Víctor Ruiz.
El día que la ibas a matar te afeitaste y te vestiste para la ocasión. “Ya
no aguanto más este asunto”, le habías dicho a tu mejor amigo días atrás. Una
relación amorosa que te tenía confundido y absolutamente desgastado. La ibas a
matar porque estabas jodidamente decidido a que era la única solución.
Lo habías planeado paso a paso, noche tras noche. Te metías en sus sueños y
ahí perfeccionabas cada detalle: entrarás a su departamento y sabrás
exactamente en qué parte de la casa estarás y la hora en que realizarás la
ejecución. Tienes calculado los segundos que te tomará activar el plan, y quién
sabe si por celos o por obsesión, pero será el crimen perfecto.
Tomas el teléfono y hablas con ella como si todo estuviera en orden. Le
deseas suerte en su trabajo, la escuchas reír fríamente y tú respondes con un
“sí” a todo lo que te dice. Estás en piloto automático y ella nada sospecha.
Cuelgas y no será hasta al anochecer cuando te encuentre en su departamento sin
que lo espere.
Hoy es el día y no quieres hablar con nadie. En el trabajo te ausentaste,
no contestas las llamadas de los amigos y a tu vecino ni el buen día le diste.
Estás concentrado y con el temple firme, digno de un asesino profesional.
Compras cigarrillos, de los que le gustan a ella, y comienzas a imaginar cada
escena.
Te aseguras de recordar cada fracaso como pareja, los malos ratos, las
sonrisas que se fueron y todas esas lágrimas que han derramado. “Es lo mejor”
te dices a ti mismo para no claudicar en los planes. La matarás y con ella el
pasado que te atormenta…el que los ha hecho tan infelices. Ya no se besan,
tampoco se acarician y a veces ni se miran. La única jodida solución, lo
piensas una y otra vez.
Has intentado rescatarla, pero no has podido. Lees en tus apuntes aquello
que decía Shakespeare: “El amor no se ve con los ojos, sino con el alma”. El
problema es que la tuya hace tiempo que se nubló. De tu cartera, sacas las
fotos, aquellas en las que sonríen hipócritamente. No especulas y las rompes
con tanto odio, como si fueran tus peores enemigos. Anhelas el anochecer. No
habrá cartas ni despedidas, sólo un final solitario.
Sales a la calle y todo te parece gris. No miras y tampoco sabes si existes
para alguien. Te dedicas a comprar todo lo que necesitas. Tienes el tiempo
justo para cada cosa, cualquier eventualidad lo arruinaría todo. Quieres,
deseas estar justo en el aire que respira, llegar a su mente y saber qué
carajos piensa en este mismo momento; pero no desesperas, todo a su tiempo y
terminas tranquilizándote.
No todo son recuerdos malos; es por eso que te es tan necesario que actúes
hoy mismo. Piensas en los poemas que juntos leyeron, las canciones que
compusieron, los viajes y las noches sin dormir. Estaban tan enteramente unidos
que no sabes en qué momento los caminos se desviaron y terminaron
estrellándose.
Callas y dejas oír a tu mente. Pides un café para contemplar cómo el sol se
va apagando; fumas y esperas a que se llegue la hora. Caminas tranquilo, aún
hay tiempo y nunca te habías sentido tan seguro. Nada puede fallar. Recorriste
con anticipación cada uno de tus sentimientos y decidiste cuáles tenías que
matar.
Entras al departamento y lo encuentras como lo imaginaste: sus zapatos
tirados en el lugar de siempre, la comida que está a punto de echarse a perder,
las colillas de cigarro en la sala, la ventana abierta de par en par y la foto
de ambos empolvada en la pared.
No te detienes a mirar más. Comienzas a limpiar y a acomodar las velas que
compraste. Si la vas a matar… que sea con elegancia, lo piensas de nuevo como
asesino profesional. Cierras las cortinas, apagas la luz y enciendes la música.
No quieres testigos de lo que en 30 minutos exactos va a suceder.
Haz decorado todo el lugar y ya no sabes si tu mente ahora es la de un
sicópata. Esperas de pie su llegada, quieres que el impacto sea directo y
sorpresivo. Observas por la ventana cómo baja del autobús y la sigues con la
mirada hasta que entra al edificio. Vas escuchando sus tacones subir uno a uno
los escalones, 25 en total. Estás listo. Gira la llave en la chapa. Abre la
puerta y al verte suelta su bolso producto de la sorpresa. No demoras más, te
acercas y le dices lo que tanto tiempo planeaste: “Mi amor, matemos los malos
tiempos y comencemos de nuevo… Yo te amo”.