Víctor Ruiz.
“La libertad se asocia así con la imaginación, negándose a aceptar la rutina cotidiana, el escaso margen de acción que nos impone el desorden establecido. La política deja de ser la ciencia de lo posible, deja de ser “realista”, para convertirse en el deseo de alcanzar lo imposible. La libertad comienza precisamente cuando nos negamos a aceptar que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, cuando nos negamos a ser “realistas” y luchamos por conseguir mucho más, siempre mucho más, cuando renunciamos a la seguridad de lo previsible y aceptamos el riesgo de lo imprevisible”. (Piotr Kropotkin)
En mi país, dicen, que existe la gente de primera, segunda, tercera y hasta
cuarta. Yo no sé a cuál categoría pertenezco, ni tampoco tengo idea de qué
método de evaluación se sigue para definir “tu clase”. Mi país es uno de
pequeñas sociedades; tiene más divisiones que el número de estados en todo el
mundo. Aquí la ley de la selva es la que predomina: pasa por encima de quien
sea necesario y sobrevive.
En mi país la solidaridad es un invento. El éxito lo determina la cantidad
de cosas materiales que posees. El egoísmo es la costumbre de todos y la
comprensión por el ajeno es inconcebible. Por las calles nadie se atreve a
mirarse a los ojos. En este lugar, el autismo individual es la enfermedad que
cada día tiene más infectados.
La gente de este extraño lugar acepta tener amos como si fuera una
normalidad de vida. Los patrones gritonean a los trabajadores; los curas
bendicen al poder; las cárceles son necesarias; los policías se visten de
héroes y los militares, como decía Eduardo Galeano, están en guerra contra sus
compatriotas.
En mi país la democracia solamente es una palabra; la represión, en cambio,
es la más cruel realidad de a diario. Los estudiantes son tomados como
delincuentes y los profesores son correteados por las calles. Lo peor de todo
esto, es el aplauso generalizado hacia el poder.
A los gobernantes les parece más importante reformar cuanto les apetezca, antes que erradicar el hambre. En mi país los niños no juegan porque tienen el
estomago vacío. Muchos de ellos, ni siquiera van a las escuelas. Aquí, los
niños no tienen voz, y por ello, es mejor dejar de serlo a muy temprana edad.
La cultura prácticamente no existe, y la poca que hay, sirve de pretexto para
mandar.
En mi país está prohibido protestar. Si sales a la calle, sufrirás la
guillotina de los medios, ciudadanos, policías… y serás un simple “anarquista
vándalo”. También es inmoral tener el pelo largo, rastas, tatuajes, vestir de
negro o simplemente alejarte del pensamiento colectivo.
La muerte es un común denominador de las calles. La gente se mata por algún
billete, por un desprecio o tan sólo por la ausencia de tolerancia. La
televisión se impone en las familias y la desintegración es el camino más
sencillo.
Tú opinión de nada sirve. Te educan para ir a la urna electoral cada seis
años y votar al próximo dictador democratizado. Si te abstienes de hacerlo,
eres un mal ciudadano, un mal ejemplo para tus hijos y un ser indigno para la
sociedad. La ignorancia es la herramienta elemental que ejercen sobre ti. No te
atrevas a pensar o serás objeto peligroso para los de arriba.
Si te llegas a enfermar, el sistema de salud difícilmente responderá por
ti. Si tienes dinero, planifica tu larga vida; eres pobre, ve pensando qué le
puedes heredar a tus hijos. Si no cuentas con un hogar propio, el Estado se
asegurará de que nunca lo consigas, y cuando llegues a viejo, serás problema de
las calles.
En mi país la gente tiene miedo. Miedo a la miseria, a no tener nada y
perderlo. Nadie se atreve a defender sus derechos y les parece más sencillo
entregar su mano de obra a infinidad de transnacionales. Reina el sometimiento
y la esclavitud.
Las personas están cegadas por la venda que llevan en los ojos y les
resulta complicado darse cuenta que son más héroes que cualquier personaje de
comic norteamericano. Cada día sobreviven a las más complejas situaciones y
siempre logran levantarse a la mañana siguiente.
En mi país no se pueden tener sueños. La gente con ilusiones aprende a
deshacerse de ellas al corto plazo y aceptar que “la realidad es así”. En mi
país, quien decide continuar con sus esperanzas, cualquier día será alcanzado
por una bala.
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