jueves, 18 de octubre de 2012

“De ladridos y maullidos”

Víctor Ruiz.


I

Ladridos y maullidos se escuchaban cada noche en el centro de la ciudad. Perros y gatos se disputaban todos los días el control de la zona; pero más que eso, era la eterna batalla de personalidades. Los gatos creían que los perros eran sujetos inferiores y demasiado serviles, mientras que los perros denominaban a los gatos como una especie fea e inservible para la sociedad.

Guasón, Totín y Podi eran los líderes del bando perruno; Txus, Nicolás y Wilson hacían lo propio con su tribu felina. Día a día, todos estaban ocupados planeando como acabar de forma definitiva y dolorosa con sus odiosos rivales.

Una mañana cualquiera, Guasón se encontró en la avenida con Txus (que tenía la fama de ser el gato más agresivo de la ciudad) y se engancharon en una discusión acalorada que denotaba el desprecio que sentían mutuamente.

-Gato vago. ¡Tú y toda tu manada deberían estar muertos!- gritaba Guasón con la intención de que todos los que pasaban a su alrededor se enteraran.

-¿Por qué te molesta tanto que tengamos una libertad que tú no puedes?- preguntó Txus en tono arrogante.- Los perros sirven para mover la cola y para recibir golpes, debería darte vergüenza.

El ambiente se tornó pesaroso, pero ninguno de los dos tenía la intención de cesar la discusión. Guasón en una postura firme buscaba intimidar a Txus; pero éste, no le quitaba la mirada de encima en señal de que sus tácticas para provocar temor no funcionaban con él.

-Una última batalla…que sea a muerte- propuso Guasón a Txus con una voz que afirmaba por si sola que no estaba vacilando.

Txus quedó perplejo ante la proposición. La respuesta no podía ser negativa, pues de serlo, el orgullo de todos los gatos quedaría pisoteado hasta el final de sus días.

-Que sea en el terreno baldío que se ubica atrás de los edificios- confirmó Txus con personalidad y carácter-. Hoy, por la noche, sin tregua decidiremos por fin al vencedor.
Guasón y Txus se quedaron mirando fijamente por unos segundos. No intercambiaron más palabras, cada uno dio vuelta por su lado. Ambos se dirigían  a informar a sus respectivos camaradas sobre la batalla final pactada.

II

Totín, el perro más sensato y pensante de los tres líderes no recibió de buena manera la noticia sobre la pelea que sostendrían contra los gatos por la noche.

-¡Es una locura!- gritó efusivamente, tanto que parecía un regaño hacia Guasón- perderemos muchas vidas, estoy seguro.

Podi, que era un perro todo impulso y sentimiento reaccionó de manera contraria a Totín. La sonrisa no la podía ocultar. Había esperado toda su vida para que se diera este momento.

-No tienen nada de que preocuparse- aseguró Podi como buscando calmar el temor de Totín- ellos saben que con nuestra fortaleza física nunca podrán.

Por parte de los gatos, el orgullo no les permitía tener miedo (o al menos expresarlo). Wilson que no estaba acostumbrado a combatir cuerpo a cuerpo, sabía que en la noche pelearía más con pasión que con técnica.

Nicolás no quiso saber detalles de cómo fue pactada la batalla. –Tenemos que convocar a todos los gatos de la ciudad- ordenó de manera urgente- ellos serán más fuertes, pero nosotros seremos más en cantidad.

III

Cuando el reloj anunció que ya era media noche, un centenar de perros caminaban por la calle que daba al terreno baldío. Todos ladraban al mismo ritmo; querían hacerle saber a todo el mundo que era el día de la victoria final.

Los gatos, encabezados por Txus, esperaban en el terreno la llegada de sus archirrivales; todos se encontraban formados como si fueran un pelotón militar. La concentración que reflejaban sus rostros era de admirarse; trabajaron a lo largo del día en forjar una mentalidad sólida y ganadora.

Al momento de encontrarse los dos bandos, los ladridos cesaron. Se miraron mutuamente, se analizaron y buscaron intimidarse a través de la actitud. No existió una sola palabra de por medio. Bastó de un maullido del gato Txus para que la guerra diera comienzo.

Los ataques se veían por todas partes: Txus rasguñaba a cuanto perro se le ponía enfrente; Guasón mordía con toda la rabia posible; Nicolás arañaba como podía; y Totín peleaba intensamente con Wilson.

La sangre empezó a brotar por todos lados, mientras que al mismo tiempo el escándalo iba despertando a toda la ciudad. Era una autentica guerra lo que estaba sucediendo en el viejo terreno baldío.

Perros y gatos estaban tan inmersos en la pelea que no notaron que más de cien camionetas habían rodeado el campo de batalla. Txus se percató de que no estaban solos cuando vio una luz potente sobre sus ojos; el resto de a poco fue descubriendo la situación.

Hombres bajaron de las camionetas corriendo, vestían un uniforme que tenía la insignia de la perrera de la ciudad y en sus manos cargaban una escopeta llena de dardos tranquilizantes. El caos reinó por todo el terreno, gatos y perros intentaron huir pero era en vano: estaban atrapados.

Uno a uno fueron llevados a la parte trasera de las camionetas. La batalla final no había dado como vencedor ni a perros ni gatos.

IV

Al abrir los ojos, lo primero que vio Totín fue la jaula en la que se encontraba encerrado. No terminaba de despertar cuando a lo lejos escuchó maullidos y ladridos de dolor.

Los mismos hombres que se presentaron en el terreno baldío ahora también eran los responsables de torturar y asesinar tanto a perros como gatos; posteriormente los arrojaban en bolsas negras, para después llevarlos a camiones encargados de recolectar basura por la ciudad.

Totín miró desesperadamente a todos lados. No vio por ninguna parte a sus camaradas ni tampoco a sus conocidos gatos rivales. Totín empezaba a entender todo como una gran revelación. Ya era demasiado tarde…era el siguiente en morir.

Moraleja: Por amarnos de dos en dos, y odiarnos, en cambio, de mil en mil, nos olvidamos que a veces existe un enemigo que tenemos en común que es más fuerte y poderoso que nosotros.

miércoles, 3 de octubre de 2012

“La última batalla del profesor Cabrera”


Víctor Ruiz.

I

Eran las 6 de la tarde de un viernes, cuando el profesor Julio Cabrera salió de la Facultad de Filosofía lanzado exabruptos a todos los alumnos, que para desgracia de éstos, se encontraron con él en los pasillos de la universidad.

“No les gusta pensar”; “Les importa una mierda lo que el sistema hace con ustedes”; “Beber y follar, sólo eso quieren” reclamó una y otra vez a los imberbes que se toparon con su mirada llena de rabia.

El profesor Julio Cabrera tiene 60 años, de los cuales, 30 los ha dedicado a la docencia dentro de las aulas de la universidad. Es un lector empedernido, tiene más libros de los que en realidad caben en su diminuto departamento.

Julio Cabrera no tiene familia (o al menos eso piensa él); de los amigos que  tuvo alguna vez, aprendió que en algún momento traicionan y por eso la palabra ya ni le hace ruido.

Desde la primera vez que el profesor Julio Cabrera leyó un libro a los 18 años, decidió de manera inconsciente que nunca más se cortaría el pelo ni la barba. Al pasar del tiempo, también consideró que ya no era necesario ir a las tiendas del centro de la ciudad para adquirir más ropa. Dos pantalones, una gabardina desgastada, botas de montaña  y un par de camisas. Ésas son las únicas prendas de vestir que usa consuetudinariamente.

Los libros son su única compañía; y es por ello, que el 80% de sus quincenas son destinadas a las librerías que tiene como privilegiadas. Por ningún motivo, se permite a si mismo pasar un día sin leer. Un capítulo por la mañana y cuatro más por la noche.

Hace tiempo que Julio Cabrera no disfruta del impartir clases, de hecho, no hay cosa que le desespere más en el mundo. “Son todos unos niños burgueses y pusilánimes” se repite constantemente en su cabeza como para tratar de no explotar cada que un alumno se muestra indiferente ante su cátedra.

Acto seguido, piensa en los libros que ha solicitado bajo costoso pedido y, que por fin, en la próxima paga tendrá en sus manos. Sonríe y eso termina de tranquilizarlo.

Pero aquel viernes a las 6 de la tarde, Julio Cabrera se olvidó del rutinario procedimiento; no soportó más y estalló cuando un alumno le aseguró con toda la soberbia y seguridad posible: que el “Capital” de Marx nunca había servido para nada… “y que en estos tiempos no tenía sentido enseñar tales cuentos como ése”.

Julio Cabrera los insultó a todos por igual. Salió de la universidad, llegó a su departamento como pudo y se sirvió un trago de ron barato; con el frío de la noche, se prometió a si mismo que a partir de ese momento: él sería el encargado de hacer que comenzara una nueva época.

II

No terminaba de aparecer todavía el sol por completo cuando Julio Cabrera los hizo salir a todos de sus libros. Los acomodó dentro de su sala de manera que todos quedaran frente a él, y sin mucho preámbulo les dijo en voz alta y rígida:

“-Los he elegido porque los conozco de muchos años, sé de sus capacidades y también de sus errores he de reconocerlo; después de darle vueltas y vueltas al asunto he decidido que ustedes son los indicados para acabar con la indiferencia y el sosiego con el que viven los individuos allá afuera que se dicen llamar humanos. Cada uno de ustedes, de una u otra manera, supieron descifrar las tremebundas consecuencias que les deparaba a sus sociedades correspondientes. ¡Señores!, tengo que informarles que no se equivocaron”.

Marx, Bakunin, Stalin y Nietzsche se miraban unos a otros con incertidumbre. Julio Cabrera no le dio importancia y prosiguió con su discurso.

“-Son líderes y lo saben. Les pido hoy más que nunca que me apoyen, que juntos caminemos en pro de un cambio, que cumplamos el sueño de ustedes que también es el mío. ¿Querían un futuro? Yo les estoy dando la oportunidad de que lo puedan obtener”.

Julio hizo una pausa, respiró de manera profunda y con una voz tenue dirigió la pregunta fundamental. -¿Están conmigo?

Los cuatro personajes seguían confundidos, veían en Julio a un tipo delirante y que mostraba indicios de ser un esquizofrénico sin remedio. Pero también, valoraban y apreciaban en él a un sujeto que no los había olvidado…que los había devuelto a la vida.

-Yo te apoyo camarada- dijo con una voz aguda e imponente Bakunin.

-Cuenta conmigo- expresó Stalin mientras avanzaba hacia Julio para saludarlo.

-Yo también voy- dijo Marx con cierta vanidad.

Todas las miradas se fijaron en Nietzsche, pero éste no les dio importancia. No se le veía convencido y sobre todo daba la impresión de no tener ni la mínima intención de convivir con ninguno de ellos.

Julio se acercó y habló con él durante largo rato. Al pasar los minutos, Nietzsche fue cediendo en su actitud y sus gestos se fueron transformando  hasta que por fin le extendió la mano al profesor.

-Estamos completos- comunicó Julio al resto, mientras sonreía con orgullo.

III

Los cuatro líderes históricos reunieron a sus mejores hombres, logrando de esta manera, formar un batallón de un número considerable y respetable. Julio les había hecho ver que por ahora no se trataba de tomar las armas.

-Lo principal es que todos escuchen nuestro mensaje- repetía constantemente el profesor, como tratando de que tal idea les quedara bien cimentada.

El fin de semana lo dedicaron enteramente a crear discursos y panfletos donde señalaban los principales errores que había cometido la humanidad. El objetivo  para Julio Cabrera, era uno solo: hacer conscientes a las personas de la decadencia en que se vivía.

Stalin fue el encargado de realizar el cronograma de actividades, entre las que destacaban tomar las plazas públicas y boicotear a la prensa local.

Marx y Bakunin, elaboraron estrategias de discursos para persuadir de manera efectiva a los ciudadanos; Julio hacía lo propio con el resto del batallón. –Todos debemos estar informados de lo que somos- les explicaba como si estuviera frente a su grupo de alumnos de la facultad.

Nietzsche se mantenía distante de todo el grupo, todo el fin de semana se le pudo observar en un rincón solo y pensativo. Julio y el resto no lo presionaron, sabían que tenerlo dentro del movimiento ya era bastante ganancia.

El lunes por la mañana, justo cuando iniciaban las actividades semanales, Julio y su batallón se presentaron en la avenida principal de la ciudad.

Los automovilistas hacían sonar sus cláxones creyendo que era una manifestación más, de las que estaban tan acostumbrados y a la vez hartos. Al frente de la multitud se podía ver al profesor Julio Cabrera acompañado de Marx…se dirigían a tomar la plaza pública.

IV

Bakunin subió al quiosco de la plaza. Desde ahí, pudo observar a cientos de transeúntes que miraban atónitos lo que sucedía. El ruso anarquista tomó el megáfono y con toda su experiencia inició su oratoria:

-“La mayoría de los hombres, no solamente en las masas populares, sino en las clases privilegiadas e ilustradas igualmente e incluso con más frecuencia que en las masas-  expresaba con tranquilidad, haciendo las pausas correspondientes- sólo se sienten tranquilos y en paz consigo mismos cuando en sus pensamientos y en todos los actos de su vida siguen fielmente, ciegamente, la tradición y la rutina”.

Un grupo de jóvenes que se encontraban a un costado de Bakunin comenzaron a aplaudir efusivamente; tomó la palabra Marx y las congratulaciones se volvieron a repetir; cuando Stalin terminó con su discurso y con ello se ponían fin también al mitin, el grupo de jóvenes ya se había convertido en fiel seguidor del batallón de Julio Cabrera.

Al medio día, la prensa local ya hablaba de unos tipos con barbas y cabelleras largas; de Stalin,  se referían hacia él como un militar desconocido. ¿Qué buscan? ¿Es un movimiento político?, ¿Estamos en peligro? Éstas y otras preguntas realizaron a su auditorio cada uno de los líderes de los medios de comunicación.

Julio Cabrera por primera vez sintió que tantos años de espera habían valido la pena. Pero no tenía tiempo de pensar en su excitación porque las actividades no cesaron: tertulias en cafés, conferencias en diversas universidades, mítines, encuentros con obreros y un sinfín de acciones emprendidas.

Stalin decidió que lo mejor era dividirse, para de esta manera, no dejar ninguna actividad inconclusa.

-Bakunin, tú  y tu gente irán con la prensa; Marx te encargo que movilices a los sectores obreros; Nietzsche, tú trabajo es desengañar a los feligreses católicos- todo lo indicó con tal precisión, que no hubo ninguna objeción, ni siquiera de Nietzsche que hasta ese momento era el menos entusiasta.

La fama y el impacto social que provocaron en un par de días orillaron al gobernador, (mismo que ya sentía en peligro su poder después de escuchar tales discursos subversivos) a llamar por teléfono a Julio Cabrera.

-Julio, estoy impresionado por la fuerza de tu movimiento- dijo en un inicio con tono amigable.- Me gustaría platicar con ustedes, se que dialogando podremos encontrar alguna ruta en común.

-Sea honesto gobernador. ¿Qué quiere?- respondió Julio serio, con una voz franca que invitaba a dejar la cordialidad hipócrita a un lado.

-Quiero que nos arreglemos de alguna manera para que paren la situación,- su voz se tornó fría y calculadora- estoy dispuesto a ceder y negociar con tal de que desaparezcan de mi vista.

Julio respiró profundamente y con una risa malévola, contestó:

-Mañana a primera hora estaremos en su oficina.

Esa misma noche, Bakunin apareció en el noticiero de televisión  más visto por la ciudadanía.

-“Hubo un tiempo en que la prensa radical estaba orgullosa de representar las aspiraciones del pueblo. Ese tiempo ha pasado. Es por esa razón que nosotros hemos decidido tomar el mando…mañana a primera hora estaremos reuniéndonos con su gobernador, con el único fin de representarlos a ustedes”- después del anuncio que dejó a todos estupefactos, sin más, el ruso salió del estudio.

Julio Cabrera  no tenía ningún interés en negociar con el gobernador, lo tenía claro como el resto del batallón. Todos sabían que era la oportunidad de dar un salto fundamental a través de una sola acción: ridiculizar en cadena nacional al Estado.

V

A primera hora y con miles de seguidores  por detrás, aparecieron en palacio de gobierno, lo que hasta ese momento se había convertido en el movimiento con más simpatizantes en el país. Julio, Bakunin, Marx, Nietzsche y Stalin llegaron al inmueble en medio de alaridos de apoyo.

Antes de ingresar, un periodista logró situarse frente a ellos; y sabiendo que solamente podría realizar una pregunta la dejó escapar sin pensarla demasiado:

-¿Y cuál es ese cambio que proponen? Preguntó de forma nerviosa el reportero.
Julio, Bakunin, Marx, Nietzsche y Stalin se miraron unos a otros…no supieron que responder.

VI   

“No tenemos nada que negociar con usted” gritó en medio de la reunión el profesor Julio. Tenía miedo. La pregunta del periodista lo mantenía inquieto y con un nerviosismo que no era capaz de controlar. El gobernador se dio cuenta de ello.

Al salir de palacio de gobierno, evadieron a la prensa e ignoraron a sus seguidores. Julio Cabrera los urgió a una reunión dentro de su departamento. “No puede esperar más” les dijo casi en tono de orden.

El único tema a tratar dentro del departamento, era responderse que coños era lo que proponían. -¿Qué cambio queremos implantar?- preguntó el profesor Cabrera con una porción de desesperación.

Las diferencias se hicieron evidentes. Marx hablaba de una dictadura del proletariado; Bakunin proponía la abolición del Estado; Stalin pretendía un comunismo con una disciplina excesiva; Nietzsche exponía que solamente existiera una sola raza, algo como “El super hombre”  lo llamaba.

Julio Cabrera se encontraba confundido. No sabía con que teoría casarse. -¿Acaso no hay manera de ponernos de acuerdo?- los cuestionó con un semblante de suplica.

Pero las imploraciones de Julio Cabrera fueron inútiles. Nadie estaba dispuesto a ceder. A las 3 de la mañana se decidió que por ahora seguirían trabajando de la misma manera. “Que el tiempo nos aclare las ideas” había dictaminado el docente.

VII

Las diferencias se convirtieron en rivalidades personales y se notaba hasta en los  detalles más absurdos. En las manifestaciones Marx quería entonar “La internacional”, mientras que Bakunin buscaba vociferar a todo pulmón “Hijos del pueblo”; Stalin pretendía uniformarlos a todos, cosa que por supuesto  no agradó a nadie; Nietzsche solamente pensaba en boicotear iglesias; y Julio comenzaba a gritarles a todos.

En las conferencias dentro de las universidades, más que exponer ideas,  terminaban siendo batallas dialécticas. Bakunin le señalaba a Marx que la libertad sólo puede ser creada por la libertad y no a través de ningún tipo de dictadura; éste a su vez le respondía que era un bastardo que no comprendía de que se trataba el poder colectivo.

Nietzsche definitivamente se aíslo, no participaba ni con la presencia en ninguna actividad. “No puedo estar con una raza inferior” expresaba constantemente.  

La deformación también alcanzó a sus seguidores; cada vez se presentaban menos personas al llamado de Julio o de cualquier miembro del batallón.

Julio perdió fuerza cuando se dio cuenta que de ser una amenaza para el poder, pasó a ser la burla de ellos.

-Olvídate de negociar fracasado- le dijo soberbiamente el gobernador.

VIII

Era de madrugada ya, cuando Julio Cabrera decidió abrir el libro en blanco. Sin consentimientos mandó al demonio todo. “Gracias por nada” exclamó mientras depositaba a cada uno de los integrantes dentro de las páginas vacías.

Cuando vio terminada su misión, abrió la ventana de su departamento ubicado en el último piso del edificio; y con el rostro iracundo arrojó el libro mientras gritaba frenéticamente: -¡Inútiles, nunca sirvieron para nada!

Julio Cabrera cerró los ojos buscando tranquilizarse. Momentos después se le vino a la mente aquél chico que le increpó para decirle que en estos tiempos de nada servía aprender “El capital” de Marx.

Eso le hizo recordar que debía intentar descansar…mañana era lunes y regresaría a la Facultad de Filosofía  a impartir las clases de siempre.