-¡De verdad Santiago!, las
cosas son así y no hay nada que podamos hacer- decía tajantemente Alejandra
mientras se fumaba un cigarrillo.
Situados en un bar de una
ciudad gris; Alejandra y Santiago están a 48 horas de acudir a las urnas
electorales para elegir, a la que será, la próxima víctima de los periódicos
durante seis años.
-Tengo 22 años Alejandra,
¿Por qué tengo que ser realista?- reclamaba Santiago mirándola a los ojos con
tanto ímpetu que se había olvidado de la cerveza que desde hace varios minutos
había pedido al mozo del lugar.
- ¿Es qué acaso no te das
cuenta?- preguntaba Alejandra a la vez que sacaba otro cigarrillo de su bolso,
como si éstos fueran necesarios para seguir la conversación. – ¡Ni dictaduras
ni utopías sociales!- vociferó Alejandra al tiempo que salía la primera
bocanada de humo de su boca.
¡Ni dictaduras ni utopías
sociales! Se repetía Santiago una y otra vez en lo más recóndito de sus pensamientos: ¡Ni dictaduras ni utopías
sociales! Centrando la mirada en el rostro de Alejandra, Santiago buscaba una
explicación. ¿Qué profundidad tenían aquellas palabras que Alejandra había
expresado con tanto orgullo justo a 48 horas de una elección presidencial?
-¿Crees que el mundo no
tiene remedio verdad Alejandra?
-No te olvides de Molinari-
sonreía Alejandra con cierta maldad, como si hubiera conseguido llevar la
conversación al punto exacto donde pretendía.
-¿Molinari? ¡Por favor
Alejandra!, se trata simplemente de un personaje de una novela de Sabato; es excelsa la obra, pero no
hay nada más que decir de ella- Santiago con los ojos iracundos empezaba a
denotar la desesperación que Alejandra le había provocado.- ¡Molinari mis
cojones! Nada tiene que ver ni contigo, ni conmigo y mucho menos con lo que va
pasar en este país dentro de 48 horas.
-¡Pero cuanta razón
tenía!…mucha razón Santiago y lo sabes.
Santiago presentía que
escucharía el discurso de siempre, el que Alejandra tenía ensayado con tal
precisión que lograba captar la atención hasta del más distraído. Y ahí estaba
Alejandra: fumando y preparando la garganta para hablar ante los bebedores
consuetudinarios del lugar…
-Y Molinari dijo sabiamente:
“Soy de los que piensan que no es malo
que la juventud tenga en su momento ideales tan puros. Ya hay tiempo de perder
luego esas ilusiones. Luego la vida le muestra a uno que el hombre no está
hecho para esas sociedades utópicas. No hay ni siquiera dos hombres iguales en
el mundo: uno es ambicioso, el otro es dejado; uno es activo, el otro es
haragán; uno quiere progresar, el otro le importa un comino seguir toda su vida
como un pobre tinterillo. En fin, para qué seguir; el hombre es por naturaleza
desigual y es inútil pretender fundar sociedades donde todos los hombres sean
iguales. Además observe que sería una gran injusticia: ¿Por qué un hombre
trabajador ha de recibir lo mismo que un haragán? ¿Y por qué un genio, un
Edison, un Henry Ford debe ser tratado lo mismo que un infeliz que ha nacido
para limpiar el piso de esta sala? ¿No le parece que sería una enorme
injusticia? ¿Y cómo en nombre de la justicia, precisamente en nombre de la
justicia, se ha de instaurar un régimen de injusticias?- Alejandra hizo una
pausa para ver si alguno de sus oyentes tenía el valor de tomar la palabra y
responder a tales preguntas. No hubo alguno que tan siquiera reflejara que lo
podía llegar a intentar; Alejandra con toda la seguridad que poseía
prosiguió…-Y Molinari con toda su autoridad explicó: “Los años, la vida que es dura y despiadada, a uno lo van
convenciendo de que esos ideales, por nobles que sean, porque sin duda que son
nobilísimos, no están hechos para los hombres tal como son. Son ideales
imaginados por soñadores, por poetas casi diría yo. Muy lindos, muy apropiados
para escribir libros, para pronunciar discursos de barricadas, pero totalmente
imposibles de llevar a la práctica. Quisiera yo verlo a un Kropotkin o a un
Malatesta dirigiendo a una empresa como ésta y luchando día a día con las
normas del Banco Central… Y fíjese bien que le estoy hablando de estos teóricos
anarquistas, porque al menos ésos no predican la dictadura del proletariado,
como los comunistas. Por eso mi lema es – aquí Alejandra subió el tono de
su voz- ¡Ni dictaduras ni utopías
sociales!
Los que fueron receptores
del discurso de Alejandra no sabían si aplaudir, gritar eufóricamente,
nombrarla candidata para la presidencia de la república o hacer todo al mismo
tiempo. Al final sólo se quedaron perplejos, como si el momento que acaban de
presenciar hubiera sido una gran revelación para sus vidas.
-A mi no me convences con tu
discurso que ya me sé de memoria- reprochaba Santiago irritado a una Alejandra
que todavía se encontraba excitada por
el momento.
Alejandra sacó el último
cigarrillo que le quedaba y mientras llamaba al mozo para pedirle fuego, le
dijo una vez más a Santiago: “Las cosas son así y no hay nada que podamos
hacer”.
-Es un asunto de justicia
Alejandra, en este país tenemos esa
deuda histórica y en 48 horas se presentará nuestra oportunidad de reivindicar
aunque sea un poco el camino.
-La justicia no existe
Santiago.
- Claro que existe
Alejandra, ¿Qué me dices del caso de Rafael Videla en Argentina? Ahora ha sido
condenado por todos los crímenes cometidos durante su dictadura.
-No seas ingenuo Santiago-
Alejandra dejaba escapar una mirada que reflejaba puerilidad, como si fuera una
imitación de la inocencia de Santiago- la justicia tardía resulta inútil, los
muertos están muertos, y los vivos es como si también lo estuvieran.
-¿Y qué me dices de España?
Los nietos de los abuelos que perdieron la guerra civil se mantienen firmes,
detestando a los herederos del franquismo ¿No es éste un acto que dignifica a
las parcialidades que pelearon por la república?
-¡Santiago!- Alejandra
suspiraba tratando de conservar la paciencia- no me vengas hablar de una nación
que se encuentra totalmente dividida y que nunca son capaces de ponerse de
acuerdo ni en el más mínimo detalle.
Santiago se daba cuenta que
ningún argumento haría cambiar de opinión a Alejandra. Con la mirada cabizbaja
soltó la última pregunta de la noche para Alejandra, quizás la que llevaba más
esperanza en sus palabras.- ¿El domingo no va cambiar este país?
-En esta nación para figurar
tienes que hablar como si fueras de izquierda mientras a la par te sientas
pálidamente a la derecha- le respondió Alejandra con cierto lamento, con una voz
que buscaba ser un consuelo para Santiago.
Santiago y Alejandra salieron
del bar, la noche ya había tomado la ciudad. Alejandra se marchó tranquilamente,
sin prisa. Santiago se sintió solo, recordó al entrañable Zavalita de la
novela de Vargas Llosa y se preguntó al igual que él: ¿En qué momento se jodió
México?
Domingo 1 de julio, 18:00
horas. Alejandra, la amiga abogada de Santiago, ya había decidido votar por el
PRI.