Víctor Ruiz.
Les escribo desde mi locura. O al menos eso dice la gente, que soy un loco
de remate y sin remedio. Bueno, nunca me lo han dicho en mi cara; pero lo noto
cuando me esquivan por las calles, lo percibo en sus miradas de desprecio y en
la manera en que nunca nadie me dirige la palabra.
Sin embargo, he escuchado lo que se dice de mí. Cuentan que enloquecí el
día que la policía me golpeó casi hasta morir en una manifestación, allá por el
71. No sé por qué se les ocurren tantos disparates. Yo, siendo un tipo tan
formal con este saco gris, jamás podría haber participado en una revuelta de
ésas.
Siempre me pregunto cómo se atreve la gente a rechazarme día a día. ¿Acaso
no mirarán lo formal y bien parecido que
soy? Ojos claros, delgado, cabellera rubia y una piel bronceada; soy todo lo
que ellos desearían pero nunca podrán ser. ¿Envidia? Sí, seguramente de eso se
trata.
No los culpo, entiendo perfectamente su patética vida. Es tan absurda la
manera en que viven. Siempre están corriendo, corren por aquí y por allá. Es
como si todos fueran una copia exacta del que tienen a un lado. Creo que yo fui
elegido para hacer la diferencia: ser la minoría absoluta.
Ha de ser terrible vivir de esa manera. Debería mirarlos con compasión,
pero creo que ni eso se merecen. Quizás, yo no pertenezca a este lugar; debo de
ser de un sitio lejano, donde la gente se mira a los ojos constantemente.
Créanme que no lo digo por vanidad. Son tantas las cosas que no comprendo
de los que me rodean. Si lo piensan, entre ellos también se desprecian, es sólo
que lo hacen de una forma más discreta. Se saludan, se preguntan mutuamente por
la familia, incluso se abrazan y se desean buena suerte. He aprendido a
mirarlos y con ellos a la hipocresía. Sin embargo, conmigo es como si se
adjudicarán el derecho de despreciarme abiertamente, sin tapujos y restricciones.
No conformes con pisotearme, se dedican a perseguirme. Todos los días tengo
que estar huyendo de la ambulancia que me busca desesperadamente para llevarme
al manicomio. Aseguran que soy un tipo peligroso. ¿Peligroso? Yo a ellos los he
visto robar y traicionarse; he presenciado la manera en que se insultan los
unos a los otros. ¿Quiénes son los que deberían estar encerrados?
Tengo la sospecha de que más que un sujeto peligroso, me consideran una
basura. Soy todo lo sórdido que daña la imagen de la ciudad. Les urge limpiar
sus calles de gente como yo. Imagínense a todos esos turistas, llegan
sonrientes y dispuestos a entregar sus billetes, lo que menos quieren es
encontrar a personas que les contaminen sus pupilas.
Supongo que esa forma en que se auto engañan les resulta placentero.
Caminan sonriendo para disimular el infierno que están pasando; se observan en
los espejos tratando de olvidar que son muertos vivientes. ¿Saben? Es como si
miraran alrededor con los ojos cerrados.
Entre todos, hay algunos que son más desquiciados. Presumen de poseer
credenciales y uniformes que los hacen superiores. Ésos, no sólo me miran a mí
desde arriba, lo hacen con todo mundo. Creo que me provocan cierta lástima,
deben tener el alma desgarrada.
Sobra decir que no tengo amigos. Mi familia también decidió que yo era un
demente y con el tiempo poco a poco se fueron olvidando de que existía.
Yo también los expulsé de mis recuerdos al saber que estaba condenado a morir
en soledad.
Ahora, solamente llevo conmigo esta libreta. Escribo todo el tiempo. Me
gusta plasmar en letras lo horroroso que es el mundo desde mis ojos. Nunca lo
dejo de hacer, en cierta forma me apasiona. ¿Para qué escribo? Pienso que es la única manera de darme
fuerzas, de recordarme que aún debo seguir de pie aunque a nadie le importe.
Si alguien encuentra algún día mis cartas, se dará cuenta de la vida que me
tocó llevar. Las leerá una por una y se percatará que en cada una de ellas mi
conclusión siempre fue la misma: Todos, absolutamente todos…están locos.
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