombre de la casa. Ahora tiene la responsabilidad de velar por ella y sus dos hermanos, ambos más chicos. Cuando era más pequeño, Manuel solía escuchar por horas los sonidos de la naturaleza. Siempre decía que él quería ser músico. A papá le pidió en más de una ocasión una guitarra, pero la respuesta siempre fue un “no”. Olvídate de ello, le decía cruelmente sin mirarlo, “que no ves que no tenemos ni para comer” remataba para eliminar cualquier mínima ilusión.

Al entrar al cartel del crimen organizado, Manuel recibió lecciones de frialdad. No mirar, no escuchar, no sentir y no llorar. Estos principios le fueron repetidos cada día de su vida. Le estaba totalmente prohibido mostrar lástima o empatía con alguien. “Son signos de debilidad”, le decían.

Los entrenamientos comenzaban a eso de las 6 de la mañana y terminaban cerca de la media noche. En un principio, Manuel solamente se dedicaba a observar. No perdía nunca detalle de nada y siempre mostró más avance que sus compañeros, quien sabe si por gusto o porque sentía la necesidad de tener una vida diferente.

Era un tipo callado, tímido y misterioso. Sus compañeros sabían muy pocas cosas de él. No tenía amigos y tampoco estaba interesado en hacerlos. Los ratos libres los utilizaba para practicar, y si no lograba la perfección, se reprochaba a él mismo.

La primera vez que agarró un arma no experimentó miedo, pero tampoco satisfacción. Simplemente jaló el gatillo y comenzó a disparar al aire libre. Desde ese momento, se convirtió en el favorito de los jefes. “Tienes potencial” le decían a cada rato.

Por momentos, Manuel recordaba su gusto por la música, sobre todo en las pocas festividades que realizaban en el pueblo. Un día se atrevió a imaginar cómo sería su vida si hubiese logrado tener esa guitarra; pero la fantasía sólo le duró unos segundos. Hacía mucho tiempo que Manuel reprimía sus sentimientos. Era un robot de carne y hueso.

Por las tardes, el comando dedicaba a enseñar a los niños cómo escapar de los militares. “La mayoría de ellos están coludidos con nosotros o comprados, pero no sobran las medidas de prevención” instruían a los chicos que tomaban apuntes.

Con el tiempo, Manuel se enteró que ellos y los militares no eran tan diferentes. Ambos mataban a sangre fría, sólo que cada quien cuidaba sus propios intereses. A esta altura no se cuestionaba o no discernía entre lo bueno y lo malo. La conciencia pasó a ser una palabra más y la moral se perdió entre la tortura, la sangre y todo aquello que sus retinas no pudieron borrar.

Hoy Manuel comienza su carrera profesional. No se le nota nervioso ni preocupado. Está ansioso porque sabe que a partir de hoy la paga mejorará. La cita es a la media noche, justo cuando se cree que llega la calma. Arribará a la parte alta de la montaña, ahí lo mirará a los ojos sin preguntar nada y no se asegurará de saber si es culpable o inocente. Apuntará sin prisa, directamente a la frente. Jalará el gatillo y su trabajo estará completo. A partir de hoy, el único sonido que escuchará Manuel, es el del silbido de las balas.

sábado, 18 de enero de 2014

“Dicen que en el sur…”





Víctor Ruiz.


 “…Sueña Antonio con que la tierra que trabaja le
pertenece, sueña que su sudor es pagado con
justicia y verdad, sueña que hay escuela para curar
la ignorancia y medicina para espantar la muerte,
sueña que su casa se ilumina y su mesa se llena…
Sueña que debe luchar para tener ese sueño,
sueña que debe haber muerto para que haya vida.
Sueña Antonio y despierta… ahora sabe qué
hacer y ve a su mujer en cuclillas atizar el fogón,
oye a su hijo llorar, mira el sol saludando al oriente,
y afila su machete mientras sonríe. Un viento se levanta
y todo lo revuelve, él se levanta y camina a encontrarse
con otros. Algo le ha dicho que su deseo es deseo de muchos
y va a buscarlos… Ya llega la hora de despertar”. 

***
-¡Uy!, eso fue hace 20 años- me dice el taxista cuando le pido que me lleve al CIDECI. Estoy en San Cristóbal de las Casas y me dirijo a la escuelita zapatista.

-¿Y cómo fue ese día?- le pregunto para que no se quede con las ganas de contar la historia.

-Nadie lo esperábamos. Bajaron y destruyeron el IMSS, en palacio municipal los policías se escondieron y quemaron todos los archivos que había en las oficinas. Eso sí, con los civiles no se metían.

-¿Y Marcos?

-Ahí lo conocimos. Era un tipo muy serio pero muy concreto a la hora de hablar.

-¿Qué pasó en Ocosingo?- agrego la pregunta para comprobar que el taxista sabe la cronología de principio a fin.

-Ahí se escucharon las primeras balas. Hubo muchos muertos, dicen que tractores recogían a los cuerpos para depositarlos en fosas. ¡Imagínate! Murió gente que no tenía nada que ver con los zapatistas. Los militares dispararon a quien fuera. Ésa es la diferencia: el gobierno tira contra todos, los zapatistas no.

***
El camino está lleno de curvas y neblina entre montañas. Se recorren tantos pueblos que se pierde la cuenta, de repente parece que esto es interminable hasta que pasan más de siete horas y por fin se lee el ya tan famoso letrero de bienvenida: “Está usted entrando a territorio zapatista. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”.

Es el caracol Roberto Barrios, el quinto, “El que habla para todos”. No es el más sonado, tampoco es muy mencionado y por supuesto no es el que tiene los mayores avances dentro de la organización; pero desde el norte de Chiapas, sigue resistiendo y creciendo, así, como la fórmula lo indica.

-Compas, por aquí el registro- nos recibe un encapuchado mientras nos lleva a la mesa donde firmaremos nuestro ingreso.

Desde ese momento y hasta el último día, la palabra compa fue una constante. Todos éramos compas. Los niños aprendían primero a identificar al compa antes que a decir “mamá”.
Entre muros donde figuran las imágenes del Sub Marcos, Fidel Castro y el Che Guevara, los guardianes o votán, esperan atentos a que les designen un alumno, un compa que cuidarán por una semana.

-Tu guardián es el compa “Famoso”- me indican y veo acercarse a un sujeto regordete de no más de 1.60 de estatura.

-Mucho gusto- le digo mientras estiro la mano, pero me deja con el brazo extendido y me da un abrazo como si fuera un pariente al que tiene muchos años sin ver. – ¡Bienvenido, compa!- me dice y, desde ese momento, no se separa de mí.

Tenemos que esperar un lapso para poder partir al pueblo designado. El compa Famoso en ese tiempo me habla de sus conocimientos de la tierra, de las cosas que se producen en su pueblo y de los fertilizantes que ellos mismos crean.

-¿Y en tu tierra qué se produce?- me pregunta ignorando totalmente qué es y dónde está Morelia, Michoacán.

Lo moralmente correcto sería haber dicho la verdad: producimos miseria, egoísmo, carteles de droga, violencia, bombas y represión. –Nada. Las tierras no son muy buenas- opté por mentir.

Por fin, después de una hora, nos llaman para abordar de nuevo la camioneta. El destino es el pueblo Rumania, cuenta con aproximadamente mil habitantes y pertenece al municipio de El Trabajo. Tiempo estimado de viaje: 40 minutos. Condiciones: frío, lluvia, curvas, neblina y mucha… demasiada noche.

***
Son indígenas choles. Descienden de la cultura maya y se les mira resistiendo los embates de la globalización por los Altos de Chiapas, en Tabasco y Guatemala. Ya esperaban nuestra llegada y nos han recibido con litros de café, arroz, frijol y tortillas de maíz. Todo producido por ellos mismos. Antes de macharnos los alumnos con nuestras respectivas familias, nos han ofrecido una cena en colectivo a la que le prosiguió el lavado de trastes de la misma forma. Un gran lavadero para que cada quien enjabonara y tallara lo que ensució. El zapatismo se ha propuesto erradicar el machismo desde sus inicios y la mejoría es apreciable en un simple detalle: aquí la mujer ya no tiene la obligación de pasar horas entre montañas de platos.

La ley Revolucionaria de Mujeres consta de diez puntos con una propuesta de ampliación a 33  más. Ha sido implementada en los cinco caracoles zapatistas y destacan incisos como el que permite a la mujer involucrarse en la organización política del movimiento, el derecho a trabajar, a decidir el número de hijos que desea tener (si es que quiere alguno), la libertad de elegir la pareja que más le convenza, entre otros. Cualquiera, en otra geografía y calendario, pensaría que estos acuerdos no tienen nada de extraordinario, pero en lugares donde antes la mujer no podía/debía levantar la mirada, son avances absolutos del reivindicamiento de su posición en un sistema patriarcal.

-¿Le ayudo con su maleta, compa?- me pregunta el compa Mauricio mientras vamos cuesta arriba.

Mauricio inspira confianza desde el primer momento. Su mirada no contiene malicia, sonríe no por compromiso, cada gesto suyo denota sinceridad. Es el padre de Domingo de 8 años, Ana de 5 y Lucio de 3. A un costado camina Anabel, su compañera de vida.

Anabel es toda amabilidad, no rebasa los 35 años y, junto a Mauricio, hacen una pareja envidiable.  

-No, yo la llevo- contesto más por pena que por las ganas de seguir cargando la estorbosa maleta.

Después de esquivar piedras y charcos, llegamos a la casa que se encuentra en la parte alta del pueblo. Ahí ya nos esperaba Paula, la madre del compa Mauricio y fundadora de Rumania hace aproximadamente unos 70 años. Se le mira fuerte, camina descalza y sus signos de vejez en el rostro en nada se parecen a la juventud de su espíritu. No habla español, pero me sonríe cada que puede.

La casa consta de un cuarto único y amplio; no tiene muebles, pero sí mucho espacio para que los niños jueguen todo el día. Por fuera y, al aire libre, está la cocina, casi enseguida se ve la parcela de Mauricio donde produce los alimentos de cada día y muy al fondo de las hierbas se encuentra la letrina.

-¿Traes en qué dormir?- pregunta Mauricio mientras acomoda las colchas en el suelo y Famoso ronca ya encima de su hamaca.

-No, sólo una cobija- respondí preocupado ante el temor de posiblemente dormir sentado.

-Vente para acá- dijo a la vez que me hacía un espacio.

Esa noche dormí junto a seis personas. En colectivo, como había sido desde un principio.

***
-¿En qué se nota más el avance dentro de las comunidades zapatistas?- le tomo por sorpresa con la pregunta al compa Mauricio que recién llega de cortar leña.

-En la educación…- hace una pausa para pensar bien la respuesta y después prosigue- Antes los niños tenían una calificación alta pero no aprendían nada, y ahora que nosotros estamos en resistencia, pues no dependemos del gobierno;  existen promotores de educación que se preparan aquí mismo y son los que enseñan a los niños.

Las escuelas autónomas zapatistas comenzaron desde 1996, en el caracol Oventik, que es la zona más avanzada dentro de las comunidades. Lejos de los programas oficiales de la Secretaría de Educación Pública, han implementado un sistema de estudio donde se han erradicado las calificaciones y los exámenes.

Domingo es el único hijo de Mauricio y Anabel que por ahora va a la escuela. Me cuenta que las materias que lleva son “Lenguas”, “Historia”, “Matemáticas”, “Vida y medio ambiente” e “Integración”, en ésta última se les habla a los niños sobre las 13 demandas de los pueblos zapatistas: techo, tierra, trabajo, salud, alimentación, educación, independencia, democracia, libertad, justicia, cultura, información y paz.

Son tres niveles los que conforman el curso primario y no se tiene un límite de tiempo en cada uno. Se ingresa al siguiente nivel hasta que los promotores de educación están seguros de que los niños han adquirido los conocimientos para poder llevarlos a la práctica.

Lejos de pensar que la organización zapatista va perdiendo fuerza, el compa Mauricio asegura que es al revés. Su pensar tiene validez. En las comunidades indígenas donde se ha logrado que los mayores tomaran conciencia de que el camino es la solidaridad y la forma de organizarse tiene que ser de manera horizontal, los niños que van siendo educados bajo estos valores, tomarán las riendas del movimiento en un  futuro con una mayor preparación intelectual y moral de la que existe ahora. La explicación es sencilla: mientras la opinión pública señala al zapatismo de silenciosos, ellos responden trabajando.

-¿Cómo te imaginas todo esto en diez años?- le cuestiono a Mauricio, quien ve jugar a sus tres niños en el amplio cuarto.

-Pues…imagino a mis hijos gobernándose a ellos mismos- responde con un toque de orgullo.

***
De geografías y calendarios

No figura el 6 de enero. Domingo, Ana y Lucio no mencionan algo al respecto. No les interesa y piensan el día como uno más de juegos. Ana infla y desinfla un globo rojo. Jamás le hace un amarre porque se correría el riesgo de que reviente. Domingo pastorea durante el día, pero por la tarde se da el lujo de jugar con un balón ponchado de los Pumas; mientras que Lucio se cuelga una mochila en las espaldas y juega a ser un gran escalador de montañas. En esta geografía y calendario, Mauricio y Anabel no se les nota preocupados por conseguir juguetes, tampoco se sienten decepcionados o tristes por haber incumplido al convencionalismo católico y nacional.

-Si quisiera alguien de fuera venir a vivir aquí, ¿lo aceptarían?- dirijo la pregunta a Famoso y Mauricio, quienes se muestran preocupados de que no me quede con una sola duda.

-¡Uy!...¡No!- responde tajantemente Famoso.

-Lo que pasa es que sería muy difícil, no lo entenderían. Vendrían de otros lados, de comodidades diferentes… solamente entrarían a sufrir. – complementa Mauricio.

-Esto no es un arma de juego, es un arma de resistencia- finaliza contundentemente Famoso.

En esta geografía y calendario no importa nada tu posición económica. Aquí no se sabe de los avances tecnológicos, ni de celulares y mucho menos de la variedad de marcas para vestir. Piensan y se preocupan por vivir. Hablan de las tierras, cuentan anécdotas, ríen, cantan a capela, juegan y duermen temprano para levantarse a las seis de la mañana.

Desde hace 20 años o más, viven bajo los conceptos de dignidad, justicia, libertad, igualdad, autonomía y resistencia. Son palabras llevadas a la vida diaria. En esta geografía y calendario han aumentado el nivel de vida, ése que nada tiene que ver con tener o consumir más.

Un camino nuevo, una aventura es la que han creado, una donde el salvaje capitalismo no tiene derecho de acceso. Y nosotros, que somos de otras geografías y calendarios, fuimos recibidos como unos compas más. Nos hemos mirado y reconocido mutuamente. Ahora sabemos que todo es posible.

***
Los tres litros de pozol que ha preparado la compa Anabel se alistan para refrescarnos en el andar hacia los colectivos. –Vamos a caminar mucho- me ha advertido.

El criadero de puercos, la tienda de abarrotes, la milpa y la panadería son las actividades grupales que tiene el pueblo de Rumania. Colaboran todos y todas. Las ganancias estrictamente supervisadas son en beneficio de cada uno de los zapatistas.

Mauricio cuenta con criaderos de guajolotes y cerdos, además de su parcela donde produce maíz, frijol y cebollas. Aparentemente no tendría necesidad de aportar su mano de obra a las actividades colectivas, pero sus acciones solamente se pueden explicar bajo las normas de eso que llaman solidaridad.

En un pueblo donde un sector ha sido tentado por las migajas gubernamentales o partidistas, los colectivos simbolizan la resistencia económica que el capital no ha podido derribar. “Cuando un pueblo está unido y organizado no hay nada que lo pueda exterminar”, había dicho en algún momento el compa Famoso, que repetía en diferentes ocasiones que la autonomía es el único camino que tenemos.

Los senderos, dentro de la montaña, van desde ríos, puentes de piedra, subidas prolongadas y bajadas peligrosas. Todo esto se acompaña de la vegetación tan característica del estado de Chiapas. Las casas tienen techos de palmeras y según cuenta Mauricio, llegan a durar hasta diez años si están bien acomodadas. El contacto con la naturaleza y la vida es parte fundamental de la cultura indígena. Todos los paisajes son propios de aquellas novelas de utopía, sólo que aquí más reales.

-No te vayas a caer- me advierte Famoso a cada tramo resbaloso por la lluvia.

No hay un solo pedazo que esté pavimentado. Si hace 20 años el progreso en los servicios básicos era nulo, ahora resultaría impensable siendo zapatistas. Pero no les preocupa, en realidad no aceptarían ningún ofrecimiento del gobierno federal o estatal.

Criadero de puercos
“El criadero colectivo de puercos nos deja un buen recurso porque cuando ya están grandes se venden a buen precio. Las y los compañeros trabajan para mantenerlo y cuidar a los animales, luego nos vamos alternando esta función para que a todos nos toque en algún momento hacernos responsables”. (Compañeros y compañeras responsables del criadero)

Tienda de abarrotes
“Tenemos muy poco productos, en la semana se logra juntar poco dinerito y a veces no alcanza para surtir de nuevo la tienda, pero la cosa no es desanimarse. Vienen las autoridades locales para verificar las cuentas y este dinero es para el pueblo. Por ejemplo sirve para apoyar con pasajes a los compas que tienen que ir al caracol a hacer un servicio. Si vamos a hacer un convivio festejando el aniversario zapatista, también el fondo sirve para eso. Sí hubo mucha gente que se desanimó y dejó de ayudar, pero es porque no entendieron que es poco a poco.” (Compañeras encargadas de administrar la tienda)

Almacén de maíz
“Tomamos un acuerdo las bases de apoyo. Los trabajos que hacen los compas en la milpa son para cualquier necesidad de la organización, los apoyamos con maíz, o si ocupamos recursos, vendemos el producto. Si los compas no tienen que comer por alguna circunstancia, se les apoya”.

“El colectivo de maíz es sobre todo para nuestro consumo. Para trabajar esto no hay una parcela fija, sino que se van rolando los espacios. Un día el compa presta su espacio, más adelante otro y así. Ya hay reuniones para establecer la milpa definitiva colectiva”.  

“A veces hacemos frijol, nada más que ahorita no se ha podido por los malos tiempos. Tenemos que esperar unos meses para la siembra”. (Compañeros encargados de la siembra y recolección de maíz)

Panadería

“En el año 2000 las compañeras recibieron un curso para aprender a hacer pan de parte de una compa que venía de San Cristóbal de las Casas. Hay dos mujeres principalmente que empezaron a practicar cómo y qué tipo de pan hacer y luego ellas le enseñaron a una más. El siguiente problema era que no tenían dónde hornear el pan y no fue hasta el 2003 que hicimos un pequeño horno con nuestro propio dinero. Desde entonces ya están echándole ganas, juntando los recursos. Ahora ya estamos pensando en hacer un nuevo horno porque el que tenemos ya está muy desgastado”. (Compañeras encargadas de la panadería)

***
-Compa, ¿sabes dónde venden pipas para fumar tabaco?- me pregunta Famoso en una de esas tardes en que nos dedicábamos a observar la montaña.

-No. ¿En San Cristóbal no hay?- respondí por responder algo.

-Es que vi a un alumno en el caracol que traía su pipa con su bolsota de tabaco- dijo mientras me representaba con sus manos el tamaño de la bolsa.

-Ya lo imaginé con todas sus letras…Subcomandante Famoso

-Ja ja ja- Famoso ríe con un tono que deja ver que la idea no le desagrada para nada.

Cualquier tema relacionado con el Subcomandante Marcos, las milicias zapatistas y el Comité Clandestino Revolucionario Indígena es intrínsecamente secreto dentro de la organización. La realidad es que Famoso y muchos zapatistas no pueden ocultar su admiración por Marcos. 

Contrario a lo que marca la tradición revolucionaria, el Subcomandante no tuvo que morir para llegar a ser una marca comercial. Su rostro encapuchado se vende en todas partes por San Cristóbal de las Casas.

-El gobierno metió a 60 mil militares en el 95 para tratar de encontrar a Marcos y no pudieron; ahora usan las mentiras para aniquilarlo- fue lo único que pude escuchar de parte de Famoso respecto al subcomandante.

En tierras zapatistas no tiene fuerza aquello de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. –Quisieron acabar con nosotros primero con paramilitares y después inventando cosas- recordó Famoso al comenzar a contar la historia de su encierro, cuando estuvo preso por allá en el año 97:

-Yo estaba vendiendo puercos y de repente me llegaron por la espalda. Y así, sin más, me subieron a una camioneta y me dijeron: “Te vamos a llevar con tu padre Samuel Ruiz”. Pero nunca llegamos a la iglesia, sino al cuartel militar. De ahí a prisión y a estar encerrado por seis meses. Nunca me comprobaron nada.

Famoso cuenta la historia pero sin amargura ni coraje, lo hace con alegría, como si fuera un buen recuerdo o algo que le hiciera sentir orgulloso.

-Me acusaban de aportación de armas, de asesinato, violación, secuestro, abigeato…de ser zapatista, pues. Al final pude salir por la presión de los compañeros en la ciudad. Los que me acusaban decían que me vieron con el pasamontañas. ¿Cómo puedes identificar a alguien con capucha?

Famoso recuerda el alzamiento del 1 de enero del 94 como una paradoja: “Unas horas antes Salinas había dicho que en México no existía pobreza…al amanecer San Cristóbal se llenó de pobres”.

-¿Hubo muchos presos zapatistas?

-¡Uhhh! Se llenó la cárcel.

La intimidación o el pensar en claudicar nunca fueron opción. Famoso asegura que antes del levantamiento zapatista las condiciones eran de absoluta miseria. “Todo estaba jodido” repite constantemente. No había nada que perder y todo por ganar.

Para evitar las trampas de la corrupción y hacer que funcione la autonomía, los zapatistas crearon en el año 2003 las Juntas de Buen Gobierno, donde las autoridades elegidas tienen una gestión de tres años. La elección es por asamblea y no se despilfarra el dinero en campañas electorales, los pueblos eligen a los representantes de frente y continuamente hay reuniones para que los habitantes de las comunidades vigilen qué se hace con el dinero o hacia dónde quieren destinarlo. Este tipo de organización se lleva a cabo también en los municipios y en los pueblos. Es la mejor forma que han encontrado de emplear la democracia participativa, de lo que llaman “mandar obedeciendo”.

Mauricio actualmente es secretario general de su pueblo, los habitantes de Rumania lo han elegido.

-Y si no hubieras querido aceptar el encargo,  Mauricio. ¿Qué hubiera pasado?

-¿Y por qué razón no iba querer ayudar a que esto siga creciendo?- me pregunta Mauricio y, hasta ahora, no sé todavía qué responder.

***
Ya se mira el horizonte/ combatiente zapatista/ el camino marcará/ a los que vienen atrás/ Vamos, vamos, vamos, vamos adelante/ para que salgamos en la lucha avante.

Nos hemos reunido todos en la casa de un compa. Es el último día y nadie quiere partir. La sensación es la de querer meter la revolución en una maleta para llevarla a las grandes ciudades y, así, poder mostrar que existen caminos diferentes, mejores. La adaptación ya es completa: cenamos juntos, reímos juntos, lavamos platos juntos y también dormimos juntos en un mismo suelo.

Hombres, niños y mujeres/ el esfuerzo siempre haremos/ campesinos, los obreros/ todos juntos con el pueblo.

Los mensajes finales han sido dichos en español y chol. Uno a uno expresó su sentir sobre lo que habían sido los días y las noches. Nadie quedó sin hablar ni ser escuchado. Cada opinión es tomada en cuenta, valorada y aplaudida:

“Una cosa es mirar las cosas de fuera y una muy diferente tenerlas aquí enfrente”.

“Gracias por dejarnos conocerlos”.

“Gracias por tomarse el tiempo de venir y estar aquí”.

“Esto me motiva, aún más, para ser autosustentable”.

“Perdonen si se enfermaron o las comidas les hicieron daño”.

“Perdonen todas las molestias que les ocasioné”.

“En estos días aprendí mucho, pero sobre todo, sentí”.

Nuestro pueblo dice ya/ acabar la explotación/nuestra historia exige ya/lucha de liberación.

La salida ha sido como la llegada: con lluvia, frío y esperanza. El aprendizaje es convencerse que las luchas valen la pena cuando en ellas se encuentra la dignidad arrebatada. La promesa es ser zapatista en cualquier parte, sin importar el calendario o la geografía de cada uno.
A bordo de una camioneta y, después de múltiples despedidas, los vemos alejarse poco a poco. Ahí se quedan, mirándonos. Como siempre seguirán resistiendo, no sólo contra los ataques del Estado, sino contra el olvido que les quieren imponer la clase política incluyendo  la “izquierda” bien portada, el periodismo burocrático que quiere  archivar su historia y los intelectuales acomodados que llenan de palabras vacías a la opinión pública. Pero ellos ahí están. Resistiendo y soñando. Siguiendo al pie de la letra aquello que decía el viejo Antonio:


“Cuando se sueña hay que ver la estrella allá arriba, pero cuando se lucha hay que ver la mano que señala la estrella. Eso es vivir. Un continuo sube y baja de la mirada”.