Víctor Ruiz.
I
Cuando despertó, no pudo ver a los suyos por ningún lado. Su tribu
desapareció sin explicación, como si una tormenta se los hubiera llevado sin
dejar rastro. Lucy no entendía nada. Solamente sintió un dolor extraño en el
pecho que le hizo derramar agua por los ojos. Ese día, Lucy lloró por primera
vez.
Tenía 20 años, medía 1 m. aproximadamente y estaba embarazada. Por instinto, más que por
razonamiento, Lucy buscó por varias horas en los alrededores a sus compañeros.
No encontró una sola pista, tampoco huellas en la tierra seca; Lucy se rindió bajo
el pesado sol que llegaba directamente a su rostro.
Tuvieron que pasar más horas,-o días-, para que Lucy lograra entender que
de verdad estaba sola. En el interior de su cuerpo, tenía a un ser que todavía
se negaba a conocer la vida exterior; por lo demás, era Lucy y el mundo, y nada
más.
El hambre y la sed obligaron a Lucy a ponerse de pie. La necesidad del
alimento y agua le hicieron caminar encorvada por un tiempo incalculable.
Caminó kilómetros, algunas veces con el sol en la espalda, otras con la lluvia
de frente y en ocasiones con la neblina por todas partes.
Había estado así por un tiempo, llegando al último grado de la
sobrevivencia: resistiendo todo los cambios climáticos posibles, escapando de
animales salvajes y durmiendo en ásperas tierras. Cuando su cuerpo parecía que
no reaccionaría más y se derrumbaría en cualquier parte a esperar la muerte,
sus anchas orejas alcanzaron a detectar un sonido. Era un ruido incesante, como
si se tratara de algo que corría y que no daba indicios de que fuera a parar.
Lucy se apresuró desesperadamente tras el eco, y llegando al precipicio de una
montaña, pudo ver a lo lejos que se trataba de un río. Observó entusiasmada
como el agua se deslizaba a toda velocidad y respiró con tal profundidad que
parecía que era la última exhalación de aire en la tierra.
Bajó y bebió el agua enérgicamente. Lo hizo durante un largo lapso hasta
que consiguió saciar cada parte de su cuerpo. Lucy experimentó una sensación de
satisfacción. Se sentía tranquila, y sin darse cuenta, había vencido a la vida;
se enfrentó a ella y a su naturaleza logrando salir victoriosa.
II
Eran medio metro más altos que ella, tenían la columna un poco más recta y
sus manos se movían con mayor habilidad. Lucy los miró perpleja, casi con
miedo. Ellos, la habían rodeado en la orilla del río, la observaban con
atención y a la vez con sorpresa, se podría decir que la miraban como si fuera
una cosa extravagante.
Así se mantuvieron unos instantes mientras amagaban con atacarla. Lucy, que
se sentía totalmente indefensa, se resignaba a bajar la cabeza en señal de
sumisión. La tribu reconoció en Lucy, a un ser que era incapaz de agredirlos,
no sólo por las limitaciones físicas, sino por el temor que provocaban en ella.
Con el tiempo, le permitieron acompañar a la tribu, mas nunca integrarse.
Podía comer, beber y dormir junto a ellos, pero jamás la dejaban participar en
alguna de sus actividades. Siempre era vista como la especie extraña e
inferior. Si Lucy intentaba ayudar al resto de hembras, era desplazada; si
pretendía cargar objetos, ni siquiera le permitían intentar.
El rechazo constante fue causando efecto en Lucy. Cada día lo dedicó a
pasarlo a la orilla del río, que a pesar de que tenía prohibido introducirse en
él, era su lugar favorito de la región. Cuando se llegaba la noche, solía subir
a la montaña a observar el cielo hasta que el sueño la vencía.
III
Los machos habían partido en busca del alimento del día y no regresarían
hasta el atardecer. Las hembras, que siempre eran las primeras en despestar,
estaban al cuidado de los más pequeños y en ellos concentraban toda su atención.
Lucy, como de costumbre, se encontraba en la orilla del río escuchando al agua
correr. Era el único lugar donde podía experimentar tranquilidad y paz, además
de que era un sitio donde el resto de la tribu no acostumbraba a visitar.
En aquel momento, justo cuando la corriente tomaba más fuerza, Lucy observó
como uno de los integrantes más chicos de la tribu se acercaba lentamente al
río. A lo lejos, intentó prevenirlo con alaridos y movimientos para que se detuviera. El
pequeño la ignoró y sin poder evitarlo cayó a las profundidades de las aguas.
Lucy desesperadamente corrió por todas partes. Se acercó a donde se
encontraban el resto de las hembras e intentó llamar su atención, pero éstas
hicieron como si ni siquiera existiera y continuaron con sus labores. Después
del fracaso, Lucy regresó al río y se percató que el pequeño se ahogaba
lentamente. Con el impulso que le provocó la situación, Lucy se introdujo en el
río y lucho a contra corriente para tratar de alcanzarlo. Cuando logró llegar a
él, lo tomó con sus cortos brazos, y sin saber de dónde le surgió la fuerza,
consiguió arrojarlo a la superficie.
Lucy intentó regresar a la orilla del río, pero el cuerpo no le respondió
más. Trató de avanzar una y otra vez, insistió, se aferró a la vida. La
corriente se la llevó poco a poco, hasta que se perdió de vista. La tribu nunca
se enteró del accidente y de ella no volvieron saber nunca más. Ese día, fue el
último que Lucy pudo sentir las brisas de agua en su rostro.
IV
El 24 de Noviembre de 1974, el estadounidense Donald Johanson, encontró a
las orillas de Etiopía un esqueleto conformado por 52 huesos. Se trataba de una
hembra que tenía cerca de 3 millones de años de antigüedad. El grupo de
investigadores que acompañaban a Johanson, decidió que tenían que llamar al
fósil de alguna manera. La nombraron:
“Lucy”.
Magnífico relato de la posibilidad. Recreas con buen tino el mundo prehistórico y desde allí, con ojo de antropólogo y pluma de cronista lo que pudo ser la historia de Lucy. Gracias. Lo leí con ganas y gusto.
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