martes, 21 de mayo de 2013

“El hombre que no quiso ser cuerdo”


Víctor Ruiz.



Les escribo desde mi locura. O al menos eso dice la gente, que soy un loco de remate y sin remedio. Bueno, nunca me lo han dicho en mi cara; pero lo noto cuando me esquivan por las calles, lo percibo en sus miradas de desprecio y en la manera en que nunca nadie me dirige la palabra.

Sin embargo, he escuchado lo que se dice de mí. Cuentan que enloquecí el día que la policía me golpeó casi hasta morir en una manifestación, allá por el 71. No sé por qué se les ocurren tantos disparates. Yo, siendo un tipo tan formal con este saco gris, jamás podría haber participado en una revuelta de ésas.

Siempre me pregunto cómo se atreve la gente a rechazarme día a día. ¿Acaso no  mirarán lo formal y bien parecido que soy? Ojos claros, delgado, cabellera rubia y una piel bronceada; soy todo lo que ellos desearían pero nunca podrán ser. ¿Envidia? Sí, seguramente de eso se trata.

No los culpo, entiendo perfectamente su patética vida. Es tan absurda la manera en que viven. Siempre están corriendo, corren por aquí y por allá. Es como si todos fueran una copia exacta del que tienen a un lado. Creo que yo fui elegido para hacer la diferencia: ser la minoría absoluta.

Ha de ser terrible vivir de esa manera. Debería mirarlos con compasión, pero creo que ni eso se merecen. Quizás, yo no pertenezca a este lugar; debo de ser de un sitio lejano, donde la gente se mira a los ojos constantemente.

Créanme que no lo digo por vanidad. Son tantas las cosas que no comprendo de los que me rodean. Si lo piensan, entre ellos también se desprecian, es sólo que lo hacen de una forma más discreta. Se saludan, se preguntan mutuamente por la familia, incluso se abrazan y se desean buena suerte. He aprendido a mirarlos y con ellos a la hipocresía. Sin embargo, conmigo es como si se adjudicarán el derecho de despreciarme abiertamente, sin tapujos y restricciones.

No conformes con pisotearme, se dedican a perseguirme. Todos los días tengo que estar huyendo de la ambulancia que me busca desesperadamente para llevarme al manicomio. Aseguran que soy un tipo peligroso. ¿Peligroso? Yo a ellos los he visto robar y traicionarse; he presenciado la manera en que se insultan los unos a los otros. ¿Quiénes son los que deberían estar encerrados?

Tengo la sospecha de que más que un sujeto peligroso, me consideran una basura. Soy todo lo sórdido que daña la imagen de la ciudad. Les urge limpiar sus calles de gente como yo. Imagínense a todos esos turistas, llegan sonrientes y dispuestos a entregar sus billetes, lo que menos quieren es encontrar a personas que les contaminen sus pupilas.

Supongo que esa forma en que se auto engañan les resulta placentero. Caminan sonriendo para disimular el infierno que están pasando; se observan en los espejos tratando de olvidar que son muertos vivientes. ¿Saben? Es como si miraran alrededor con los ojos cerrados.

Entre todos, hay algunos que son más desquiciados. Presumen de poseer credenciales y uniformes que los hacen superiores. Ésos, no sólo me miran a mí desde arriba, lo hacen con todo mundo. Creo que me provocan cierta lástima, deben tener el alma desgarrada.

Sobra decir que no tengo amigos. Mi familia también decidió que yo era un demente y con el tiempo poco a poco se fueron olvidando de que existía. Yo también los expulsé de mis recuerdos al saber que estaba condenado a morir en soledad.

Ahora, solamente llevo conmigo esta libreta. Escribo todo el tiempo. Me gusta plasmar en letras lo horroroso que es el mundo desde mis ojos. Nunca lo dejo de hacer, en cierta forma me apasiona. ¿Para qué escribo?  Pienso que es la única manera de darme fuerzas, de recordarme que aún debo seguir de pie aunque a nadie le importe.

Si alguien encuentra algún día mis cartas, se dará cuenta de la vida que me tocó llevar. Las leerá una por una y se percatará que en cada una de ellas mi conclusión siempre fue la misma: Todos, absolutamente todos…están locos. 

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