martes, 24 de septiembre de 2013

“Después de la tempestad…”

Víctor Ruiz.



*Con todo el cariño, la fuerza y solidaridad para la gente afectada por los huracanes en Guerrero.




Aquí estamos para reírnos
Llorar ya no podemos
(Boikot- Y llorarás)

Yo lo vi todo. En 200 años de vida nunca había presenciado algo tan atroz. El ruido era incesante, como si fueran balas, una tras otra rebotaban en el suelo y sobre los tejados de las casas. Los relámpagos aumentaban el miedo. Niños miraban por las ventanas con sorpresa lo que ocurría afuera; las madres trataban de resguardar las pocas cosas valiosas que tenían y los padres intentaban montar barricadas que no duraban más de cinco minutos.

El agua poco a poco fue apoderándose de estas tierras, las nuestras. Yo lo vi todo y me sentía impotente. La comunidad entera quiso ayudar pero no era suficiente. La lluvia siguió por días y todo lo que yo había visto crecer por años, se desplomó en segundos. Todo era un río gigante y nada más.

Cuando las casas fueron desapareciendo, muchos trataron de protegerse debajo de mis ramas, pero no era suficiente. Yo también estaba perdiendo fuerza y a cada hora me quedaban menos hojas y tallos. Lógicamente el frío comenzó a provocar enfermedades y el hambre hacía llorar a los niños que reclamaban a sus madres por qué no tenían un bocado para ellos. Ellas sólo se limitaban a abrazarlos sin tener alguna respuesta.

Algunos hombres gritaban iracundos al cielo. Exigían primero, luego terminaban suplicando que no cayera una sola gota más y cuando la resignación los alcanzaba, simplemente se preguntaban ¿Por qué a nosotros?

Las noches eran todavía más tristes. La incertidumbre de saber si alguien vendría a ayudarnos desesperaba a la mayoría. Nunca, en 200 años, este pueblo ha sido tomado en cuenta. Muy poca gente sabe de su existencia y aquí solamente ha venido esporádicamente gente de corbata a saludar, para luego nunca más regresar. Pero esos días, les juro que de verdad necesitábamos aparecer en el radar de la humanidad.

Al ver que la lluvia no cesaba, las personas quisieron huir; sin embargo, nuestra desgracia tenía que ser completa: las carreteras estaban destrozadas, las pocas vías de comunicación se encontraban interrumpidas y el único puente que teníamos colapsó sin mucha resistencia. No había forma de escapar de este diluvio.

No hubo un solo segundo en que la calma pareciera llegar, sino todo lo contrario. Las cosas empeoraron cuando empezamos a perder gente. Nunca podré olvidar las lágrimas y gritos de desesperación de los familiares que veían morir a los suyos sin poder hacer absolutamente nada. En ese momento, me sentí un completo inútil. Me hubiese gustado mucho, aunque fuera por un momento, tener manos y pies para poder ayudar a levantar esas gigantescas piedras que tenían  bajo sus escombros a niños asfixiándose.

Pero no podíamos hacer nada más que esperar. Una espera eterna que se convirtió en una tortura. Si no se apresuraban, el pueblo entero terminaría por desaparecer y quién sabe si alguien, en algún lugar, los recordaría.   

La consolación y el apoyo mutuo era lo más digno y rescatable de ese momento. Si existían diferencias entre ellos, esos días las olvidaron para trabajar juntos. A mí me hubiera gustado seguir contando qué pasó después, pero el río pudo más que mis raíces y me llevó con él. Nunca sabré si la ayuda llegó, confío que sí. Daría lo que fuera por haberme quedado un rato más… sólo hasta que pasara la tormenta. 

martes, 17 de septiembre de 2013

“En mi país…”

Víctor Ruiz.


“La libertad se asocia así con la imaginación, negándose a aceptar la rutina cotidiana, el escaso margen de acción que nos impone el desorden establecido. La política deja de ser la ciencia de lo posible, deja de ser “realista”, para convertirse en el deseo de alcanzar lo imposible. La libertad comienza precisamente cuando nos negamos a aceptar que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, cuando nos negamos a ser “realistas” y luchamos por conseguir mucho más, siempre mucho más, cuando renunciamos a la seguridad de lo previsible y aceptamos el riesgo de lo imprevisible”. (Piotr Kropotkin)

En mi país, dicen, que existe la gente de primera, segunda, tercera y hasta cuarta. Yo no sé a cuál categoría pertenezco, ni tampoco tengo idea de qué método de evaluación se sigue para definir “tu clase”. Mi país es uno de pequeñas sociedades; tiene más divisiones que el número de estados en todo el mundo. Aquí la ley de la selva es la que predomina: pasa por encima de quien sea necesario y sobrevive.

En mi país la solidaridad es un invento. El éxito lo determina la cantidad de cosas materiales que posees. El egoísmo es la costumbre de todos y la comprensión por el ajeno es inconcebible. Por las calles nadie se atreve a mirarse a los ojos. En este lugar, el autismo individual es la enfermedad que cada día tiene más infectados.

La gente de este extraño lugar acepta tener amos como si fuera una normalidad de vida. Los patrones gritonean a los trabajadores; los curas bendicen al poder; las cárceles son necesarias; los policías se visten de héroes y los militares, como decía Eduardo Galeano, están en guerra contra sus compatriotas.

En mi país la democracia solamente es una palabra; la represión, en cambio, es la más cruel realidad de a diario. Los estudiantes son tomados como delincuentes y los profesores son correteados por las calles. Lo peor de todo esto, es el aplauso generalizado hacia el poder.

A los gobernantes les parece más importante reformar cuanto les apetezca, antes que erradicar el hambre. En mi país los niños no juegan porque tienen el estomago vacío. Muchos de ellos, ni siquiera van a las escuelas. Aquí, los niños no tienen voz, y por ello, es mejor dejar de serlo a muy temprana edad. La cultura prácticamente no existe, y la poca que hay, sirve de pretexto para mandar.

En mi país está prohibido protestar. Si sales a la calle, sufrirás la guillotina de los medios, ciudadanos, policías… y serás un simple “anarquista vándalo”. También es inmoral tener el pelo largo, rastas, tatuajes, vestir de negro o simplemente alejarte del pensamiento colectivo.

La muerte es un común denominador de las calles. La gente se mata por algún billete, por un desprecio o tan sólo por la ausencia de tolerancia. La televisión se impone en las familias y la desintegración es el camino más sencillo.

Tú opinión de nada sirve. Te educan para ir a la urna electoral cada seis años y votar al próximo dictador democratizado. Si te abstienes de hacerlo, eres un mal ciudadano, un mal ejemplo para tus hijos y un ser indigno para la sociedad. La ignorancia es la herramienta elemental que ejercen sobre ti. No te atrevas a pensar o serás objeto peligroso para los de arriba.

Si te llegas a enfermar, el sistema de salud difícilmente responderá por ti. Si tienes dinero, planifica tu larga vida; eres pobre, ve pensando qué le puedes heredar a tus hijos. Si no cuentas con un hogar propio, el Estado se asegurará de que nunca lo consigas, y cuando llegues a viejo, serás problema de las calles.

En mi país la gente tiene miedo. Miedo a la miseria, a no tener nada y perderlo. Nadie se atreve a defender sus derechos y les parece más sencillo entregar su mano de obra a infinidad de transnacionales. Reina el sometimiento y la esclavitud.

Las personas están cegadas por la venda que llevan en los ojos y les resulta complicado darse cuenta que son más héroes que cualquier personaje de comic norteamericano. Cada día sobreviven a las más complejas situaciones y siempre logran levantarse a la mañana siguiente.

En mi país no se pueden tener sueños. La gente con ilusiones aprende a deshacerse de ellas al corto plazo y aceptar que “la realidad es así”. En mi país, quien decide continuar con sus esperanzas, cualquier día será alcanzado por una bala.

lunes, 9 de septiembre de 2013

“Aprendiendo a luchar”

Víctor Ruiz.



Canción: “Aprendiendo a luchar”
Intérprete: Reincidentes.
Tiempo de canción y lectura: 3:35

En las calles de Belfast/ en la jungla de El Salvador/ en el África profunda/ y hasta en tu habitación.

-¿Cómo adjudicarme el derecho de reclamar y exigir si no tengo trabajo o tantos estudios que me den credibilidad como ciudadano?

-Pues es que no tienes trabajo y estudios por las mismas fallas del sistema, ¿no?

-Puede ser, pero el argumento letal es que resulta muy cómodo criticar desde mi sillón. ¿Ante eso, qué puede uno responder?

En todas las reservas/ o en el despacho de un cabrón/ en Córcega en Sri Lanka/ de Baiona hasta Nervión.

-La respuesta está en aprender a luchar.

-Si no tengo en que caerme muerto, ¿cómo pretendes que me convierta en un luchador social?

-Hablas como si fuera necesario ser un Che Guevara para accionar, tener una hora en cadena nacional o ser un congresista.

-No precisamente, pero tampoco tengo un movimiento social a mis espaldas.

Si quieres más/ no huele a victoria/ si quieres más/ pero da igual/ ¡Ni un paso atrás!/ no hay nada que perder/ aprendiendo a luchar.

-El que alguien sea líder de un movimiento, tenga una tribuna o escriba libros para decir lo que quiere, no lo hace precisamente un luchador. A veces es bueno lanzar una que otra piedra, es una señal de que la paciencia se acabó; pero esa piedra no tiene razón de ser si está vacía de compromiso.

-Explícate.

-Es sencillo. Alguien vocifera en alguna tribuna las más grandes cualidades de la humanidad y exige que la sociedad entera actué bajo esas virtudes. Digamos que pide igualdad entre todos, pero en su casa trata de diferente manera a los hombres que a las mujeres. ¿Acaso no está promoviendo el mayor acto de desigualdad entre géneros, el mismo que ha castigado a las mujeres por siglos?

-Entiendo. Se trata de una cuestión de congruencia entre lo que se dice y las acciones.

-De congruencia, moral y sobre todo de honestidad. La congruencia en los actos, la moral de saber con claridad que cosas no permitirías en tu vida ni en la de los demás y la honestidad de accionar por una convicción ideológica, por la indignación que vive en tus entrañas y no por un compromiso de hacerte notar como el mejor ser humano, cosa que al final no terminarías siendo.

Donde estudias/ donde curras/ o en una ocupación/ contra el reino del cipote/ del dinero y de la cruz/ por nuestra independencia/ contra la emigración/ para salvar Doñana/ contra Rota y Morón.

-Bien. Pero yo puedo ser honesto, congruente y tengo mi moralidad definida; sin embargo, todavía continúo sin hacer nada.

-Eso es lo más sencillo de pensar y señalar. Decía Durruti que la revolución empieza en los corazones; es ahí donde llevamos un mundo nuevo. Las batallas contra todo lo que te indigna no están en las montañas con un fusil. Piensa que tú tienes un mundo inmediato, el que afrontas y convives a diario. A ese mundo le tienes que ofrecer lo que eres. Todo eso se verá reflejado con tu familia, amigos, vecinos y hasta con la gente que se cruce en tu camino. Se trata de un compromiso de ideas. Ser fiel a lo que defiendes es ir caminando hacia un progreso.

-¿Y si a mí me indigna lo que pasa en Ruanda? Queda a millones de kilómetros de aquí; es imposible hacer algo por ellos.

-El hecho de que te indigne es un gran avance. Sin darte cuenta, estás combatiendo contra una de las herramientas más demoledoras del capitalismo salvaje: la pasividad  e indiferencia ante las atrocidades. Lo segundo es comunicar toda esa indignación, y para ello, existen múltiples opciones, entre ellas, la palabra es tu arma más poderosa. Es tan efectiva, que ahora me vengo a enterar que te molestan los millones de muertos en Ruanda. Ya somos dos indignados ante tal situación, ¿no es increíble el uso de la palabra?

Si quieres más/ quien no tiene nada/ si quieres más/ sólo mierda y sudor/ ¡Ni un paso atrás!/ nada tiene que perder/ aprendiendo a luchar.

-La verdad es que suena un poco repetitivo y falto de compromiso eso de decir “que peleo desde mi trinchera”.

-No es una trinchera. Es la posición en la que te encuentras y desde ahí vas ofreciendo al resto lo que crees y defiendes a través de las cualidades antes mencionadas.

-¿Y eso es suficiente para cambiar al mundo?

-Es verdad. No puedes cambiar el mundo, pero vas a cambiar el tuyo. Y la gente que te rodea irá comiendo a pedazos de ese mundo que eres tú. Te absorberán lo mejor de ti y sabrán que vale la pena mantenerse firmes por más que el otro mundo te diga que fracasaste. Eso es aprender a luchar.

Sólo puedes votar/ morralla es lo que hay/ queda todo que hacer/ también puedes flipar/ aprendiendo a luchar/ si quieres más/ ¡Ni un paso atrás!