Víctor Ruiz.
“No opto ni por la literatura ni por la vida, sino trato
de ir y venir de la literatura a la vida, de hacerme mejor lector en la medida
en que vivo mejor y vivo más, y de hacerme mejor vividor en la medida en que la
lectura ilumina mi vida”. (Germán Dehesa)
Yo no lo conocí. Dicen que era el pesimista más grande del mundo; pero como
él mismo decía: “Yo nunca he visto a un optimista cambiar el mundo”. Era
portugués, aunque a decir de muchos, era de todo el mundo. Comunista libertario,
ateo y eternamente soñador.
Dicen que alguna vez, en una manifestación, frente a cientos de jóvenes,
explicó que en el mundo existían dos potencias: Estados Unidos y tú. Con
grandes anteojos y una calva de norte a sur, recorría el mundo entero: desde
una universidad en Europa, hasta los altos de Chiapas con el Ejército
Zapatista.
Escribió sobre la ceguera de la humanidad, y de cómo ésta, produce los
actos más atroces, miserables e inverosímiles de la vida. Fue receptor de
críticas interminables a manos de los jerarcas de la iglesia, y todo por
escribir un “Evangelio según Jesucristo” que evidenciaba las más altas
artimañas de la institución más vieja del mundo. No claudicó. En su última
novela, “Caín”, exhibió cómo el egoísmo de la divinidad ha sujetado y
controlado el camino de los individuos siglo tras siglo.
Veía en la muerte un ente misterioso y se preguntó: ¿Qué pasaría si al día
siguiente nadie muriera? A pesar de todo, creía en las personas; pensaba que no
era utópico imaginar que podíamos vivir sin gobiernos, y ahí sí: sería el mayor
ensayo sobre la lucidez.
Pero antes de dedicarse de lleno a la literatura, fue de todo un poco:
cerrajero, mecánico, editor y periodista. Provenía de una familia humilde y esa
marca nunca la erradicó de su pensamiento.
Dicen que tenía la increíble capacidad de analizar a la sociedad y que era
un adelantado a nuestros tiempos. Supo diagnosticar cómo poco a poco el
ciudadano, dejaba de serlo, para convertirse en consumidor. Explicó en más de
una ocasión, que Coca-Cola era la única empresa en el mundo, que no necesitaba
de elecciones para seguir gobernando por todas partes.
Vivía entre tantos libros, que parecía que no había cupo para su espacio
vital; pero le era todavía más vital, tener siempre a su lado a su amada Pilar
del Río. Por ella, comenzó a vivir desde el día en que decidió parar las
manecillas del reloj, y declararle que ella era el mundo…su mundo.
Ganó el premio Nobel, pero no le fue suficiente. La mayoría asegura, que él
lo que realmente quería era un mundo más justo e igualitario. No soportaba las
injusticias, el hambre y la opresión. ¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte y no
hace nada para detener el asesinato de un ser humano?, se preguntó en una ocasión.
Toda la tragedia humana lo reflejó en cuanto texto escribió. Sabía que la
infelicidad del mundo era lo que le hacía ser escritor. Sus libros se venden
por todo el mundo y ha marcado en el alma a más de alguno. Yo soy uno de ellos.
Dicen que a la edad de 87 años, José Saramago, decidió que ya había
aportado lo suyo para conseguir un mundo diferente. Sin mucho escándalo, simplemente
cerró los párpados. Yo no lo conocí. Pero quisiera, aunque fuera solo un poco,
aprender vivir como lo hizo él.
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