Hernán Cresta
Para la Comunidad Ecológica Jardines de la Mintzita,
por enseñarnos que resistir es igual a vivir.
“Muchos de los
desheredados del planeta, habitantes de los países del sur, se encuentran
paradójicamente en mejor posición que la nuestra ante el colapso que se
avecina. ¿Por qué? Viven en pequeñas comunidades humanas, han mantenido una
vida social mucho más rica que la nuestra, han preservado una relación mucho más
fluida con el medio natural; son mucho más independientes de lo que somos
nosotros.
Piensa en lo que
puede pasar en un país como el nuestro si dejan de llegar los suministros del
petróleo, todo esto de desmorona de la noche a la mañana”. (Ramón Fernández
Durán)
Capítulo
I
Ya habían pasado
72 horas y del fondo solamente provenía un goteo constante, un tic-tac que no
cesaba y que se extendía por toda la ciudad. El ruido era una tortura que se
opacaba de vez en vez, cuando alguna lejana voz aparecía por escasos segundos.
No es que el goteo y el tic-tac no hubieran existido antes, siempre estuvieron
ahí, pero pertenecían a esos detalles que no detectamos hasta que son lo último
que nos queda.
La gente tenía
pánico. En 72 horas habían dejado de ser los humanos dominantes para ser
convertidos en prácticamente NADA. Y no es que hubieran perdido alguna
capacidad física o su intelecto se haya desmoronado, pero hasta hace 72 horas,
no creían que lo que les rodeaba fuera tan importante.
En 24 horas los
robos se habían triplicado al grado de que no existía estadística que pudiera
medir lo insólito. En 48 horas ya no había más mercancía que tomar y en 72
horas la Policía de la ciudad se había declarado incapaz de controlar algo para
lo que nunca fueron entrenados.
Casi por
instinto, en un inicio, las personas se habían declarado la guerra para tratar
de acumular todo el dinero posible, pero a las pocas horas se percataron de lo
inservible que era aquello por lo que habían entregado su vida por tantos años.
El dinero, que hasta hace 72 horas movía el mundo, se había reducido a unos
trozos de papel insignificantes que estorbaban porque ya no funcionaban para
vivir.
Todo tipo de
servicios ofrecidos por el Estado estaban paralizados y aunque la reacción
natural hubiera sido una revuelta para conseguir una mínima atención, la
realidad es que aquel ser humano superior ahora era débil, con una vida apagada
y triste.
Los llamados de
ayuda internacional de poco sirvieron, pues los países no mostraron interés por
un sitio al cual ya no le podían sacar ningún beneficio, por lo que el
siguiente paso fue desaparecer de la prensa el conflicto que tenía una ciudad
que en 72 horas había sido borrada de la geografía mundial.
El apocalipsis
había llegado, decían los religiosos; sin embargo, el tic-tac que no cesaba,
paradójicamente anunciaba que llegaba la hora de lo que tanto se advirtió y que
pocos hicieron caso: el agua se había extinguido.
Capítulo
II
Se suele decir
que todo tiempo pasado fue mejor. La nostalgia, el recuerdo y lo que ya no
puede volver a ser, hace creer a las personas que el presente no merece
siquiera tener un gramo de comparación con lo que vivieron hace tan solo
algunos años (horas). Cuando el agua era algo insignificante, o al menos eso
creían, las vidas transcurrían entre el placer, los proyectos y las ambiciones
a futuro, un futuro que era inimaginable que pudiera ser detenido
repentinamente.
El grueso de la
población, perteneciente a la clase trabajadora de la ciudad, vivía y se
esforzaba día a día para negarse esa condición. Entre deudas adquiridas con
todo tipo de instituciones bancarias, lujos superficiales proyectados en sus
televisores, vicios que exhibían durante los fines de semana y una vida alejada
de cualquier tipo de conflicto social, los seres humanos de este lugar
caminaban aparentemente satisfechos, aunque siempre incompletos.
Más abajo,
existían aquellos que en realidad no existían, ni siquiera para la propia clase
trabajadora de la ciudad. Restringidos en su derecho de comer, vestir y vivir,
eran despreciados por la mayoría y muchos anhelaban que fueran exterminados sin
que quedara rastro alguno de sus cuerpos.
Para los de
arriba; es decir, para los que dictaminaban el engranaje de la ciudad, el
actuar de todos estos sectores no representaba ningún peligro, sino al
contrario, todos ellos se sometían voluntariamente al juego que los poderosos
establecían y que hacía que la rueda, su rueda, continuara girando vorazmente
sobre la vida de cada uno de los habitantes de la ciudad.
En nombre del
“progreso”, los de arriba engañaban, explotaban, actuaban, despojaban,
decidían, imponían, humillaban y asesinaban; todo esto cuantas veces quisieran.
Ocultados en los gobiernos de turno, este selecto grupo que nadie conocía,
ofrecía falsos caminos a la modernidad, empleos de condiciones y salarios
precarios, viviendas que no tenían monto final a pagar y vendían una supuesta
felicidad.
Acaparados y
enfermos de poder, los de arriba no se conformaban con hacer de la ciudad su
propiedad, sino que expandían sus inversiones a las pocas zonas donde todavía
se tenían recursos naturales, donde la vida seguía siendo lo más importante. No actuaban solos, los
medios de comunicación eran sus mejores aliados. Cada mañana, la prensa se
encargaba de filtrar en el pensamiento de su auditorio las supuestas bondades
del “progreso”, pero al mismo tiempo, provocaban en el espectador el
sentimiento de odio sobre aquéllos que se atrevieran a pensar lo contrario.
Capítulo
III
“Pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe”
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe”
(“El sur también existe”, Mario Benedetti)
La comunidad es lo más importante. Las decisiones se toman en conjunto, sin
imposición y sin líderes de por medio. Aquí, al sur de la ciudad, el hablar es
tan importante como el escuchar. Así, de a poco van construyendo otro camino,
hablando-escuchando, pero no solamente entre ellos, sino también con la Madre
Tierra.
El agua es la vida, dicen en cada oportunidad. Por ello, cuidan con amor y
respeto aquel manantial que les dota de vida. Lo mantienen limpio, lo aprecian
y lo defienden. Pero no solo eso, también difunden mensaje tan importante a
cuantas personas se acerquen a ellos. Hablan sobre lo infuncional que sería
este mundo sin agua, ejemplifican, muestran y enseñan que su protección es
posible.
Resisten, viven. Alejados de los yugos del capitalismo, practican el
trueque e invitan a los demás a que el dinero no los encadene. Otro mundo sí es
posible, aseguran. Siembran y cosechan sus alimentos, siempre respetando a la
Madre Tierra que los ha adoptado con ternura y cariño.
Trabajan en colectivo y en colectivo se dedican a conocerse. Pasan horas
mirándose, como lo hacían nuestros antepasados. Piensan, reflexionan, analizan
y discuten el mundo que les rodea. Proponen y a partir de ahí comienzan a
construir.
Los niños de la comunidad van aprendiendo y se forman valores como la
solidaridad, pero también se divierten con los talleres de pintura, de música,
de baile y todo aquello que les despierta su imaginación y su creatividad. “¡Aquí
somos muchos!”, les dicen a sus padres cuando éstos se desaniman.
Sin embargo la comunidad sufre de hostigamiento, los pretenden despojar y
convertir en mercancía. Pero resisten, una y otra vez. El enemigo insiste, pero
a la comunidad se le van agregando más brazos y más corazones. El enemigo ya no
sabe cómo hacer, por eso los calumnian y los fichan como personas peligrosas;
pero nada de eso funciona, el otro mundo ya está caminando.
Ante la hecatombe que se vive en la ciudad, a la comunidad la Madre Tierra
los ha respetado, les sigue dando resguardo como a uno más de sus hijos. En la
comunidad no hay caos, sino orden y armonía. El agua sigue fluyendo como la
vida misma.
Capítulo IV
El plan es siniestro: han decidido que llegarán al manantial, el único
punto con vida (agua) todavía, para despojar a la comunidad que lo resguarda;
posteriormente, el grupo selecto procederá a privatizarlo y cobrará altas
tarifas a los habitantes de la ciudad para que puedan tener una ración mínima
de agua mensualmente.
Es la última oportunidad que tienen ante la agonía que viven. Pretenden
adueñarse del agua y así recuperar su posición económica. Para lograrlo, han
conformado proyectos de desarrollo que se consolidan a través de los gobiernos
que están a su disposición.
Pero la ambición no tiene límites. Sin ningún tipo de tapujo, han expresado
sus intenciones de hacer de esta zona un lugar turístico, lleno de cabañas,
lanchas, tirolesas, juegos mecánicos y restaurantes de primer nivel.
Ante la población se han autonombrando como los salvadores, como la única
opción que existe para salir de este caos que reina en la ciudad. De a poco, trabajan en la percepción de la
gente y les hacen creer que existe una comunidad en el sur que se está
oponiendo al progreso de la humanidad.
Han hecho llamar a las pocas fuerzas policiales que sobreviven en la
ciudad. A los medios de comunicación, ya les han indicado el guion que deben
seguir durante los noticieros. La acción pretende ser llevada por la noche,
cuando el fascismo y la represión muestran más cómodamente sus garras. La maquinaria
se encuentra lista para comenzar a excavar cuanta tierra sea necesaria, pero…
Capítulo V
Los pobladores han dejado de temer y lo que hace días era una tortura, se
ha convertido en un llamado de esperanza. Tuvieron que tocar fondo para volver
a mirarse y reconocerse, como no lo hacían desde hace tiempo.
No todo estaba perdido, los habitantes de la ciudad se dieron cuenta que
podían/sabían organizarse. Desde cero, están aprendiendo a vivir con humildad y
erradicando las diferencias sociales. Mano a mano comienzan a reconstruir su
ciudad, a renacer en sus vidas.
En este camino, se encontraron con la comunidad del sur, de la que hasta
hace no mucho no sabían nada. De ellos aprendieron a valorar al ser humano sobre
lo material y la comunidad aprendió de la valentía que tenían todas estas
personas para iniciar otro camino, lejos de las etiquetas que los habían
acompañado durante sus vidas.
La ciudad ha vuelto a ser un espacio donde predomina la razón y el miedo se
va esparciendo con los recuerdos de un pasado lleno de soledad. Al amanecer,
los habitantes se organizan y acuden al manantial para cuidarlo junto a la
comunidad. Son faenas inusuales que agilizan la limpia del manto acuífero. Lo
que antes se realizaba en un día entero, ahora en dos horas estaba concluido; esto
permite un mayor tiempo para la convivencia y la realización de diversas
actividades.
Capítulo VI
Cerca de la media noche, el pelotón de elementos policiacos armados de
fusiles comenzó a avanzar por la carretera. A sus espaldas, cinco maquinarias
les seguían a paso lento. Un poco más atrás, un par de automóviles de lujo y
con vidrios polarizados mantenían una distancia prudente.
Los policías caminaban confundidos, pues aunque era evidente que no había
más presencia humana que la de ellos, el goteo no cesaba y se intensificaba a
cada paso que daban. La orden había sido no dar un paso atrás sin importar lo
que tuvieran enfrente, pero más de alguno pensó en claudicar a mitad del
trayecto.
La operación estaba planificada para que no tuviera una duración de más de
una hora. Si encontraban oposición, la indicación era clara: asesinen sin
tregua. En la recta final antes de llegar al manantial, los policías y los
hombres que conducían las maquinarias fueron presos de un frío terrible, como
si estuvieran ingresando a una zona congelada.
El goteo se presentaba como algo ensordecedor y ya sea por el frío o por el
miedo, los policías comenzaron a tambalearse al grado de que les resultaba
sumamente difícil mantenerse firmes. “¡Avancen, avancen!”, gritaba el
comandante a sus elementos, pero éstos eran incapaces de sostener un ritmo
decente y propio de un cuerpo de
seguridad adiestrado.
Cuando por fin dieron con el manantial, la sorpresa fue mayúscula. Algunos
elementos arrojaron sus armas al suelo, otros se derrumbaron sobre la tierra
para quedar inmóviles y unos más intentaron huir inútilmente.
Ante sus ojos, el goteo inacabable se había convertido en un inmenso río.
Eran miles de gotas congregadas, resistiendo. El comandante quiso pelear, pero
la fuerza de las aguas lo derribó inmediatamente sin oportunidad de recuperarse.
Atónitos, todos observaron lo que sus retinas no terminaban de comprender:
el río comenzó a desplazarse sobre ellos, sin esfuerzo. Las gotas que en un
inicio eran lejanas, ahora eran un potente río que se dirigía hacia la ciudad.
Era la vida venciendo a la muerte.
¡Salud!
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