Víctor Ruiz
"Retrato del doctor Gachet" (Vicent van Gogh)
“¡No, no podemos seguir así, Doña
Olga! ¡No puede ser que cada semana sea yo el que tenga que llamar!” Era el
doctor Cardeti, quien en tono angustiado por no saber nada de su paciente en
siete días, había reventado y decidido ir a buscar personalmente a Doña Olga,
luego de que ésta no atendiera las llamadas telefónicas desesperadas del médico
con 50 años de edad y 20 de trayectoria.
Y es que el doctor Cardeti podía
tolerar que no se le pagaran a tiempo o de forma completa las consultas, pero
jamás aceptaba que el paciente no se comunicara para reportar su estado de
salud. La indiferencia y la poca educación de no avisar las mejoras o deterioros
de la enfermedad, provocaban en Cardeti una especie de rabia y tristeza, como
si el hecho de no recibir una llamada fuese la prueba contundente de su fracaso
como doctor.
A diferencia de sus colegas, el
doctor Cardeti siempre mostraba una preocupación genuina por sus pacientes. No
era el clásico médico que sonríe y finge con cara de amabilidad que le interesa
la salud de su enfermo cada que éste entra al consultorio. No entendía cómo
alguien que tiene la profesión de ser un salvavidas podía condicionar y utilizar
su talento solamente si el infectado contaba con el dinero suficiente.
No es que el doctor Cardeti
pensara que el trabajo no merecía un pago, pero creía firmemente que el salario
tenía que ser justo, nunca excesivo y mucho menos con la clase trabajadora. En
la ciudad, Cardeti era conocido por ser el único médico al que no le importaba
si una familia entera no tenía cómo pagarle en esta y otras mil vidas; siempre
los atendía.
“Doctor, pero si hace tres
semanas le dije que ya no sentía más dolor y que los síntomas desaparecieron
por completo”, le había respondido en tono enfadado Doña Olga. Sin embargo,
para Cardeti el servicio médico prestado no concluía cuando el paciente salía
de su consultorio y tampoco cuando la enfermedad se había marchado sin dejar
rastro. “La prevención, Doña Olga, la prevención para que nunca más le vuelva a
pasar” le recordó con un tono de voz que pretendía mostrar sabiduría.
En teoría las características del
doctor Cardeti tendrían que hacer de su persona el mejor y más codiciado en su
profesión; pero no era así, sino todo lo contrario. A los pocos años de ejercer,
fue borrado rápidamente del mapa por el gremio. Sus ideas y sobre todo sus
acciones, hacían de Cardeti alguien que les representaba un peligro.
Los colegas del doctor más barato
de la ciudad se mostraron preocupados desde un inicio. Los bajos precios que
ofrecía Cardeti, la atención extra que tenía después del consultorio y su
entrega total a la profesión, invadió de pánico a sus compañeros y éstos
optaron por hacerlo a un costado. En el círculo de los médicos más prestigiados
de la ciudad nunca se volvió a mencionar el nombre de Cardeti.
Con los pacientes no corrió mejor
suerte. A pesar de los bajos precios, la gente comenzó a preferir otros
médicos, aunque éstos fueran más caros y estuvieran lejos de su alcance
económico. Nadie discutía la capacidad de Cardeti, pero las personas estaban
poco acostumbradas a que alguien que era prácticamente un desconocido les
manifestara tanta preocupación. “Loco”, “enfermo”, “psicópata”, “pervertido” y
otros calificativos se ganó con el tiempo el doctor Cardeti.
Pocos eran los pacientes que
todavía le confiaban su salud, pero la situación no le molestaba a Cardeti,
sino que, por el contrario, creía que era mejor porque así podía dar
seguimiento preciso al estado de cada uno de los suyos. En el aspecto personal,
con los años también vino el declive. Gloria, su mujer, decidió dejarlo porque
no soportaba más que Cardeti abandonara la cama en las madrugadas para ir
atender hasta el mínimo resfriado.
Lo que en un principio a Gloria le
parecía un ideal hermoso y romántico, con el tiempo se convirtió en el motivo que
aniquiló el amor que alguna vez sintió. Para Gloria, las vacaciones y los fines
de semana libres eran importantes; pero no lo eran tanto para el doctor Cardeti
cuando una enfermedad se le atravesaba a alguno de sus pacientes. “Se tienen
que rascar con sus propias uñas”, le solía decir Gloria cuando la desesperación
la invadía por completo y se olvidaba de cualquier tipo de sensibilidad.
Pero Cardeti nunca cambió, no
podía. La partida de Gloria le destrozó el alma y en más de una ocasión sintió
cómo ardía la soledad. No obstante, sabía que tenía una misión irónica: evitar
el dolor que él mismo vivía. El amor a su profesión no era suficiente, tampoco
el talento que tenía para ejercer. El doctor Cardeti siempre creyó que si de
alguna manera podía aportar algo a este mundo deteriorado, era sanando,
evitando las lágrimas de los niños que miran a su madre enferma o
viceversa.
Un buen/mal día el doctor Cardeti
dejó de llamar a sus pacientes. Pasaron las semanas y Doña Olga y los demás se
sintieron aliviados. No se preguntaron la razón ni tampoco procuraron
investigarla. Tranquilos como hace mucho no se sentían, rezaron cada noche para
no enfermar y así evitar la pena de tener que ir al consultorio.
El doctor
Cardeti se había enfermado, gravemente. Pasó dos meses sin molestar a nadie,
encerrado en su casa. Un lunes en la madrugada, como suelen ocurrir las
desgracias, el doctor Cardeti murió sin haber recibido una sola llamada.
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