“…Y
sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la
buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena
suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita
cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies
la llamen y aunque les pique la mano
izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o
empiecen el año cambiando de escoba.
Los
nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.” (Eduardo Galeano)
Se llega como se puede. Al frente la neblina y los
perros deambulando mientras olfatean alguna sobra de comida que exista en
cualquier esquina. “Hasta aquí llegamos, el carro ya no llega hasta allá” nos
indica el chofer de la combi y abre la puerta para que los pasajeros iniciemos
la aventura bajo la lluvia.
No existe ningún camino visible, hay lodo por
doquier y algunas piedras que resultan más gratificantes de pisar que el resto
de la ruta. Se puede observar una caravana incesante de niños, algunos van
descalzos, otros sin playera y todos bajan de la única escuela de la zona:
primaria Octavio Paz (y que irónicamente se encuentra en un laberinto de la
soledad).
La mitad de los salones de la escuela son de cartón
como las casas que la rodean; mismas que se perciben frágiles, tanto que las
lonas de Abel Magaña y Ríos Piter no son suficientes para cubrirlas de la
lluvia.
***
“Y se ha puesto peor, a veces todo esto se
transforma en un río” me explica Don Antonio para hacerme saber que lo que
observo no se compara con lo que les ha tocado vivir en años anteriores.
La colonia Buenos Aires es una de las tantas zonas
de alto riesgo que existen en Zihuatanejo, carece de caminos viables y de casi
todos los servicios básicos. La lluvia se ha encargado de demostrarlo.
“De repente vienen candidatos y más en estos
tiempos de elecciones, pero ganan y se les olvida” expresa resignado Don
Antonio, quien se muestra más preocupado por surtir lo que le falta a su tienda
de abarrotes que por la lluvia que cae ante sus ojos.
Algunos, ya acostumbrados a las calles
deterioradas, transcurren con habilidad admirable cada una de las brechas de la
colonia. Una sombrilla en la mano derecha, un bebé en el izquierdo y dos niños
al frente, son lo que lleva consigo una señora de mediana estatura que
inclusive se da el tiempo de regañar a los infantes de mayor edad mientras
atraviesan la calle sórdida.
La lluvia no es impedimento para que todos realicen
sus actividades de forma normal, las gotas provenientes del cielo gris no
representan ninguna justificación para detener sus labores cotidianas. En una
esquina, se encuentra una señora con una gorra que poco o nada la cubre de las
secuelas que está dejando Carlota, tiene un carro al frente de sus piernas, de
esos que uno se lleva al mercado, a sus espaladas un paraguas, mismo que
sostiene uno de sus ayudantes. “A 12 pesos el elote y te lo doy en bolsa para
que no se te moje” grita a cada transeúnte que pasa por su vista.
***
“¿Ayuda? Pues ninguna” me asegura mientras mastica
la pieza de pollo… “Hay comerciales de los políticos que dicen que andan viendo
a toda la gente, y sí, pero andan viendo como estamos amolados” expresa y ríe
con dificultad un señor que ha vivido gran parte de su vida en dicha localidad.
Se encuentra sin playera y come dentro de su
negocio de abarrotes, tiene más bolsas llenas de basura que productos que
vender. Degusta cada bocado que se lleva a la boca y asegura que este año la
lluvia los ha tratado bien.
“El año pasado se hizo un hoyo” me cuenta
Concepción, quien vive en una parte todavía más alta de la zona. “Toda la
lluvia se empezó a acumular y terminó por hacerse un agujero”.
Dice que varios políticos se han acercado y que
curiosamente todos les dicen que arreglarán las calles. “Lo bueno sería que
también lo cumplieran” me expresa con una sonrisa de satisfacción porque este
año las lluvias no han provocado daños tan lamentables como en tiempos pasados.
***
“Si te vas allá arriba puedes fotografiar bien
chido el mar” me dice un niño que se niega a darme su nombre, no lleva zapatos
y está empapado de pies a cabeza. “¿No tienes frío?” le pregunto ante el
escurridero de gotas sobre su cara… “No, ahorita llego y me cambio” responde
con total indiferencia mientras se dispone a correr por todo el lugar.
Convergencia, Buenos Aires y Ampliación; nadie
acierta en decirme donde son los límites de cada colonia. “Te diría que nos
separa una calle, pero pues ni hay” me explica con cierto humor un chaval que lleva unos audífonos puestos en los oídos y que no se los quita ni siquiera para explicarme la situación.
“Si quieres un reportaje chingón vete hasta arriba”
me comenta mientras con su dedo me señala el horizonte, le pregunto el por qué
de su afirmación y me contesta con la seguridad de quien lo sabe todo: “Allá se
caen los muros…pura nota roja”.
El camino hacia la parte más alta se encuentra
lleno de piedras, el contacto con la neblina es más real y la vista es tal como
lo indicó previamente el niño: se ve todo el mar.
La división es evidente, ellos, los de arriba, no
tienen nada que ver con el Zihuatanejo que se encuentra abajo. Entre ambos hay una larga
distancia y una desigualdad perpetúa.
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