lunes, 25 de abril de 2016

“72 horas”





Hernán Cresta




Para la Comunidad Ecológica Jardines de la Mintzita, por enseñarnos que resistir es igual a vivir.

“Muchos de los desheredados del planeta, habitantes de los países del sur, se encuentran paradójicamente en mejor posición que la nuestra ante el colapso que se avecina. ¿Por qué? Viven en pequeñas comunidades humanas, han mantenido una vida social mucho más rica que la nuestra, han preservado una relación mucho más fluida con el medio natural; son mucho más independientes de lo que somos nosotros.

Piensa en lo que puede pasar en un país como el nuestro si dejan de llegar los suministros del petróleo, todo esto de desmorona de la noche a la mañana”. (Ramón Fernández Durán)


Capítulo I

Ya habían pasado 72 horas y del fondo solamente provenía un goteo constante, un tic-tac que no cesaba y que se extendía por toda la ciudad. El ruido era una tortura que se opacaba de vez en vez, cuando alguna lejana voz aparecía por escasos segundos. No es que el goteo y el tic-tac no hubieran existido antes, siempre estuvieron ahí, pero pertenecían a esos detalles que no detectamos hasta que son lo último que nos queda.

La gente tenía pánico. En 72 horas habían dejado de ser los humanos dominantes para ser convertidos en prácticamente NADA. Y no es que hubieran perdido alguna capacidad física o su intelecto se haya desmoronado, pero hasta hace 72 horas, no creían que lo que les rodeaba fuera tan importante.
En 24 horas los robos se habían triplicado al grado de que no existía estadística que pudiera medir lo insólito. En 48 horas ya no había más mercancía que tomar y en 72 horas la Policía de la ciudad se había declarado incapaz de controlar algo para lo que nunca fueron entrenados.

Casi por instinto, en un inicio, las personas se habían declarado la guerra para tratar de acumular todo el dinero posible, pero a las pocas horas se percataron de lo inservible que era aquello por lo que habían entregado su vida por tantos años. El dinero, que hasta hace 72 horas movía el mundo, se había reducido a unos trozos de papel insignificantes que estorbaban porque ya no funcionaban para vivir.

Todo tipo de servicios ofrecidos por el Estado estaban paralizados y aunque la reacción natural hubiera sido una revuelta para conseguir una mínima atención, la realidad es que aquel ser humano superior ahora era débil, con una vida apagada y triste.

Los llamados de ayuda internacional de poco sirvieron, pues los países no mostraron interés por un sitio al cual ya no le podían sacar ningún beneficio, por lo que el siguiente paso fue desaparecer de la prensa el conflicto que tenía una ciudad que en 72 horas había sido borrada de la geografía mundial.

El apocalipsis había llegado, decían los religiosos; sin embargo, el tic-tac que no cesaba, paradójicamente anunciaba que llegaba la hora de lo que tanto se advirtió y que pocos hicieron caso: el agua se había extinguido.

Capítulo II

Se suele decir que todo tiempo pasado fue mejor. La nostalgia, el recuerdo y lo que ya no puede volver a ser, hace creer a las personas que el presente no merece siquiera tener un gramo de comparación con lo que vivieron hace tan solo algunos años (horas). Cuando el agua era algo insignificante, o al menos eso creían, las vidas transcurrían entre el placer, los proyectos y las ambiciones a futuro, un futuro que era inimaginable que pudiera ser detenido repentinamente.

El grueso de la población, perteneciente a la clase trabajadora de la ciudad, vivía y se esforzaba día a día para negarse esa condición. Entre deudas adquiridas con todo tipo de instituciones bancarias, lujos superficiales proyectados en sus televisores, vicios que exhibían durante los fines de semana y una vida alejada de cualquier tipo de conflicto social, los seres humanos de este lugar caminaban aparentemente satisfechos, aunque siempre incompletos.

Más abajo, existían aquellos que en realidad no existían, ni siquiera para la propia clase trabajadora de la ciudad. Restringidos en su derecho de comer, vestir y vivir, eran despreciados por la mayoría y muchos anhelaban que fueran exterminados sin que quedara rastro alguno de sus cuerpos.

Para los de arriba; es decir, para los que dictaminaban el engranaje de la ciudad, el actuar de todos estos sectores no representaba ningún peligro, sino al contrario, todos ellos se sometían voluntariamente al juego que los poderosos establecían y que hacía que la rueda, su rueda, continuara girando vorazmente sobre la vida de cada uno de los habitantes de la ciudad.

En nombre del “progreso”, los de arriba engañaban, explotaban, actuaban, despojaban, decidían, imponían, humillaban y asesinaban; todo esto cuantas veces quisieran. Ocultados en los gobiernos de turno, este selecto grupo que nadie conocía, ofrecía falsos caminos a la modernidad, empleos de condiciones y salarios precarios, viviendas que no tenían monto final a pagar y vendían una supuesta felicidad.

Acaparados y enfermos de poder, los de arriba no se conformaban con hacer de la ciudad su propiedad, sino que expandían sus inversiones a las pocas zonas donde todavía se tenían recursos naturales, donde la vida seguía siendo  lo más importante. No actuaban solos, los medios de comunicación eran sus mejores aliados. Cada mañana, la prensa se encargaba de filtrar en el pensamiento de su auditorio las supuestas bondades del “progreso”, pero al mismo tiempo, provocaban en el espectador el sentimiento de odio sobre aquéllos que se atrevieran a pensar lo contrario.

Capítulo III

“Pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe”
(“El sur también existe”, Mario Benedetti)

La comunidad es lo más importante. Las decisiones se toman en conjunto, sin imposición y sin líderes de por medio. Aquí, al sur de la ciudad, el hablar es tan importante como el escuchar. Así, de a poco van construyendo otro camino, hablando-escuchando, pero no solamente entre ellos, sino también con la Madre Tierra.

El agua es la vida, dicen en cada oportunidad. Por ello, cuidan con amor y respeto aquel manantial que les dota de vida. Lo mantienen limpio, lo aprecian y lo defienden. Pero no solo eso, también difunden mensaje tan importante a cuantas personas se acerquen a ellos. Hablan sobre lo infuncional que sería este mundo sin agua, ejemplifican, muestran y enseñan que su protección es posible.

Resisten, viven. Alejados de los yugos del capitalismo, practican el trueque e invitan a los demás a que el dinero no los encadene. Otro mundo sí es posible, aseguran. Siembran y cosechan sus alimentos, siempre respetando a la Madre Tierra que los ha adoptado con ternura y cariño.

Trabajan en colectivo y en colectivo se dedican a conocerse. Pasan horas mirándose, como lo hacían nuestros antepasados. Piensan, reflexionan, analizan y discuten el mundo que les rodea. Proponen y a partir de ahí comienzan a construir.

Los niños de la comunidad van aprendiendo y se forman valores como la solidaridad, pero también se divierten con los talleres de pintura, de música, de baile y todo aquello que les despierta su imaginación y su creatividad. “¡Aquí somos muchos!”, les dicen a sus padres cuando éstos se desaniman.  

Sin embargo la comunidad sufre de hostigamiento, los pretenden despojar y convertir en mercancía. Pero resisten, una y otra vez. El enemigo insiste, pero a la comunidad se le van agregando más brazos y más corazones. El enemigo ya no sabe cómo hacer, por eso los calumnian y los fichan como personas peligrosas; pero nada de eso funciona, el otro mundo ya está caminando.

Ante la hecatombe que se vive en la ciudad, a la comunidad la Madre Tierra los ha respetado, les sigue dando resguardo como a uno más de sus hijos. En la comunidad no hay caos, sino orden y armonía. El agua sigue fluyendo como la vida misma.

Capítulo IV

El plan es siniestro: han decidido que llegarán al manantial, el único punto con vida (agua) todavía, para despojar a la comunidad que lo resguarda; posteriormente, el grupo selecto procederá a privatizarlo y cobrará altas tarifas a los habitantes de la ciudad para que puedan tener una ración mínima de agua mensualmente.

Es la última oportunidad que tienen ante la agonía que viven. Pretenden adueñarse del agua y así recuperar su posición económica. Para lograrlo, han conformado proyectos de desarrollo que se consolidan a través de los gobiernos que están a su disposición.

Pero la ambición no tiene límites. Sin ningún tipo de tapujo, han expresado sus intenciones de hacer de esta zona un lugar turístico, lleno de cabañas, lanchas, tirolesas, juegos mecánicos y restaurantes de primer nivel.

Ante la población se han autonombrando como los salvadores, como la única opción que existe para salir de este caos que reina en la ciudad.  De a poco, trabajan en la percepción de la gente y les hacen creer que existe una comunidad en el sur que se está oponiendo al progreso de la humanidad.

Han hecho llamar a las pocas fuerzas policiales que sobreviven en la ciudad. A los medios de comunicación, ya les han indicado el guion que deben seguir durante los noticieros. La acción pretende ser llevada por la noche, cuando el fascismo y la represión muestran más cómodamente sus garras. La maquinaria se encuentra lista para comenzar a excavar cuanta tierra sea necesaria, pero…

Capítulo V

Los pobladores han dejado de temer y lo que hace días era una tortura, se ha convertido en un llamado de esperanza. Tuvieron que tocar fondo para volver a mirarse y reconocerse, como no lo hacían desde hace tiempo.

No todo estaba perdido, los habitantes de la ciudad se dieron cuenta que podían/sabían organizarse. Desde cero, están aprendiendo a vivir con humildad y erradicando las diferencias sociales. Mano a mano comienzan a reconstruir su ciudad, a renacer en sus vidas.

En este camino, se encontraron con la comunidad del sur, de la que hasta hace no mucho no sabían nada. De ellos aprendieron a valorar al ser humano sobre lo material y la comunidad aprendió de la valentía que tenían todas estas personas para iniciar otro camino, lejos de las etiquetas que los habían acompañado durante sus vidas.

La ciudad ha vuelto a ser un espacio donde predomina la razón y el miedo se va esparciendo con los recuerdos de un pasado lleno de soledad. Al amanecer, los habitantes se organizan y acuden al manantial para cuidarlo junto a la comunidad. Son faenas inusuales que agilizan la limpia del manto acuífero. Lo que antes se realizaba en un día entero, ahora en dos horas estaba concluido; esto permite un mayor tiempo para la convivencia y la realización de diversas actividades.

Capítulo VI

Cerca de la media noche, el pelotón de elementos policiacos armados de fusiles comenzó a avanzar por la carretera. A sus espaldas, cinco maquinarias les seguían a paso lento. Un poco más atrás, un par de automóviles de lujo y con vidrios polarizados mantenían una distancia prudente.

Los policías caminaban confundidos, pues aunque era evidente que no había más presencia humana que la de ellos, el goteo no cesaba y se intensificaba a cada paso que daban. La orden había sido no dar un paso atrás sin importar lo que tuvieran enfrente, pero más de alguno pensó en claudicar a mitad del trayecto.

La operación estaba planificada para que no tuviera una duración de más de una hora. Si encontraban oposición, la indicación era clara: asesinen sin tregua. En la recta final antes de llegar al manantial, los policías y los hombres que conducían las maquinarias fueron presos de un frío terrible, como si estuvieran ingresando a una zona congelada.

El goteo se presentaba como algo ensordecedor y ya sea por el frío o por el miedo, los policías comenzaron a tambalearse al grado de que les resultaba sumamente difícil mantenerse firmes. “¡Avancen, avancen!”, gritaba el comandante a sus elementos, pero éstos eran incapaces de sostener un ritmo decente y  propio de un cuerpo de seguridad adiestrado.

Cuando por fin dieron con el manantial, la sorpresa fue mayúscula. Algunos elementos arrojaron sus armas al suelo, otros se derrumbaron sobre la tierra para quedar inmóviles y unos más intentaron huir inútilmente.

Ante sus ojos, el goteo inacabable se había convertido en un inmenso río. Eran miles de gotas congregadas, resistiendo. El comandante quiso pelear, pero la fuerza de las aguas lo derribó inmediatamente sin oportunidad de recuperarse.

Atónitos, todos observaron lo que sus retinas no terminaban de comprender: el río comenzó a desplazarse sobre ellos, sin esfuerzo. Las gotas que en un inicio eran lejanas, ahora eran un potente río que se dirigía hacia la ciudad. Era la vida venciendo a la muerte.


¡Salud!

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