martes, 21 de agosto de 2012

"48 horas"

Víctor Ruiz.


-¡De verdad Santiago!, las cosas son así y no hay nada que podamos hacer- decía tajantemente Alejandra mientras se fumaba un cigarrillo.

Situados en un bar de una ciudad gris; Alejandra y Santiago están a 48 horas de acudir a las urnas electorales para elegir, a la que será, la próxima víctima de los periódicos durante seis años.

-Tengo 22 años Alejandra, ¿Por qué tengo que ser realista?- reclamaba Santiago mirándola a los ojos con tanto ímpetu que se había olvidado de la cerveza que desde hace varios minutos había pedido al mozo del lugar.

- ¿Es qué acaso no te das cuenta?- preguntaba Alejandra a la vez que sacaba otro cigarrillo de su bolso, como si éstos fueran necesarios para seguir la conversación. – ¡Ni dictaduras ni utopías sociales!- vociferó Alejandra al tiempo que salía la primera bocanada de humo de su boca.

¡Ni dictaduras ni utopías sociales! Se repetía Santiago una y otra vez en lo más recóndito de sus  pensamientos: ¡Ni dictaduras ni utopías sociales! Centrando la mirada en el rostro de Alejandra, Santiago buscaba una explicación. ¿Qué profundidad tenían aquellas palabras que Alejandra había expresado con tanto orgullo justo a 48 horas de una elección presidencial?

-¿Crees que el mundo no tiene remedio verdad Alejandra?

-No te olvides de Molinari- sonreía Alejandra con cierta maldad, como si hubiera conseguido llevar la conversación al punto exacto donde pretendía.

-¿Molinari? ¡Por favor Alejandra!, se trata simplemente de un personaje de una  novela de Sabato; es excelsa la obra, pero no hay nada más que decir de ella- Santiago con los ojos iracundos empezaba a denotar la desesperación que Alejandra le había provocado.- ¡Molinari mis cojones! Nada tiene que ver ni contigo, ni conmigo y mucho menos con lo que va pasar en este país dentro de 48 horas.

-¡Pero cuanta razón tenía!…mucha razón Santiago y lo sabes.

Santiago presentía que escucharía el discurso de siempre, el que Alejandra tenía ensayado con tal precisión que lograba captar la atención hasta del más distraído. Y ahí estaba Alejandra: fumando y preparando la garganta para hablar ante los bebedores consuetudinarios del lugar…

-Y Molinari dijo sabiamente: “Soy de los que piensan que no es malo que la juventud tenga en su momento ideales tan puros. Ya hay tiempo de perder luego esas ilusiones. Luego la vida le muestra a uno que el hombre no está hecho para esas sociedades utópicas. No hay ni siquiera dos hombres iguales en el mundo: uno es ambicioso, el otro es dejado; uno es activo, el otro es haragán; uno quiere progresar, el otro le importa un comino seguir toda su vida como un pobre tinterillo. En fin, para qué seguir; el hombre es por naturaleza desigual y es inútil pretender fundar sociedades donde todos los hombres sean iguales. Además observe que sería una gran injusticia: ¿Por qué un hombre trabajador ha de recibir lo mismo que un haragán? ¿Y por qué un genio, un Edison, un Henry Ford debe ser tratado lo mismo que un infeliz que ha nacido para limpiar el piso de esta sala? ¿No le parece que sería una enorme injusticia? ¿Y cómo en nombre de la justicia, precisamente en nombre de la justicia, se ha de instaurar un régimen de injusticias?- Alejandra hizo una pausa para ver si alguno de sus oyentes tenía el valor de tomar la palabra y responder a tales preguntas. No hubo alguno que tan siquiera reflejara que lo podía llegar a intentar; Alejandra con toda la seguridad que poseía prosiguió…-Y Molinari con toda su autoridad explicó: “Los años, la vida que es dura y despiadada, a uno lo van convenciendo de que esos ideales, por nobles que sean, porque sin duda que son nobilísimos, no están hechos para los hombres tal como son. Son ideales imaginados por soñadores, por poetas casi diría yo. Muy lindos, muy apropiados para escribir libros, para pronunciar discursos de barricadas, pero totalmente imposibles de llevar a la práctica. Quisiera yo verlo a un Kropotkin o a un Malatesta dirigiendo a una empresa como ésta y luchando día a día con las normas del Banco Central… Y fíjese bien que le estoy hablando de estos teóricos anarquistas, porque al menos ésos no predican la dictadura del proletariado, como los comunistas. Por eso mi lema es – aquí Alejandra subió el tono de su voz- ¡Ni dictaduras ni utopías sociales!

Los que fueron receptores del discurso de Alejandra no sabían si aplaudir, gritar eufóricamente, nombrarla candidata para la presidencia de la república o hacer todo al mismo tiempo. Al final sólo se quedaron perplejos, como si el momento que acaban de presenciar hubiera sido una gran revelación para sus vidas.

-A mi no me convences con tu discurso que ya me sé de memoria- reprochaba Santiago irritado a una Alejandra que todavía se encontraba  excitada por el momento.

Alejandra sacó el último cigarrillo que le quedaba y mientras llamaba al mozo para pedirle fuego, le dijo una vez más a Santiago: “Las cosas son así y no hay nada que podamos hacer”.

-Es un asunto de justicia Alejandra, en este país  tenemos esa deuda histórica y en 48 horas se presentará nuestra oportunidad de reivindicar aunque sea un poco el camino.

-La justicia no existe Santiago.

- Claro que existe Alejandra, ¿Qué me dices del caso de Rafael Videla en Argentina? Ahora ha sido condenado por todos los crímenes cometidos durante su dictadura.

-No seas ingenuo Santiago- Alejandra dejaba escapar una mirada que reflejaba puerilidad, como si fuera una imitación de la inocencia de Santiago- la justicia tardía resulta inútil, los muertos están muertos, y los vivos es como si también lo estuvieran.

-¿Y qué me dices de España? Los nietos de los abuelos que perdieron la guerra civil se mantienen firmes, detestando a los herederos del franquismo ¿No es éste un acto que dignifica a las parcialidades que pelearon por la república?

-¡Santiago!- Alejandra suspiraba tratando de conservar la paciencia- no me vengas hablar de una nación que se encuentra totalmente dividida y que nunca son capaces de ponerse de acuerdo ni en el más mínimo detalle.

Santiago se daba cuenta que ningún argumento haría cambiar de opinión a Alejandra. Con la mirada cabizbaja soltó la última pregunta de la noche para Alejandra, quizás la que llevaba más esperanza en sus palabras.- ¿El domingo no va cambiar este país?

-En esta nación para figurar tienes que hablar como si fueras de izquierda mientras a la par te sientas pálidamente a la derecha- le respondió Alejandra con cierto lamento, con una voz que buscaba ser un consuelo para Santiago.

Santiago y Alejandra salieron del bar, la noche ya había tomado la ciudad. Alejandra se marchó tranquilamente, sin prisa. Santiago se sintió solo, recordó al entrañable Zavalita de la novela de Vargas Llosa y se preguntó al igual que él: ¿En qué momento se jodió México?

Domingo 1 de julio, 18:00 horas. Alejandra, la amiga abogada de Santiago, ya había decidido votar por el PRI.

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