miércoles, 1 de agosto de 2012

Los nadies


“…Y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies
 la llamen y aunque les pique la mano izquierda,
 o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.” (Eduardo Galeano)

Se llega como se puede. Al frente la neblina y los perros deambulando mientras olfatean alguna sobra de comida que exista en cualquier esquina. “Hasta aquí llegamos, el carro ya no llega hasta allá” nos indica el chofer de la combi y abre la puerta para que los pasajeros iniciemos la aventura bajo la lluvia.

No existe ningún camino visible, hay lodo por doquier y algunas piedras que resultan más gratificantes de pisar que el resto de la ruta. Se puede observar una caravana incesante de niños, algunos van descalzos, otros sin playera y todos bajan de la única escuela de la zona: primaria Octavio Paz (y que irónicamente se encuentra en un laberinto de la soledad).

La mitad de los salones de la escuela son de cartón como las casas que la rodean; mismas que se perciben frágiles, tanto que las lonas de Abel Magaña y Ríos Piter no son suficientes para cubrirlas de la lluvia.


***
“Y se ha puesto peor, a veces todo esto se transforma en un río” me explica Don Antonio para hacerme saber que lo que observo no se compara con lo que les ha tocado vivir en años anteriores.

La colonia Buenos Aires es una de las tantas zonas de alto riesgo que existen en Zihuatanejo, carece de caminos viables y de casi todos los servicios básicos. La lluvia se ha encargado de demostrarlo.

“De repente vienen candidatos y más en estos tiempos de elecciones, pero ganan y se les olvida” expresa resignado Don Antonio, quien se muestra más preocupado por surtir lo que le falta a su tienda de abarrotes que por la lluvia que cae ante sus ojos.

Algunos, ya acostumbrados a las calles deterioradas, transcurren con habilidad admirable cada una de las brechas de la colonia. Una sombrilla en la mano derecha, un bebé en el izquierdo y dos niños al frente, son lo que lleva consigo una señora de mediana estatura que inclusive se da el tiempo de regañar a los infantes de mayor edad mientras atraviesan la calle sórdida.

La lluvia no es impedimento para que todos realicen sus actividades de forma normal, las gotas provenientes del cielo gris no representan ninguna justificación para detener sus labores cotidianas. En una esquina, se encuentra una señora con una gorra que poco o nada la cubre de las secuelas que está dejando Carlota, tiene un carro al frente de sus piernas, de esos que uno se lleva al mercado, a sus espaladas un paraguas, mismo que sostiene uno de sus ayudantes. “A 12 pesos el elote y te lo doy en bolsa para que no se te moje” grita a cada transeúnte que pasa por su vista.
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“¿Ayuda? Pues ninguna” me asegura mientras mastica la pieza de pollo… “Hay comerciales de los políticos que dicen que andan viendo a toda la gente, y sí, pero andan viendo como estamos amolados” expresa y ríe con dificultad un señor que ha vivido gran parte de su vida en dicha localidad.

Se encuentra sin playera y come dentro de su negocio de abarrotes, tiene más bolsas llenas de basura que productos que vender. Degusta cada bocado que se lleva a la boca y asegura que este año la lluvia los ha tratado bien.

“El año pasado se hizo un hoyo” me cuenta Concepción, quien vive en una parte todavía más alta de la zona. “Toda la lluvia se empezó a acumular y terminó por hacerse un agujero”.

Dice que varios políticos se han acercado y que curiosamente todos les dicen que arreglarán las calles. “Lo bueno sería que también lo cumplieran” me expresa con una sonrisa de satisfacción porque este año las lluvias no han provocado daños tan lamentables como en tiempos pasados.
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“Si te vas allá arriba puedes fotografiar bien chido el mar” me dice un niño que se niega a darme su nombre, no lleva zapatos y está empapado de pies a cabeza. “¿No tienes frío?” le pregunto ante el escurridero de gotas sobre su cara… “No, ahorita llego y me cambio” responde con total indiferencia mientras se dispone a correr por todo el lugar.

Convergencia, Buenos Aires y Ampliación; nadie acierta en decirme donde son los límites de cada colonia. “Te diría que nos separa una calle, pero pues ni hay” me explica con cierto humor un chaval que lleva unos audífonos puestos en los oídos y que no se los quita ni siquiera para explicarme la situación.

“Si quieres un reportaje chingón vete hasta arriba” me comenta mientras con su dedo me señala el horizonte, le pregunto el por qué de su afirmación y me contesta con la seguridad de quien lo sabe todo: “Allá se caen los muros…pura nota roja”.

El camino hacia la parte más alta se encuentra lleno de piedras, el contacto con la neblina es más real y la vista es tal como lo indicó previamente el niño: se ve todo el mar.

La división es evidente, ellos, los de arriba, no tienen nada que ver con el Zihuatanejo que se encuentra abajo. Entre ambos hay una larga distancia y una desigualdad perpetúa.

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