martes, 16 de junio de 2015

“Zapatos nuevos; mismos pasos”

Víctor Ruiz.




Todo el tiempo sonríe. Saluda, camina y a pesar de cualquier movimiento, jamás se le olvida sonreír. Miriam Cruz de Abud sabe que atrae miradas, que llama la atención y que su presencia no es indiferente. Como lo marcan las viejas costumbres de la política tradicional, ante el encendido de cualquier cámara fotográfica o de vídeo, la esposa del alcalde se acerca a abrazar a la gente, la besa y se da el tiempo de escucharla.

-¿Fíjate a qué huelen, mi amor?- le dice al niño que tiene sobre sus piernas. El pequeño se ve aturdido por las cámaras y ante la emboscada, no le queda de otra que poner la nariz sobre los zapatos. –Huelen a nuevo, ¿verdad?- le pregunta en tono de afirmación al niño que se acompaña por su madre.

Acto seguido, la prensa insaciable pide que ahí mismo el niño deje los zapatos desgastados y sucios a un lado para que se ponga los nuevos. -¡Qué emoción!, expresa Miriam Cruz mientras las luces y los flashes de las cámaras se proyectan en su rostro. En unos cuantos segundos, un niño que no pasa de los 10 años de edad fue usado como mascota para atraer miradas.

La escena denigrante se presentó durante la entrega que hizo el sistema DIF municipal de mil 50 canastas básicas para adultos mayores y 870 pares de calzados para niños de escasos recursos, apoyos que se contemplan dentro de los programas sociales de la actual administración del Gobierno Municipal que preside Salvador Abud Mirabent.

Los actos de donación, apoyos y “compromisos” se han repetido una y otra vez en los tres años del actual gobierno de Morelia. Escenas disfrazadas de humanismo, pero que en el fondo tienen una intención más profunda: Desalentar a los ciudadanos para mantenerlos alejados de cualquier lucha de clases y promover que sean ellos quienes tengan que pedir favores basados en la buena voluntad y el humanitarismo en lugar de hacerse conscientes de sus derechos como personas, derechos tan simples como el hecho de merecer pisar el pavimento con un calzado de por medio.

La esposa del presidente municipal reproduce sin cansancio la misma escena. Habla sin cesar de la importancia de que las personas obtengan estas ayudas del gobierno, pero nada dice de cuánto puede un par de zapatos erradicar el problema de fondo. El escritor Oscar Wilde escribió durante su ensayo El alma del hombre bajo el socialismo las erradas intenciones que suelen tener los hombres para solucionar los males que se presentan ante sus ojos:

“Tratan de solucionar el problema de la pobreza, por ejemplo, manteniendo vivos a los pobres. Pero ésta no es la solución: es un agravamiento de la dificultad. La verdadera meta es intentar reconstruir la sociedad sobre unas bases que hagan imposible la pobreza. Y las virtudes altruistas han impedido llevarlo adelante… Sus remedios no curan la enfermedad: no hacen sino prolongarla. Más: sus remedios son parte de la enfermedad”.

En su momento, cuando vivía, el escritor Eduardo Galeano hacía una clara diferenciación entre la caridad y la solidaridad. La primera, decía, es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la segunda, sentenciaba, es horizontal e implica respeto mutuo.

Frente al micrófono, Miriam Cruz de Abud siguió sonriendo y preguntó a los niños cómo se encontraban. Antes de recibir respuesta, advirtió: No se me preocupen y quiten esas caras, de aquí todos van a salir con sus zapatos nuevos. 

lunes, 27 de abril de 2015

“Dr. Cardeti”

Víctor Ruiz

"Retrato del doctor Gachet" (Vicent van Gogh)



“¡No, no podemos seguir así, Doña Olga! ¡No puede ser que cada semana sea yo el que tenga que llamar!” Era el doctor Cardeti, quien en tono angustiado por no saber nada de su paciente en siete días, había reventado y decidido ir a buscar personalmente a Doña Olga, luego de que ésta no atendiera las llamadas telefónicas desesperadas del médico con 50 años de edad y 20 de trayectoria.

Y es que el doctor Cardeti podía tolerar que no se le pagaran a tiempo o de forma completa las consultas, pero jamás aceptaba que el paciente no se comunicara para reportar su estado de salud. La indiferencia y la poca educación de no avisar las mejoras o deterioros de la enfermedad, provocaban en Cardeti una especie de rabia y tristeza, como si el hecho de no recibir una llamada fuese la prueba contundente de su fracaso como doctor.

A diferencia de sus colegas, el doctor Cardeti siempre mostraba una preocupación genuina por sus pacientes. No era el clásico médico que sonríe y finge con cara de amabilidad que le interesa la salud de su enfermo cada que éste entra al consultorio. No entendía cómo alguien que tiene la profesión de ser un salvavidas podía condicionar y utilizar su talento solamente si el infectado contaba con el dinero suficiente.

No es que el doctor Cardeti pensara que el trabajo no merecía un pago, pero creía firmemente que el salario tenía que ser justo, nunca excesivo y mucho menos con la clase trabajadora. En la ciudad, Cardeti era conocido por ser el único médico al que no le importaba si una familia entera no tenía cómo pagarle en esta y otras mil vidas; siempre los atendía.

“Doctor, pero si hace tres semanas le dije que ya no sentía más dolor y que los síntomas desaparecieron por completo”, le había respondido en tono enfadado Doña Olga. Sin embargo, para Cardeti el servicio médico prestado no concluía cuando el paciente salía de su consultorio y tampoco cuando la enfermedad se había marchado sin dejar rastro. “La prevención, Doña Olga, la prevención para que nunca más le vuelva a pasar” le recordó con un tono de voz que pretendía mostrar sabiduría.

En teoría las características del doctor Cardeti tendrían que hacer de su persona el mejor y más codiciado en su profesión; pero no era así, sino todo lo contrario. A los pocos años de ejercer, fue borrado rápidamente del mapa por el gremio. Sus ideas y sobre todo sus acciones, hacían de Cardeti alguien que les representaba un peligro.

Los colegas del doctor más barato de la ciudad se mostraron preocupados desde un inicio. Los bajos precios que ofrecía Cardeti, la atención extra que tenía después del consultorio y su entrega total a la profesión, invadió de pánico a sus compañeros y éstos optaron por hacerlo a un costado. En el círculo de los médicos más prestigiados de la ciudad nunca se volvió a mencionar el nombre de Cardeti.

Con los pacientes no corrió mejor suerte. A pesar de los bajos precios, la gente comenzó a preferir otros médicos, aunque éstos fueran más caros y estuvieran lejos de su alcance económico. Nadie discutía la capacidad de Cardeti, pero las personas estaban poco acostumbradas a que alguien que era prácticamente un desconocido les manifestara tanta preocupación. “Loco”, “enfermo”, “psicópata”, “pervertido” y otros calificativos se ganó con el tiempo el doctor Cardeti.

Pocos eran los pacientes que todavía le confiaban su salud, pero la situación no le molestaba a Cardeti, sino que, por el contrario, creía que era mejor porque así podía dar seguimiento preciso al estado de cada uno de los suyos. En el aspecto personal, con los años también vino el declive. Gloria, su mujer, decidió dejarlo porque no soportaba más que Cardeti abandonara la cama en las madrugadas para ir atender hasta el mínimo resfriado.

Lo que en un principio a Gloria le parecía un ideal hermoso y romántico, con el tiempo se convirtió en el motivo que aniquiló el amor que alguna vez sintió. Para Gloria, las vacaciones y los fines de semana libres eran importantes; pero no lo eran tanto para el doctor Cardeti cuando una enfermedad se le atravesaba a alguno de sus pacientes. “Se tienen que rascar con sus propias uñas”, le solía decir Gloria cuando la desesperación la invadía por completo y se olvidaba de cualquier tipo de sensibilidad.

Pero Cardeti nunca cambió, no podía. La partida de Gloria le destrozó el alma y en más de una ocasión sintió cómo ardía la soledad. No obstante, sabía que tenía una misión irónica: evitar el dolor que él mismo vivía. El amor a su profesión no era suficiente, tampoco el talento que tenía para ejercer. El doctor Cardeti siempre creyó que si de alguna manera podía aportar algo a este mundo deteriorado, era sanando, evitando las lágrimas de los niños que miran a su madre enferma o viceversa. 


Un buen/mal día el doctor Cardeti dejó de llamar a sus pacientes. Pasaron las semanas y Doña Olga y los demás se sintieron aliviados. No se preguntaron la razón ni tampoco procuraron investigarla. Tranquilos como hace mucho no se sentían, rezaron cada noche para no enfermar y así evitar la pena de tener que ir al consultorio. 

El doctor Cardeti se había enfermado, gravemente. Pasó dos meses sin molestar a nadie, encerrado en su casa. Un lunes en la madrugada, como suelen ocurrir las desgracias, el doctor Cardeti murió sin haber recibido una sola llamada.

jueves, 19 de marzo de 2015

"De la expropiación al fuego”


Víctor Ruiz.

Exactamente un año había transcurrido desde que Fabri y Matías habían desembarcado en Chicago, justo después de que lograron huir con el botín del último banco atracado en Buenos Aires, Argentina. Tal como lo habían planeado desde su llegada, en punto de las 12:00 horas de ese día harían estallar el edificio de Chicago Board of Trade en mil pedazos con toda la artillería acumulada en 365 días.

Fabri y Matías realizaron durante un año los diferentes oficios que suelen ser despreciados por los ciudadanos norteamericanos y que tienen una paga igual de despreciable e insultante. No es que ocuparan el dinero realmente, pero en un país que vigila cada movimiento, los suspiros y hasta los pensamientos, trataban de pasar desapercibidos en la medida de lo posible.    

Herederos de las ideas y prácticas revolucionarias de Boris Wladimirovich y Miguel Arcángel Roscigna en la Argentina durante la década de los 20´s, Fabri y Matías hicieron de la expropiación el medio para poder alcanzar sus fines. Ambos egresados de la Facultad de Historia, no pretendían vivir de un título universitario que no está por demás decir que detestaban y rechazaban.

Si este par de anarquistas argentinos accedieron a ingresar a una universidad no fue para obtener un prestigio en sociedad, sino para hacer del Estado su objeto de estudio y tratar de descubrir sus debilidades. Ya desde la adolescencia habían mostrado una negación a la autoridad de cualquier tipo, fuese divina o terrenal; pero los libros que tenían al alcance no les era suficiente para llegar a las respuestas que pretendían y en ese sentido, la biblioteca de la universidad les resultó beneficiosa.

En un inicio, los asaltos que realizaban a bancos y empresas eran esporádicos ya que la acumulación del dinero sin sentido alguno tampoco era de su interés. Los fondos eran utilizados para la publicación de escritos revolucionarios, cuentos libertarios y reedición de los clásicos textos anarquistas.

A diferencia de los expropiadores anarquistas de la década de los 20´s, Fabri y Matías tenían la ventaja de que después de los atracos que llevaban a cabo, difícilmente se sospechaba que detrás de la acción había una organización anarquista. El robo se había convertido en una práctica nacional y los grupos que la ejercían abundaban en Buenos Aires.

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“La transformación de la comida en un medio de especulación financiera ya lleva más de veinte años. Pero nadie pareció notarlo demasiado hasta 2008. Ese año, la gran banca sufrió lo que muchos llamaron <<la tormenta perfecta>>: una crisis que afectó al mismo tiempo a las acciones, las hipotecas, el comercio internacional. Todo se caía: el dinero estaba a la intemperie, no encontraba refugio. Tras unos días de desconcierto muchos de esos capitales se guarecieron en la cueva que les pareció más amigable: la Bolsa de Chicago y sus materias primas. En 2003, las inversiones en commodities alimentarias importaban unos 13.000 millones de dólares; en 2008 llegaron a 317.000 millones- casi 25 veces más dinero, casi 25 veces más demanda-. Y los precios, por supuesto, se dispararon…

Ahora en la Bolsa de Chicago se negocia cada año una cantidad de trigo igual a cincuenta veces la producción mundial de trigo. Digo: aquí, cada grano de maíz que hay en el mundo se compra y se vende- ni se compra ni se vende, se simula- cincuenta veces. Dicho de otro modo: la especulación con el trigo mueve cincuenta veces más dinero que la producción de trigo…

En los países del Otro Mundo hay más de 2 mil millones de personas que gastan en comer entre 50 y 80 por ciento de lo que consiguen: un pequeño aumento de precio los condena al hambre…

Entre 2005 y 2008: Mil millones de hambrientos.”[1]

Fabri y Matías leían todas las noches, pero enterarse de lo que se podía imponer desde el Chicago Board of Trade los había llenado de rabia. La indignación compartida no les parecía suficiente y mostrar solidaridad con los millones de hambrientos-que además no saben que su hambre tiene causa y nombre- les parecía absurdo.

La expropiación giró en otro sentido desde ese momento. Comprometidos como eran con sus ideas, Fabri y Matías coincidieron en que el dinero expropiado tenía que ser utilizado para hacer que ardiera en llamas el Chicago Board of Trade. Fabri era consciente que el problema estructural no sería atacado con esta acción, pero Matías lo convenció que el fuego serviría para informar al Otro Mundo.

***
A las 12:00 horas en punto un estruendo retumbó por todo el centro de Chicago. Los 200 metros del edificio fueron desvaneciéndose gradualmente y de la construcción que fue un orgullo en los Estados Unidos desde 1930, en cuestión de minutos quedó reducida a escombro. No más computadoras, no más decimales, no más cifras. Todo en cero.

Las sirenas se activaron inmediatamente y el caos ya reinaba en la ciudad. El fuego, el humo corriendo por las calles y la estimación del número víctimas alimentaban la confusión. Conseguir bombas en Estados Unidos es más sencillo de lo que parece, lo realmente inexplicable era entender cómo fue que se colocaron en puntos estratégicos dentro del edificio. Ya habría tiempo para respuestas.

Fabri y Matías observaban a lo lejos lo sucedido. Tranquilos, serenos y con una sonrisa no de burla, sino de satisfacción por haber cumplido, procuraban con la mirada cada detalle. No escaparon porque no estaba dentro del plan, al contrario, se entregaron a las fuerzas de seguridad. Ante la incredulidad de éstos, los anarquistas mostraron como evidencia los planos del edificio y cómo fue que introdujeron las bombas. Una hora más tarde, en cadena nacional, el presidente anunció que gracias a los cuerpos de inteligencia se pudo dar con los terroristas.

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¿Es un acto terrorista fabricado por el Estado Islámico? ¿Cómo podemos saber que realmente ustedes fueron quienes llevaron a cabo esta atrocidad? ¿Por qué lo hicieron? ¿No pensaron en las víctimas? ¿Cuánto tiempo les llevó planearlo? ¿Es la segunda parte del acto terrorista de Septiembre del 2001? Fabri y Matías no respondían ningún cuestionamiento de la prensa. Con sonrisa irónica se limitaban a mostrarse ante los disparos de las cámaras.

Antes de ser retirados, Fabri fijó su mirada en una cámara y con una voz firme explicó: “No lo hicimos por nosotros. Alguien tenía que prenderle fuego a tanta especulación. Nuestros compañeros de todo el mundo, del Otro Mundo, merecían saber lo que se hacía en ese edificio. A los que agonizan de hambre les teníamos que explicar que su falta de alimentos no es una casualidad y tampoco una desgracia, sino que forma parte de un orden mundial. El Chicago Board of Trade ardió porque contribuía a la desigualdad alimentaria y a la desigualdad social que tanto detestamos. Ahora, podemos decir que estamos a mano”.




[1] Texto extraído de “El Hambre”, Martín Caparrós. Editorial Planeta. Año 2014