Víctor Ruiz.
“De los exámenes no saca nada bueno y
recibe, por el contrario, gérmenes de mucho malo el alumno. A más de las
enfermedades físicas susodichas, sobre todo las del sistema nervioso y acaso de
una muerte temprana, los elementos morales que inicia en la conciencia del niño
ese acto inmoral calificado de examen son: la vanidad enloquecedora de los
altamente premiados; la envidia roedora y la humillación, obstáculo de sanas
iniciativas, en los que han claudicado; y en unos y en otros, y en todos, los
albores de la mayoría de los sentimientos que forman los matices del egoísmo”.
(Francisco Ferrer Guardia)
Dicen que olía a libertad. Los niños que entraban a esa escuela, nunca lo
hacían formados, ni tampoco en desorden, hay que decirlo. Era una especie de
anarquía: orden sin gobierno. Tampoco iban uniformados; la ropa era elección libre.
Por extraño que parezca, los niños jamás reprochaban que sus padres los
llevaran a la escuela; en cambio, si llegaban a faltar, los llantos eran
prolongados e incontrolables. “¡A mí me gusta ir a la escuela!”, reclamaban
entre lágrimas y mocos. Siete días a la semana. Sí, el domingo también asistían
los padres para participar en las actividades colectivas.
En esta escuela no se podía trabajar de otra forma que no fuera en
conjunto. La individualidad y el egoísmo estaban erradicados. “Solidaridad”,
era la palabra y acción clave. Los alumnos por medio de asambleas decidían qué
querían aprender cada día; jamás se sentaban verticalmente, todo era un
círculo, para poder así, mirarse a los ojos unos con otros. Al final de cada
clase, hacían la limpieza del salón repartiéndose las labores. Y por supuesto,
no existían las distinciones de clases, razas y sexo. El pobre con el rico; el
negro con el blanco; el hombre y la mujer; el humano con el mundo.
La cuestión económica no resultó un problema para poder ser parte de la
escuela. Si el niño era de bajos recursos económicos, se le apoyaba con una
beca; al alumno que estaba mejor posicionado monetariamente, se le cobraba lo
justo y nada más.
El profesorado caminaba en la misma sintonía, también eran libres. Trataban
al alumno por igual y nunca lo etiquetaban con algún número. Nadie era un 5, 8
o 10. Los exámenes no existían y mucho menos los premios o castigos. Las
lecciones que impartían eran positivistas; es decir, todo el conocimiento
transmitido era a través de la ciencia. Solamente verdades conquistadas y nunca
dogmas esclavizadores.
La naturaleza jugaba un papel importante dentro de la escuela. El
acercamiento de los alumnos con ella, los hacía tener más tacto y sensibilidad
ante el mundo que los rodeaba. Cuidar el planeta, era una forma de respetar a
la humanidad entera. Las visitas a las fábricas y talleres, también venían
incluidas como parte del programa educativo, éstas tenían la única intención de
que el alumno conociera y valorara el trabajo del obrero.
Pero las actividades de la escuela no se limitaban en lo interno.
Constantemente, se realizaban boletines donde se le informaba a la sociedad
sobre los avances de los alumnos, y además, se explicaba qué era eso que
llamaban “educación libertaria”. Estos comunicados, sirvieron en demasías
ocasiones, para que la escuela fuera un buzón de quejas, donde padres de
familia ajenos a la institución, hacían llegar sus reclamos explicando que sus
hijos sufrían de maltratos físicos y psicológicos en otras escuelas.
La escuela moderna se convirtió en el ejemplo real de cómo educar
libremente. Por ello, el personal que laboraba dentro de la institución (desde
profesor hasta bibliotecario), tenía que entender de manera clara lo que era la
libertad. Cursos continuos que se impartían ahí mismo sirvieron para afianzar
los conceptos.
Fue tanto el impacto y la proyección que logró la escuela moderna, que los
altos poderes comenzaron a temer y preocuparse. Es bien sabido que una sociedad
informada y libre, daría como resultado la caída del opresor.
Es España en el año de 1906, el último en que funcionó la escuela moderna.
La realeza y el clero consiguieron que se clausurara. Tres años más tarde, el
fundador, Francisco Ferrer Guardia, fue condenado a muerte acusado de conspirar
contra la iglesia. Era el fin de la escuela moderna.
Posteriormente, se dictaminó que nunca más se podría abrir una escuela que
contuviera programas parecidos al de Ferrer Guardia. La escuela moderna estuvo
activa de 1901 a 1906. Fueron cinco años, relativamente pocos. La pedagogía
libertaria no alcanzo a toda una generación como hubiera querido cualquier
pensador humanista.
¿Pero saben qué es lo mejor de esta historia? Que la libertad y la
solidaridad, por un tiempo, fueron verdad.
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