martes, 21 de agosto de 2012

"48 horas"

Víctor Ruiz.


-¡De verdad Santiago!, las cosas son así y no hay nada que podamos hacer- decía tajantemente Alejandra mientras se fumaba un cigarrillo.

Situados en un bar de una ciudad gris; Alejandra y Santiago están a 48 horas de acudir a las urnas electorales para elegir, a la que será, la próxima víctima de los periódicos durante seis años.

-Tengo 22 años Alejandra, ¿Por qué tengo que ser realista?- reclamaba Santiago mirándola a los ojos con tanto ímpetu que se había olvidado de la cerveza que desde hace varios minutos había pedido al mozo del lugar.

- ¿Es qué acaso no te das cuenta?- preguntaba Alejandra a la vez que sacaba otro cigarrillo de su bolso, como si éstos fueran necesarios para seguir la conversación. – ¡Ni dictaduras ni utopías sociales!- vociferó Alejandra al tiempo que salía la primera bocanada de humo de su boca.

¡Ni dictaduras ni utopías sociales! Se repetía Santiago una y otra vez en lo más recóndito de sus  pensamientos: ¡Ni dictaduras ni utopías sociales! Centrando la mirada en el rostro de Alejandra, Santiago buscaba una explicación. ¿Qué profundidad tenían aquellas palabras que Alejandra había expresado con tanto orgullo justo a 48 horas de una elección presidencial?

-¿Crees que el mundo no tiene remedio verdad Alejandra?

-No te olvides de Molinari- sonreía Alejandra con cierta maldad, como si hubiera conseguido llevar la conversación al punto exacto donde pretendía.

-¿Molinari? ¡Por favor Alejandra!, se trata simplemente de un personaje de una  novela de Sabato; es excelsa la obra, pero no hay nada más que decir de ella- Santiago con los ojos iracundos empezaba a denotar la desesperación que Alejandra le había provocado.- ¡Molinari mis cojones! Nada tiene que ver ni contigo, ni conmigo y mucho menos con lo que va pasar en este país dentro de 48 horas.

-¡Pero cuanta razón tenía!…mucha razón Santiago y lo sabes.

Santiago presentía que escucharía el discurso de siempre, el que Alejandra tenía ensayado con tal precisión que lograba captar la atención hasta del más distraído. Y ahí estaba Alejandra: fumando y preparando la garganta para hablar ante los bebedores consuetudinarios del lugar…

-Y Molinari dijo sabiamente: “Soy de los que piensan que no es malo que la juventud tenga en su momento ideales tan puros. Ya hay tiempo de perder luego esas ilusiones. Luego la vida le muestra a uno que el hombre no está hecho para esas sociedades utópicas. No hay ni siquiera dos hombres iguales en el mundo: uno es ambicioso, el otro es dejado; uno es activo, el otro es haragán; uno quiere progresar, el otro le importa un comino seguir toda su vida como un pobre tinterillo. En fin, para qué seguir; el hombre es por naturaleza desigual y es inútil pretender fundar sociedades donde todos los hombres sean iguales. Además observe que sería una gran injusticia: ¿Por qué un hombre trabajador ha de recibir lo mismo que un haragán? ¿Y por qué un genio, un Edison, un Henry Ford debe ser tratado lo mismo que un infeliz que ha nacido para limpiar el piso de esta sala? ¿No le parece que sería una enorme injusticia? ¿Y cómo en nombre de la justicia, precisamente en nombre de la justicia, se ha de instaurar un régimen de injusticias?- Alejandra hizo una pausa para ver si alguno de sus oyentes tenía el valor de tomar la palabra y responder a tales preguntas. No hubo alguno que tan siquiera reflejara que lo podía llegar a intentar; Alejandra con toda la seguridad que poseía prosiguió…-Y Molinari con toda su autoridad explicó: “Los años, la vida que es dura y despiadada, a uno lo van convenciendo de que esos ideales, por nobles que sean, porque sin duda que son nobilísimos, no están hechos para los hombres tal como son. Son ideales imaginados por soñadores, por poetas casi diría yo. Muy lindos, muy apropiados para escribir libros, para pronunciar discursos de barricadas, pero totalmente imposibles de llevar a la práctica. Quisiera yo verlo a un Kropotkin o a un Malatesta dirigiendo a una empresa como ésta y luchando día a día con las normas del Banco Central… Y fíjese bien que le estoy hablando de estos teóricos anarquistas, porque al menos ésos no predican la dictadura del proletariado, como los comunistas. Por eso mi lema es – aquí Alejandra subió el tono de su voz- ¡Ni dictaduras ni utopías sociales!

Los que fueron receptores del discurso de Alejandra no sabían si aplaudir, gritar eufóricamente, nombrarla candidata para la presidencia de la república o hacer todo al mismo tiempo. Al final sólo se quedaron perplejos, como si el momento que acaban de presenciar hubiera sido una gran revelación para sus vidas.

-A mi no me convences con tu discurso que ya me sé de memoria- reprochaba Santiago irritado a una Alejandra que todavía se encontraba  excitada por el momento.

Alejandra sacó el último cigarrillo que le quedaba y mientras llamaba al mozo para pedirle fuego, le dijo una vez más a Santiago: “Las cosas son así y no hay nada que podamos hacer”.

-Es un asunto de justicia Alejandra, en este país  tenemos esa deuda histórica y en 48 horas se presentará nuestra oportunidad de reivindicar aunque sea un poco el camino.

-La justicia no existe Santiago.

- Claro que existe Alejandra, ¿Qué me dices del caso de Rafael Videla en Argentina? Ahora ha sido condenado por todos los crímenes cometidos durante su dictadura.

-No seas ingenuo Santiago- Alejandra dejaba escapar una mirada que reflejaba puerilidad, como si fuera una imitación de la inocencia de Santiago- la justicia tardía resulta inútil, los muertos están muertos, y los vivos es como si también lo estuvieran.

-¿Y qué me dices de España? Los nietos de los abuelos que perdieron la guerra civil se mantienen firmes, detestando a los herederos del franquismo ¿No es éste un acto que dignifica a las parcialidades que pelearon por la república?

-¡Santiago!- Alejandra suspiraba tratando de conservar la paciencia- no me vengas hablar de una nación que se encuentra totalmente dividida y que nunca son capaces de ponerse de acuerdo ni en el más mínimo detalle.

Santiago se daba cuenta que ningún argumento haría cambiar de opinión a Alejandra. Con la mirada cabizbaja soltó la última pregunta de la noche para Alejandra, quizás la que llevaba más esperanza en sus palabras.- ¿El domingo no va cambiar este país?

-En esta nación para figurar tienes que hablar como si fueras de izquierda mientras a la par te sientas pálidamente a la derecha- le respondió Alejandra con cierto lamento, con una voz que buscaba ser un consuelo para Santiago.

Santiago y Alejandra salieron del bar, la noche ya había tomado la ciudad. Alejandra se marchó tranquilamente, sin prisa. Santiago se sintió solo, recordó al entrañable Zavalita de la novela de Vargas Llosa y se preguntó al igual que él: ¿En qué momento se jodió México?

Domingo 1 de julio, 18:00 horas. Alejandra, la amiga abogada de Santiago, ya había decidido votar por el PRI.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los nadies


“…Y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies
 la llamen y aunque les pique la mano izquierda,
 o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.” (Eduardo Galeano)

Se llega como se puede. Al frente la neblina y los perros deambulando mientras olfatean alguna sobra de comida que exista en cualquier esquina. “Hasta aquí llegamos, el carro ya no llega hasta allá” nos indica el chofer de la combi y abre la puerta para que los pasajeros iniciemos la aventura bajo la lluvia.

No existe ningún camino visible, hay lodo por doquier y algunas piedras que resultan más gratificantes de pisar que el resto de la ruta. Se puede observar una caravana incesante de niños, algunos van descalzos, otros sin playera y todos bajan de la única escuela de la zona: primaria Octavio Paz (y que irónicamente se encuentra en un laberinto de la soledad).

La mitad de los salones de la escuela son de cartón como las casas que la rodean; mismas que se perciben frágiles, tanto que las lonas de Abel Magaña y Ríos Piter no son suficientes para cubrirlas de la lluvia.


***
“Y se ha puesto peor, a veces todo esto se transforma en un río” me explica Don Antonio para hacerme saber que lo que observo no se compara con lo que les ha tocado vivir en años anteriores.

La colonia Buenos Aires es una de las tantas zonas de alto riesgo que existen en Zihuatanejo, carece de caminos viables y de casi todos los servicios básicos. La lluvia se ha encargado de demostrarlo.

“De repente vienen candidatos y más en estos tiempos de elecciones, pero ganan y se les olvida” expresa resignado Don Antonio, quien se muestra más preocupado por surtir lo que le falta a su tienda de abarrotes que por la lluvia que cae ante sus ojos.

Algunos, ya acostumbrados a las calles deterioradas, transcurren con habilidad admirable cada una de las brechas de la colonia. Una sombrilla en la mano derecha, un bebé en el izquierdo y dos niños al frente, son lo que lleva consigo una señora de mediana estatura que inclusive se da el tiempo de regañar a los infantes de mayor edad mientras atraviesan la calle sórdida.

La lluvia no es impedimento para que todos realicen sus actividades de forma normal, las gotas provenientes del cielo gris no representan ninguna justificación para detener sus labores cotidianas. En una esquina, se encuentra una señora con una gorra que poco o nada la cubre de las secuelas que está dejando Carlota, tiene un carro al frente de sus piernas, de esos que uno se lleva al mercado, a sus espaladas un paraguas, mismo que sostiene uno de sus ayudantes. “A 12 pesos el elote y te lo doy en bolsa para que no se te moje” grita a cada transeúnte que pasa por su vista.
***
“¿Ayuda? Pues ninguna” me asegura mientras mastica la pieza de pollo… “Hay comerciales de los políticos que dicen que andan viendo a toda la gente, y sí, pero andan viendo como estamos amolados” expresa y ríe con dificultad un señor que ha vivido gran parte de su vida en dicha localidad.

Se encuentra sin playera y come dentro de su negocio de abarrotes, tiene más bolsas llenas de basura que productos que vender. Degusta cada bocado que se lleva a la boca y asegura que este año la lluvia los ha tratado bien.

“El año pasado se hizo un hoyo” me cuenta Concepción, quien vive en una parte todavía más alta de la zona. “Toda la lluvia se empezó a acumular y terminó por hacerse un agujero”.

Dice que varios políticos se han acercado y que curiosamente todos les dicen que arreglarán las calles. “Lo bueno sería que también lo cumplieran” me expresa con una sonrisa de satisfacción porque este año las lluvias no han provocado daños tan lamentables como en tiempos pasados.
***
“Si te vas allá arriba puedes fotografiar bien chido el mar” me dice un niño que se niega a darme su nombre, no lleva zapatos y está empapado de pies a cabeza. “¿No tienes frío?” le pregunto ante el escurridero de gotas sobre su cara… “No, ahorita llego y me cambio” responde con total indiferencia mientras se dispone a correr por todo el lugar.

Convergencia, Buenos Aires y Ampliación; nadie acierta en decirme donde son los límites de cada colonia. “Te diría que nos separa una calle, pero pues ni hay” me explica con cierto humor un chaval que lleva unos audífonos puestos en los oídos y que no se los quita ni siquiera para explicarme la situación.

“Si quieres un reportaje chingón vete hasta arriba” me comenta mientras con su dedo me señala el horizonte, le pregunto el por qué de su afirmación y me contesta con la seguridad de quien lo sabe todo: “Allá se caen los muros…pura nota roja”.

El camino hacia la parte más alta se encuentra lleno de piedras, el contacto con la neblina es más real y la vista es tal como lo indicó previamente el niño: se ve todo el mar.

La división es evidente, ellos, los de arriba, no tienen nada que ver con el Zihuatanejo que se encuentra abajo. Entre ambos hay una larga distancia y una desigualdad perpetúa.

Crónica de una interminable espera


“Los hospitales son islas”… “Cada cama es un atolón rodeado de soledad en el aséptico archipiélago de una sala” (Eliseo Alberto).

Filas de gente con cara de preocupación, gestos de tensión y de tristeza. Sillas que se utilizan cuando los pies ya no responden, colchones por si la noche y el sueño se unen para derrumbarlos, garrafones de agua para resistir y veladoras a un costado para no dejar de creer.

En la esquina un puesto de tacos que erradica la hambruna generada por las horas de espera. Taxis que aguardan la salida del primer sobreviviente de ese lugar. Y a las afueras, abunda el silencio más que cualquier otra cosa.

“Acuéstate aquí” le dice una señora de piel desgastada y cansada a su compañera mientras le señala con la mirada el espacio que le reservó: un pedazo de concreto a lado del cristal. Justo ahí para que pueda observar el momento en el que por fin un médico salga de esa puerta a traer buenas noticias.

La mujer no se resiste y agotada yace su cuerpo en el piso. “Traigo cobija por si quieres”  le comenta la señora al tiempo que le hace llegar la prenda de color amarillo. Con mirada indiferente y sin moverse de su lugar se la recibe. Bastaron escasos minutos para que ésta se convirtiera en presa de Morfeo.

Todos se han transformado en pobladores de este sitio, lugar donde parece que el tiempo no avanza, espacio que evidencia que la eternidad puede dejar de ser una utopía. Su nombre es una tortura: “Sala de espera”.

Un taxi llega y trata de aproximarse lo más cerca posible de la entrada, de él, desciende un anciano que lleva consigo un suero y una cara de dolor que reclama algo de piedad. Con pasos lentos ingresa a las instalaciones, y después de ser observado por todos los presentes, se convierte en un miembro más de la pequeña sociedad.

El hospital de Zihuatanejo arropa enfermos por doquier y sus paredes son oídos que registran llantos, quejas e historias.

Una madre lamenta la condena de sufrimiento que le espera de por vida: “Ser mamá es vivir con pendiente siempre”… “Tos, diarrea y vomito"... "Todo le vino a dar a mi hija” expresa agobiada mientras masajea el estomago de la niña como solución alterna (o desesperada) ante la momentánea falta de atención.

“En 4 horas que he estado aquí he visto que llegan: desangrados, demacrados y quebrados” cuenta con entusiasmo y detalladamente un chaval de bigote firme y oscuro. Se ha ganado la atención de sus colegas, mismos que entregan su atención completa a las palabras  llenas de morbo que éste va ofreciendo.

Hay otros que prefieren expresarse por medio de los ojos. Una señora que seguramente alcanza los 60 años de edad no cesa de llorar. No articula una sola palabra. Se encuentra sentada y utiliza una toalla como pañuelo cada que las lágrimas son inevitables.

Por momentos da la impresión de que el hospital ha emitido una invitación abierta a que se sumen la mayor cantidad posible de personas a sus interiores. Los visitantes siguen aumentando, algunos llevan  topers llenos de comida y maletas que les resultan difíciles de sostener.

En la puerta que da acceso a los cuartos donde se encuentran los enfermos  se establece un vigilante que lleva un uniforme sucio y arrugado. Su rostro refleja seriedad y su persona se ha convertido en la portadora de esperanza para los que aguardan afuera.

Todos lo miran esperando que anuncie el siguiente nombre de la persona que tendrá la fortuna de pasar y recibir algún informe  sobre el estado de salud de su familiar, amigo, conocido o cualquier similitud que se tenga con el individuo que se encuentra al interior.

El vigilante ingresa al lugar y se pierde de vista por algunos minutos. Cuando regresa todos se acercan y lo miran con suspenso. Por fin grita un nombre .Una mujer es la seleccionada para  que pueda recorrer los pasillos, que en algunas ocasiones, tienen como destino final la tan temida muerte. Se da cuenta de ello y corre apresurada como si sólo tuviera unos segundos para no perder la oportunidad.

El resto regresa a sus posiciones…Aún tienen que seguir esperando. 

No quiero el divorcio


Te detesté, te aborrecí y sin previo juicio te condené por ser la culpable de una vida infeliz. Me cansaste, te llevaste todo, sí, con esa extraña fuerza que hizo hipnotizarme y adentrarme en tu macabro y delirante mundo. De verdad te odié. Con la ignominia que te ganaste a pulso: te pedí el divorcio.

Recuerdo que cuando te conocí me causaste indiferencia, pero que al pasar del tiempo me envolviste, me cautivaste y de repente ya era un neófito enamorado de todo tu ser. Me prometiste una vida llena de sabiduría, de triunfos (¿qué es el éxito?) y sobre todo me hiciste creer que jamás por ningún motivo lógico  (o irreal) yo me podría cansar de ti.

Te pedí el divorcio porque dejé de ser el de antes. Mi vida social se volvió casi nula, empecé a pasar los días enteros a tu lado. Las noches significaban la adicción de no poder dejar de observarte, de saborearte, de hacerte mía. Lo admito: me estabas volviendo loco.

No lograba entenderme con nadie. Mis colegas lamentaban que te incluyera dentro de la conversación; no querían saber nada de ti. “No empieces Víctor” siempre me recriminaban con gestos que denotaban el comienzo  de una tarde estropeada. Pero era tal mi amor enfermo que no me importaban los alegatos. Teníamos que hablar de ti.

Pasaron algunos meses donde intenté bloquearte de mi mente. “No más de ti”, era la consigna y el objetivo de cada día. Iniciaba las mañanas presumiendo que por fin te había hecho a un lado de mi vida; por las noches,  te extrañaba pero me convencía (o eso creo) que era mejor la distancia antes de que me llevaras al inexorable suicidio social.

Pero como los valientes que llevan de armadura la cobardía terminé por desenmascararme. No me podía seguir engañando. Te necesitaba para poder entender mejor el mundo, o para al menos tener tu compañía en su duro caminar.

Juan Villoro, Eliseo Alberto, Kropotkin, Hemingway, Bukowski, José Agustín, Revueltas, José Emilio Pacheco, Ibarguengoitia. A todos ellos los enviaste para que me asistieran. Uno a uno fue encargándose de mi débil estado, llenaron de vitalidad mi espíritu más que cualquier medicamento existente. Te pedí el divorcio y sin embargo nunca me dejaste solo.

¿Para qué negarlo? No tiene sentido, he aprendido a reconocerlo: soy un maldito adicto de tus encantadoras cualidades.

Como alguna vez lo hizo José Saramago ante su amada Pilar del Río, hoy yo quiero detener las manecillas del reloj. Son la 1 am. “La hora en que el mundo empezó”… Tú eres el mundo querida “lectura”. Y entregado a tu infinito misterio te expreso que no… no quiero el divorcio.

De lectores y sus enemigos


Hace apenas algunas semanas falleció el escritor Ray Bradbury, autor de la obra que marcaría el inicio de mi aún corto sendero en la literatura, me refiero a su libro “Fahrenheit 451”.

La obra narra la historia de una ciudad donde leer es el peor de los delitos, por tal razón, existe un equipo de bomberos que tiene como misión prenderle fuego a cada libro que encuentren, siempre a 451º grados.

Dentro de la sociedad se ubica un grupo disidente que opta por aprenderse de memoria cada libro que logran conseguir, son vistos y perseguidos por representar una amenaza a la nación.

La narrativa de Bradbury se distinguió por poseer una calidad de imaginación que lo hizo único y fácil de distinguir, motivo por el cual Fahrenheit 451 se posicionó como una de las grandes novelas del siglo XX.

Pero más allá del talento indiscutible que se refleja en su prosa, Fahrenheit 451 anuncia el mensaje que es claro y  que no cualquiera hasta nuestros días está dispuesto a enfrentar : “Si lees vas a ser infeliz”.

Acercarse a la lectura tiene como consecuencia descifrar y analizar realidades que con el tiempo terminan convirtiéndose en injusticias o desigualdades, mismas que se empiezan a asumir como personales y es cuando comienza la lucha infinita por conseguir un mundo más fructífero para todos.

El precio de absorber tantos libros es alto, pero vale la pena pagarlo. Alguna vez me preguntaron la razón del por qué leía, mi respuesta fue inmediata y sin pensarlo: leo porque nadie lee.

Cuando tuve en mis manos Fahrenheit 451 me advirtieron las consecuencias: vas a observar las cosas de otra manera, te empezarás a sentir diferente a los demás y quizás, solamente quizás, te vuelvas una persona anti social y con tribulaciones que cargarás en tu espalda.

No lo creí, exageraron tal vez para ponerle dramatismo y provocar que leyera a toda costa el libro, ya sea por interés o por el morbo de comprobar si eran ciertos sus presagios.

Lo única consecuencia que realmente tuve al acabar de leer el libro, fue la necesidad  insoslayable de seguir leyendo. Con el tiempo comprendí que Bradbury no había fallado en su mensaje: leer te sitúa como un enemigo del sistema.

Ray Bradbury solía decir que uno de los mayores crímenes de la humanidad era mandar a la hoguera los libros, pero que lo era aún más no leerlos. Y en ese sentido, me declaro totalmente inocente. ¿Y ustedes?

Romance en plaza pública


¿Qué representas Andrés Manuel López Obrador? ¿Por qué el anuncio de tu presencia provoca la invasión de la gente a una plaza pública donde ya te esperan eufóricos?

Hay changarros improvisados que ponen a la venta peluches, libros, discos, documentales y banderas. Todos estos objetos tienen algo en común: llevan tu cara impresa.

Pancartas que transmiten lemas de cansancio y a la vez coraje. Coraje de este México. “No somos pendejos”, “Fuera Televisa, fuera Tv Azteca”, “Prefiero morir de pie, que vivir de rodillas”  pero quizás el más llamativo y significativo en este momento se encuentra en la parte más alta de una casa: “Todos somos 132”.

Una protesta que se generó de forma espontanea en una universidad privada, terminó convirtiéndote involuntariamente en el líder de todas esas mentes inquietas que aguardaban impacientes a que México reventara, estallara.

Llegó el momento y sabes que todo esto te beneficia, no lo haces público, no intervienes en los gritos de los jóvenes, pero no hace falta decirlo. Tú también eres “132”.

“Ya está con nosotros el licenciado Andrés Manuel López Obrador” se escucha en los parlantes. Entre gritos y algarabía desciendes del auto, como estrella de rock saludas e inmediatamente te buscan abrazar, besar o al menos tocarte.

Te cuelgan collares de flores y como en cada parte de la república que has visitado inicias tu largo trayecto hacia la tarima. Las caras llenas de esperanza te hablan sobre las miles de inconformidades que tienen, las de siempre. Los fotógrafos capturan hasta el más mínimo movimiento que haces, y tú, buscas saludar a todos pero las manos no te alcanzan, los oídos  te son insuficientes para escuchar a cada uno de ellos y las palabras que liberas son tan cortas que no proyectan lo que quisieras.

“Presidente, presidente”, “No estás solo”, “Es un honor estar con Obrador”. ¿Cuántas veces habrás escuchado estas alegorías en tu andar por conseguir la presidencia?

A tu lado te acompaña la gente que ha trabajado por conseguirte más adeptos, pero también levantan el puño izquierdo a tu costado los más oportunistas. Candidatos a senadores y diputados no dejan pasar la oportunidad de incrementar puntos que los lleven a lo más alto de las tan engañosas encuestas electorales. “Si ven que Obrador me apoya, seguro gano” ha de pensar uno que otro.

Empapado de sudor subes al templete, los observas, sonríes, señalas constantemente a donde se ubican las pancartas más creativas. Ellos, desde abajo, te admiran, te aplauden, te gritan para que les otorgues tres segundos y te puedan fotografiar.

Todos miran hacia arriba, encuentran como paisaje tu figura y el cielo como fondo. Eres una especie de mesías para ellos y lo sabes. La mirada refleja que eres consciente de lo que tienes en tus manos.

Te adueñas del micrófono y para confirmar lo que está sucediendo en el país lanzas tu primera frase de la tarde sin titubear: “Viva los jóvenes”. La respuesta es inmediata y al reportero de Televisa no le queda de otra que ocultar su micrófono para cambiarlo por otro más común, uno que lo haga pasar desapercibido.

El discurso es prácticamente el mismo, pero el país también lo es. Apuntas los problemas más graves que México tiene, has detectado el cáncer de la nación y es quizás ahí donde logras tener tal empatía con tus seguidores. Les dices lo que ellos quieren oír. Y ellos escuchan lo que a diario les toca vivir.

Corrupción, desempleo, pobreza, inseguridad y violencia. Son los temas que vas abordando a lo largo de tu ponencia mientras al mismo tiempo consigues conmover a la gente que no cesa de lanzar porras cada que se le presenta una oportunidad.

“Muera el PRI” grita a lo lejos un joven con rabia y desesperación. Tú aprovechas el comentario para aclarar que la estrategia ya no es la misma, ya no hay tantas palabras agraviantes hacia la oposición como hace seis años.

Hablas de moralizar al país para ir avanzando en todos los sentidos, inclusive citas a José Martí: “Amor con amor se paga”.

Las propuestas las acompañas con frases convincentes: “No puede haber gobierno rico y pueblo pobre”, “No va ser fácil pero tengo ganas”. Explicas el proyecto de nación que tienes y  casi al final de tu discurso vociferas a todo pulmón lo que puede ser el grito con más contenido y profundidad política: “Esto va más allá de los partidos”.

Concluyes gritando “Viva Zihuatanejo”  y entonando el himno nacional, tu partida se vuelve más compleja que la llegada. Te hacen llegar papeles con múltiples peticiones, y terminas entregándoselas a una persona que forma parte de tu equipo de trabajo.

Recorres de nuevo el pasillo en busca del auto que te trajo a la costa, pero demoras minutos, muchos minutos. Los empujones empiezan aparecer y las caras ilusionadas no te quieren dejar ir, te imploran que no te vayas y tú les recuerdas que tienen una cita el próximo 1 de julio. 

De forma caótica llegas al carro, el chofer ya tiene encendido el motor, y antes de abordar el asiento saludas a todos por última vez, también haces lo mismo con los que se encuentran en los balcones de los bares y restaurantes.

Avanza a paso lento las cuatro ruedas que te transportan. Algunos insisten en verte hasta el último segundo y te acompañan de lado de tu ventanilla hasta que de apoco te vas perdiendo en las calles de Zihuatanejo. ¿Qué representas Andrés Manuel López Obrador?