sábado, 22 de diciembre de 2012

“La última voz”



Víctor Ruiz

-¿Qué es lo que más aprecias de la vida?
-La música, respondí. No traiciona, siempre me acompaña, a veces me ha salvado.
(José Agustín, “Dos horas de sol”)


Cuando Joe Strummer se encontró de frente en el lugar donde posiblemente fusilaron a Federico García Lorca en Víznar, España, logró cumplir una de sus promesas que se había hecho años atrás: fumar un porro ante la tumba del poeta. En ese mismo instante se hizo una nueva promesa: escribir una canción que se llamaría “Lorca” y que hablaría de esa tarde, de la voz de los muertos y del silencio que se sentía en el lugar. La vida no le alcanzó para cumplir el trato.

Alguna vez leí que la tragedia que provocó la desaparición de The Clash radicaba precisamente en que ya nadie llenaba el silencio que dejó Joe Strummer y sus compañeros de banda. Como si leyeran el futuro, The Clash presagió una y otra vez la indiferencia de las bandas ante las atrocidades mundiales. Así lo demostraba Joe Strummer en la canción Withe Man (In Hammersmith Palais): “Los nuevos grupos no se ven afectados/ no se preocupan por aprender/ consiguieron trajes de Burton/ piensan que es divertido convertir el dinero en rebelión”.

Escuchar a The Clash 35 años después, tiene que ser un acto de reivindicación  para no perder la mayor herencia que regaló Joe Strummer al rock: la voz.

“De repente éramos cuatro sujetos con guitarras queriendo cambiar el mundo” dijo alguna vez en algún documental Strummer tratando de definir lo que era The Clash. Siempre caracterizado por hacer de la música un mensaje de revolución y de ideales, Joe fue muy cercano a las causas sociales; su interés por lo que sucedió en la guerra civil española y el apoyo a los sandinistas en Nicaragua son ejemplo de ello.

En el mundo siguen existiendo las guerras, las desigualdades, la pobreza, el abuso de poder, el egoísmo, la policía, los bancos mundiales, las prisiones, las reformas violentas, los marginados y todo aquello que nos aleja del ser humano. Evaristo Páramos lo dice de mejor manera: “Lo único que ha cambiado del mundo es que no ha cambiado nada”. Solamente existe una cosa que sí es diferente: ya no está un Joe Strummer para seguir gritando las ignominias de la vida diaria.

Cada vez son menos las bandas que llevan en su música un reclamo  ante las miserias de la sociedad; pero en cambio, proliferan los grupos de rock temerosos, los que viven preocupados de que la industria no los margine y termine erradicándolos del mundo de sus negocios. Ante esto, las agrupaciones han optado por ceder lo más valioso: su libertad. Y todo para que unas gentes poderosas tengan el control total sobre su música.

Por lo pronto, yo seguiré cumpliendo mi promesa de escribir y rendir tributo cada año a The Clash, la banda de rock más libertaria que mis oídos hasta ahora han escuchado. Sigo pensando que de algo tiene que servir seguir siendo un Clash en pleno caótico 2012, o por lo menos, funciona para caminar hacia la búsqueda de encontrar como decía Joe Strummer: “Un futuro en el que el mundo sea un lugar menos deprimente de lo que ahora es”.  

viernes, 30 de noviembre de 2012

“A fuego lento”


Víctor Ruiz.

Cuando Marcelo por fin  logró despertar, lo único que observó a su alrededor fueron botellas vacías. El dolor de cabeza provocado por la resaca le hizo por un momento volver a cerrar los ojos. Con la ropa desalineada y sórdida intentó levantarse pero no tuvo la fuerza ni los ánimos necesarios para conseguirlo.

Así, casi desfallecido y con síntomas que le provocaban malestar, Marcelo trató de recordar que era lo que había sucedido la noche anterior. Una y otra vez forzó a su memoria pero ésta nunca le respondió. Ante el fracaso optó por permanecer inmóvil, con la cabeza cabizbaja y  la respiración lenta. Evidentemente no tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido ni mucho menos la hora, el día o el año en que llegó a ese lugar.

El cuarto donde recostaba su pesado cuerpo era chico, de paredes rojas y nada más; no existían registros en el sitio que ayudaran a Marcelo a descubrir dónde carajos estaba. Las botellas de alcohol y la soledad era lo único que tenía a su alcance.

El rostro de Marcelo era el propio de un alcohólico que ha decidido dejar de preocuparse por su apariencia: barba exuberante, patillas largas, ojeras firmes, parpados caídos y una piel demacrada que hacía juego con el semblante triste de su cara. La ropa desgastada que vestía delataba las mil batallas por los campos de la vida, mientras que sus zapatos explicaban los kilómetros recorridos, seguramente todos ellos en caminos empedrados

-Una, dos, tres, cuatro…- Marcelo contaba las botellas que tenía justo enfrente, pero siempre perdía la cuenta. No sabía si era producto de la resaca o del cerebro que había decidido justo ese día dejar de funcionar (al menos una parte de él).

-Ja, ja, ja.                                                                                      

La risa que repentinamente se escuchó en el cuarto era grave y con eco. Marcelo experimentó un pavor al no reconocer de donde provenían las carcajadas.

-¿Quién eres?, ¿Dónde estás?- Marcelo preguntó al aire nerviosamente sin saber qué respuesta le urgía más escuchar.

-¿Tienes miedo?- respondió la voz pausadamente.

El cuerpo de Marcelo empezó a temblar de forma insólita e incontrolable, las manos le comenzaron a sudar y por más que intentó no pudo decir una sola palabra.

-Ja, ja, ja.

Las risas se repetían constantemente, todas en el mismo tono y el mismo volumen. Marcelo cerraba los ojos como intentando creer que era un sueño y que al despertar la voz que lo aturdía desaparecería.

-¡Veme aquí!... ¡En las paredes!- gritó la voz que aniquilaba las esperanzas de Marcelo de que todo fuera una mala broma de su imaginación.

-Ayer todo era divertido verdad Marcelito- habló el desconocido con una actitud compasiva-  carcajeabas por la vida, sin preocupación, sin miedo.

El pánico que cada vez aumentaba en la persona de Marcelo lo hizo levantarse, como si hubiera recibido una inyección de adrenalina. Buscó desesperadamente una puerta, alguna ventana o cualquier espacio para escapar. Todo era en vano. Las risas no cesaban y la desesperación lo invadía.

-Ja, ja, ja.

-Cállate- gritaba Marcelo cada vez con más rabia.

Al darse cuenta que no tenía salida, Marcelo comenzó arrojar botellas a las paredes, daba patadas intensamente, puñetazos inútiles. Quería derrumbar los muros pero éstos no se movían, se dedicaban  a responder con risas.

-Eres irrisorio Marcelito- dijo la voz con un tono que expresaba el gozo que le provocaba la situación.

Marcelo seguía sin recordar que había sido del día de ayer, de su vida en el pasado. Pero se dedicó a pensar más en lo que le hubiese gustado tener ese momento: una familia o algún amigo que lo rescatara.

Resignado se arrodilló ante las paredes, sin ningún tipo de fuerza, con la cabeza inclinada y con el cuerpo totalmente derrotado. Las lágrimas comenzaron a brotar lentamente por sus mejillas. Los sollozos también fueron pausados y prácticamente inaudibles.

-¡Ves como el infierno no es como te lo contaron!- gritaron las cuatro paredes al mismo tiempo.


Marcelo comenzaba a aceptar sumisamente la tortura eterna que le deparaba su vida.

jueves, 18 de octubre de 2012

“De ladridos y maullidos”

Víctor Ruiz.


I

Ladridos y maullidos se escuchaban cada noche en el centro de la ciudad. Perros y gatos se disputaban todos los días el control de la zona; pero más que eso, era la eterna batalla de personalidades. Los gatos creían que los perros eran sujetos inferiores y demasiado serviles, mientras que los perros denominaban a los gatos como una especie fea e inservible para la sociedad.

Guasón, Totín y Podi eran los líderes del bando perruno; Txus, Nicolás y Wilson hacían lo propio con su tribu felina. Día a día, todos estaban ocupados planeando como acabar de forma definitiva y dolorosa con sus odiosos rivales.

Una mañana cualquiera, Guasón se encontró en la avenida con Txus (que tenía la fama de ser el gato más agresivo de la ciudad) y se engancharon en una discusión acalorada que denotaba el desprecio que sentían mutuamente.

-Gato vago. ¡Tú y toda tu manada deberían estar muertos!- gritaba Guasón con la intención de que todos los que pasaban a su alrededor se enteraran.

-¿Por qué te molesta tanto que tengamos una libertad que tú no puedes?- preguntó Txus en tono arrogante.- Los perros sirven para mover la cola y para recibir golpes, debería darte vergüenza.

El ambiente se tornó pesaroso, pero ninguno de los dos tenía la intención de cesar la discusión. Guasón en una postura firme buscaba intimidar a Txus; pero éste, no le quitaba la mirada de encima en señal de que sus tácticas para provocar temor no funcionaban con él.

-Una última batalla…que sea a muerte- propuso Guasón a Txus con una voz que afirmaba por si sola que no estaba vacilando.

Txus quedó perplejo ante la proposición. La respuesta no podía ser negativa, pues de serlo, el orgullo de todos los gatos quedaría pisoteado hasta el final de sus días.

-Que sea en el terreno baldío que se ubica atrás de los edificios- confirmó Txus con personalidad y carácter-. Hoy, por la noche, sin tregua decidiremos por fin al vencedor.
Guasón y Txus se quedaron mirando fijamente por unos segundos. No intercambiaron más palabras, cada uno dio vuelta por su lado. Ambos se dirigían  a informar a sus respectivos camaradas sobre la batalla final pactada.

II

Totín, el perro más sensato y pensante de los tres líderes no recibió de buena manera la noticia sobre la pelea que sostendrían contra los gatos por la noche.

-¡Es una locura!- gritó efusivamente, tanto que parecía un regaño hacia Guasón- perderemos muchas vidas, estoy seguro.

Podi, que era un perro todo impulso y sentimiento reaccionó de manera contraria a Totín. La sonrisa no la podía ocultar. Había esperado toda su vida para que se diera este momento.

-No tienen nada de que preocuparse- aseguró Podi como buscando calmar el temor de Totín- ellos saben que con nuestra fortaleza física nunca podrán.

Por parte de los gatos, el orgullo no les permitía tener miedo (o al menos expresarlo). Wilson que no estaba acostumbrado a combatir cuerpo a cuerpo, sabía que en la noche pelearía más con pasión que con técnica.

Nicolás no quiso saber detalles de cómo fue pactada la batalla. –Tenemos que convocar a todos los gatos de la ciudad- ordenó de manera urgente- ellos serán más fuertes, pero nosotros seremos más en cantidad.

III

Cuando el reloj anunció que ya era media noche, un centenar de perros caminaban por la calle que daba al terreno baldío. Todos ladraban al mismo ritmo; querían hacerle saber a todo el mundo que era el día de la victoria final.

Los gatos, encabezados por Txus, esperaban en el terreno la llegada de sus archirrivales; todos se encontraban formados como si fueran un pelotón militar. La concentración que reflejaban sus rostros era de admirarse; trabajaron a lo largo del día en forjar una mentalidad sólida y ganadora.

Al momento de encontrarse los dos bandos, los ladridos cesaron. Se miraron mutuamente, se analizaron y buscaron intimidarse a través de la actitud. No existió una sola palabra de por medio. Bastó de un maullido del gato Txus para que la guerra diera comienzo.

Los ataques se veían por todas partes: Txus rasguñaba a cuanto perro se le ponía enfrente; Guasón mordía con toda la rabia posible; Nicolás arañaba como podía; y Totín peleaba intensamente con Wilson.

La sangre empezó a brotar por todos lados, mientras que al mismo tiempo el escándalo iba despertando a toda la ciudad. Era una autentica guerra lo que estaba sucediendo en el viejo terreno baldío.

Perros y gatos estaban tan inmersos en la pelea que no notaron que más de cien camionetas habían rodeado el campo de batalla. Txus se percató de que no estaban solos cuando vio una luz potente sobre sus ojos; el resto de a poco fue descubriendo la situación.

Hombres bajaron de las camionetas corriendo, vestían un uniforme que tenía la insignia de la perrera de la ciudad y en sus manos cargaban una escopeta llena de dardos tranquilizantes. El caos reinó por todo el terreno, gatos y perros intentaron huir pero era en vano: estaban atrapados.

Uno a uno fueron llevados a la parte trasera de las camionetas. La batalla final no había dado como vencedor ni a perros ni gatos.

IV

Al abrir los ojos, lo primero que vio Totín fue la jaula en la que se encontraba encerrado. No terminaba de despertar cuando a lo lejos escuchó maullidos y ladridos de dolor.

Los mismos hombres que se presentaron en el terreno baldío ahora también eran los responsables de torturar y asesinar tanto a perros como gatos; posteriormente los arrojaban en bolsas negras, para después llevarlos a camiones encargados de recolectar basura por la ciudad.

Totín miró desesperadamente a todos lados. No vio por ninguna parte a sus camaradas ni tampoco a sus conocidos gatos rivales. Totín empezaba a entender todo como una gran revelación. Ya era demasiado tarde…era el siguiente en morir.

Moraleja: Por amarnos de dos en dos, y odiarnos, en cambio, de mil en mil, nos olvidamos que a veces existe un enemigo que tenemos en común que es más fuerte y poderoso que nosotros.

miércoles, 3 de octubre de 2012

“La última batalla del profesor Cabrera”


Víctor Ruiz.

I

Eran las 6 de la tarde de un viernes, cuando el profesor Julio Cabrera salió de la Facultad de Filosofía lanzado exabruptos a todos los alumnos, que para desgracia de éstos, se encontraron con él en los pasillos de la universidad.

“No les gusta pensar”; “Les importa una mierda lo que el sistema hace con ustedes”; “Beber y follar, sólo eso quieren” reclamó una y otra vez a los imberbes que se toparon con su mirada llena de rabia.

El profesor Julio Cabrera tiene 60 años, de los cuales, 30 los ha dedicado a la docencia dentro de las aulas de la universidad. Es un lector empedernido, tiene más libros de los que en realidad caben en su diminuto departamento.

Julio Cabrera no tiene familia (o al menos eso piensa él); de los amigos que  tuvo alguna vez, aprendió que en algún momento traicionan y por eso la palabra ya ni le hace ruido.

Desde la primera vez que el profesor Julio Cabrera leyó un libro a los 18 años, decidió de manera inconsciente que nunca más se cortaría el pelo ni la barba. Al pasar del tiempo, también consideró que ya no era necesario ir a las tiendas del centro de la ciudad para adquirir más ropa. Dos pantalones, una gabardina desgastada, botas de montaña  y un par de camisas. Ésas son las únicas prendas de vestir que usa consuetudinariamente.

Los libros son su única compañía; y es por ello, que el 80% de sus quincenas son destinadas a las librerías que tiene como privilegiadas. Por ningún motivo, se permite a si mismo pasar un día sin leer. Un capítulo por la mañana y cuatro más por la noche.

Hace tiempo que Julio Cabrera no disfruta del impartir clases, de hecho, no hay cosa que le desespere más en el mundo. “Son todos unos niños burgueses y pusilánimes” se repite constantemente en su cabeza como para tratar de no explotar cada que un alumno se muestra indiferente ante su cátedra.

Acto seguido, piensa en los libros que ha solicitado bajo costoso pedido y, que por fin, en la próxima paga tendrá en sus manos. Sonríe y eso termina de tranquilizarlo.

Pero aquel viernes a las 6 de la tarde, Julio Cabrera se olvidó del rutinario procedimiento; no soportó más y estalló cuando un alumno le aseguró con toda la soberbia y seguridad posible: que el “Capital” de Marx nunca había servido para nada… “y que en estos tiempos no tenía sentido enseñar tales cuentos como ése”.

Julio Cabrera los insultó a todos por igual. Salió de la universidad, llegó a su departamento como pudo y se sirvió un trago de ron barato; con el frío de la noche, se prometió a si mismo que a partir de ese momento: él sería el encargado de hacer que comenzara una nueva época.

II

No terminaba de aparecer todavía el sol por completo cuando Julio Cabrera los hizo salir a todos de sus libros. Los acomodó dentro de su sala de manera que todos quedaran frente a él, y sin mucho preámbulo les dijo en voz alta y rígida:

“-Los he elegido porque los conozco de muchos años, sé de sus capacidades y también de sus errores he de reconocerlo; después de darle vueltas y vueltas al asunto he decidido que ustedes son los indicados para acabar con la indiferencia y el sosiego con el que viven los individuos allá afuera que se dicen llamar humanos. Cada uno de ustedes, de una u otra manera, supieron descifrar las tremebundas consecuencias que les deparaba a sus sociedades correspondientes. ¡Señores!, tengo que informarles que no se equivocaron”.

Marx, Bakunin, Stalin y Nietzsche se miraban unos a otros con incertidumbre. Julio Cabrera no le dio importancia y prosiguió con su discurso.

“-Son líderes y lo saben. Les pido hoy más que nunca que me apoyen, que juntos caminemos en pro de un cambio, que cumplamos el sueño de ustedes que también es el mío. ¿Querían un futuro? Yo les estoy dando la oportunidad de que lo puedan obtener”.

Julio hizo una pausa, respiró de manera profunda y con una voz tenue dirigió la pregunta fundamental. -¿Están conmigo?

Los cuatro personajes seguían confundidos, veían en Julio a un tipo delirante y que mostraba indicios de ser un esquizofrénico sin remedio. Pero también, valoraban y apreciaban en él a un sujeto que no los había olvidado…que los había devuelto a la vida.

-Yo te apoyo camarada- dijo con una voz aguda e imponente Bakunin.

-Cuenta conmigo- expresó Stalin mientras avanzaba hacia Julio para saludarlo.

-Yo también voy- dijo Marx con cierta vanidad.

Todas las miradas se fijaron en Nietzsche, pero éste no les dio importancia. No se le veía convencido y sobre todo daba la impresión de no tener ni la mínima intención de convivir con ninguno de ellos.

Julio se acercó y habló con él durante largo rato. Al pasar los minutos, Nietzsche fue cediendo en su actitud y sus gestos se fueron transformando  hasta que por fin le extendió la mano al profesor.

-Estamos completos- comunicó Julio al resto, mientras sonreía con orgullo.

III

Los cuatro líderes históricos reunieron a sus mejores hombres, logrando de esta manera, formar un batallón de un número considerable y respetable. Julio les había hecho ver que por ahora no se trataba de tomar las armas.

-Lo principal es que todos escuchen nuestro mensaje- repetía constantemente el profesor, como tratando de que tal idea les quedara bien cimentada.

El fin de semana lo dedicaron enteramente a crear discursos y panfletos donde señalaban los principales errores que había cometido la humanidad. El objetivo  para Julio Cabrera, era uno solo: hacer conscientes a las personas de la decadencia en que se vivía.

Stalin fue el encargado de realizar el cronograma de actividades, entre las que destacaban tomar las plazas públicas y boicotear a la prensa local.

Marx y Bakunin, elaboraron estrategias de discursos para persuadir de manera efectiva a los ciudadanos; Julio hacía lo propio con el resto del batallón. –Todos debemos estar informados de lo que somos- les explicaba como si estuviera frente a su grupo de alumnos de la facultad.

Nietzsche se mantenía distante de todo el grupo, todo el fin de semana se le pudo observar en un rincón solo y pensativo. Julio y el resto no lo presionaron, sabían que tenerlo dentro del movimiento ya era bastante ganancia.

El lunes por la mañana, justo cuando iniciaban las actividades semanales, Julio y su batallón se presentaron en la avenida principal de la ciudad.

Los automovilistas hacían sonar sus cláxones creyendo que era una manifestación más, de las que estaban tan acostumbrados y a la vez hartos. Al frente de la multitud se podía ver al profesor Julio Cabrera acompañado de Marx…se dirigían a tomar la plaza pública.

IV

Bakunin subió al quiosco de la plaza. Desde ahí, pudo observar a cientos de transeúntes que miraban atónitos lo que sucedía. El ruso anarquista tomó el megáfono y con toda su experiencia inició su oratoria:

-“La mayoría de los hombres, no solamente en las masas populares, sino en las clases privilegiadas e ilustradas igualmente e incluso con más frecuencia que en las masas-  expresaba con tranquilidad, haciendo las pausas correspondientes- sólo se sienten tranquilos y en paz consigo mismos cuando en sus pensamientos y en todos los actos de su vida siguen fielmente, ciegamente, la tradición y la rutina”.

Un grupo de jóvenes que se encontraban a un costado de Bakunin comenzaron a aplaudir efusivamente; tomó la palabra Marx y las congratulaciones se volvieron a repetir; cuando Stalin terminó con su discurso y con ello se ponían fin también al mitin, el grupo de jóvenes ya se había convertido en fiel seguidor del batallón de Julio Cabrera.

Al medio día, la prensa local ya hablaba de unos tipos con barbas y cabelleras largas; de Stalin,  se referían hacia él como un militar desconocido. ¿Qué buscan? ¿Es un movimiento político?, ¿Estamos en peligro? Éstas y otras preguntas realizaron a su auditorio cada uno de los líderes de los medios de comunicación.

Julio Cabrera por primera vez sintió que tantos años de espera habían valido la pena. Pero no tenía tiempo de pensar en su excitación porque las actividades no cesaron: tertulias en cafés, conferencias en diversas universidades, mítines, encuentros con obreros y un sinfín de acciones emprendidas.

Stalin decidió que lo mejor era dividirse, para de esta manera, no dejar ninguna actividad inconclusa.

-Bakunin, tú  y tu gente irán con la prensa; Marx te encargo que movilices a los sectores obreros; Nietzsche, tú trabajo es desengañar a los feligreses católicos- todo lo indicó con tal precisión, que no hubo ninguna objeción, ni siquiera de Nietzsche que hasta ese momento era el menos entusiasta.

La fama y el impacto social que provocaron en un par de días orillaron al gobernador, (mismo que ya sentía en peligro su poder después de escuchar tales discursos subversivos) a llamar por teléfono a Julio Cabrera.

-Julio, estoy impresionado por la fuerza de tu movimiento- dijo en un inicio con tono amigable.- Me gustaría platicar con ustedes, se que dialogando podremos encontrar alguna ruta en común.

-Sea honesto gobernador. ¿Qué quiere?- respondió Julio serio, con una voz franca que invitaba a dejar la cordialidad hipócrita a un lado.

-Quiero que nos arreglemos de alguna manera para que paren la situación,- su voz se tornó fría y calculadora- estoy dispuesto a ceder y negociar con tal de que desaparezcan de mi vista.

Julio respiró profundamente y con una risa malévola, contestó:

-Mañana a primera hora estaremos en su oficina.

Esa misma noche, Bakunin apareció en el noticiero de televisión  más visto por la ciudadanía.

-“Hubo un tiempo en que la prensa radical estaba orgullosa de representar las aspiraciones del pueblo. Ese tiempo ha pasado. Es por esa razón que nosotros hemos decidido tomar el mando…mañana a primera hora estaremos reuniéndonos con su gobernador, con el único fin de representarlos a ustedes”- después del anuncio que dejó a todos estupefactos, sin más, el ruso salió del estudio.

Julio Cabrera  no tenía ningún interés en negociar con el gobernador, lo tenía claro como el resto del batallón. Todos sabían que era la oportunidad de dar un salto fundamental a través de una sola acción: ridiculizar en cadena nacional al Estado.

V

A primera hora y con miles de seguidores  por detrás, aparecieron en palacio de gobierno, lo que hasta ese momento se había convertido en el movimiento con más simpatizantes en el país. Julio, Bakunin, Marx, Nietzsche y Stalin llegaron al inmueble en medio de alaridos de apoyo.

Antes de ingresar, un periodista logró situarse frente a ellos; y sabiendo que solamente podría realizar una pregunta la dejó escapar sin pensarla demasiado:

-¿Y cuál es ese cambio que proponen? Preguntó de forma nerviosa el reportero.
Julio, Bakunin, Marx, Nietzsche y Stalin se miraron unos a otros…no supieron que responder.

VI   

“No tenemos nada que negociar con usted” gritó en medio de la reunión el profesor Julio. Tenía miedo. La pregunta del periodista lo mantenía inquieto y con un nerviosismo que no era capaz de controlar. El gobernador se dio cuenta de ello.

Al salir de palacio de gobierno, evadieron a la prensa e ignoraron a sus seguidores. Julio Cabrera los urgió a una reunión dentro de su departamento. “No puede esperar más” les dijo casi en tono de orden.

El único tema a tratar dentro del departamento, era responderse que coños era lo que proponían. -¿Qué cambio queremos implantar?- preguntó el profesor Cabrera con una porción de desesperación.

Las diferencias se hicieron evidentes. Marx hablaba de una dictadura del proletariado; Bakunin proponía la abolición del Estado; Stalin pretendía un comunismo con una disciplina excesiva; Nietzsche exponía que solamente existiera una sola raza, algo como “El super hombre”  lo llamaba.

Julio Cabrera se encontraba confundido. No sabía con que teoría casarse. -¿Acaso no hay manera de ponernos de acuerdo?- los cuestionó con un semblante de suplica.

Pero las imploraciones de Julio Cabrera fueron inútiles. Nadie estaba dispuesto a ceder. A las 3 de la mañana se decidió que por ahora seguirían trabajando de la misma manera. “Que el tiempo nos aclare las ideas” había dictaminado el docente.

VII

Las diferencias se convirtieron en rivalidades personales y se notaba hasta en los  detalles más absurdos. En las manifestaciones Marx quería entonar “La internacional”, mientras que Bakunin buscaba vociferar a todo pulmón “Hijos del pueblo”; Stalin pretendía uniformarlos a todos, cosa que por supuesto  no agradó a nadie; Nietzsche solamente pensaba en boicotear iglesias; y Julio comenzaba a gritarles a todos.

En las conferencias dentro de las universidades, más que exponer ideas,  terminaban siendo batallas dialécticas. Bakunin le señalaba a Marx que la libertad sólo puede ser creada por la libertad y no a través de ningún tipo de dictadura; éste a su vez le respondía que era un bastardo que no comprendía de que se trataba el poder colectivo.

Nietzsche definitivamente se aíslo, no participaba ni con la presencia en ninguna actividad. “No puedo estar con una raza inferior” expresaba constantemente.  

La deformación también alcanzó a sus seguidores; cada vez se presentaban menos personas al llamado de Julio o de cualquier miembro del batallón.

Julio perdió fuerza cuando se dio cuenta que de ser una amenaza para el poder, pasó a ser la burla de ellos.

-Olvídate de negociar fracasado- le dijo soberbiamente el gobernador.

VIII

Era de madrugada ya, cuando Julio Cabrera decidió abrir el libro en blanco. Sin consentimientos mandó al demonio todo. “Gracias por nada” exclamó mientras depositaba a cada uno de los integrantes dentro de las páginas vacías.

Cuando vio terminada su misión, abrió la ventana de su departamento ubicado en el último piso del edificio; y con el rostro iracundo arrojó el libro mientras gritaba frenéticamente: -¡Inútiles, nunca sirvieron para nada!

Julio Cabrera cerró los ojos buscando tranquilizarse. Momentos después se le vino a la mente aquél chico que le increpó para decirle que en estos tiempos de nada servía aprender “El capital” de Marx.

Eso le hizo recordar que debía intentar descansar…mañana era lunes y regresaría a la Facultad de Filosofía  a impartir las clases de siempre.

sábado, 22 de septiembre de 2012

“Cuando el futbol no era un engaño”

Víctor Ruiz.


Playera con la franja roja, despintada y con el “Peñafiel” al frente con letras borrosas. La misma camiseta que usó tu viejo. Una y otra vez, cada 15 días.

Salir con la bandera y presumirla en la ventanilla del carro, que el viento la agite y esto se tome como una señal de que hoy juega Morelia y que eso: es lo más importante del día.

Llegar a la cancha y tener enfrente el mercado futbolero más grande de la ciudad. Camisas, gorras, trompetas, balones…ver todo y quererlo todo.

Comprar boletos baratos y de diseño sencillo. Tener 100 pesos en la bolsa y saber que es suficiente para emborracharte. Formarte, acceder a al túnel que da a las gradas, oler el concreto y esperar a que suene el “Juan Colorado”.

Saludar al “Semillas”, ser víctima de los besos de Lupe y buscar una foto con la botarga del canario que da la vuelta en todo el estadio. Una y otra vez, cada 15 días.

Recibir al equipo bajo un festival de banderas y confetis. Once hombres de baja estatura y no muy guapos, por los que ningún equipo “grande” daría algo. “Ah pero como corren” dirán los más experimentados.

Festejar las barridas, los tiros desviados, los rechazos de cabeza de parte de los centrales…celebrar todo esto antes que pensar en un gol.

Escuchar más gritos de aliento que publicidad en el sonido local. “Universidad Vasco de Quiroga”, “Provincia, el diario grande Michoacán”, “Cinépolis”…ellos no juegan ni entienden de futbol.

Terminar el primer tiempo y ver que el equipo va abajo en el marcador (otra vez). Saber que tienes que esperar pacientemente para gritar como cada 15 días: “Al empate Morelia”.

Empujar al equipo y recordarles que todos somos hombres y nada más. Ver como tu defensa central se salta todas las líneas para transformase en el delantero estrella. “Al empate Morelia”.

Coger fuerza de tus antepasados y empujar, empujar…hasta que da el minuto 90 y tu defensa-delantero mete el gol más inverosímil de la temporada.

“Morelia rescata el empate” dirán los periódicos al día siguiente y tú sonreirás de nuevo…como cuando el futbol no era un engaño.

martes, 21 de agosto de 2012

"48 horas"

Víctor Ruiz.


-¡De verdad Santiago!, las cosas son así y no hay nada que podamos hacer- decía tajantemente Alejandra mientras se fumaba un cigarrillo.

Situados en un bar de una ciudad gris; Alejandra y Santiago están a 48 horas de acudir a las urnas electorales para elegir, a la que será, la próxima víctima de los periódicos durante seis años.

-Tengo 22 años Alejandra, ¿Por qué tengo que ser realista?- reclamaba Santiago mirándola a los ojos con tanto ímpetu que se había olvidado de la cerveza que desde hace varios minutos había pedido al mozo del lugar.

- ¿Es qué acaso no te das cuenta?- preguntaba Alejandra a la vez que sacaba otro cigarrillo de su bolso, como si éstos fueran necesarios para seguir la conversación. – ¡Ni dictaduras ni utopías sociales!- vociferó Alejandra al tiempo que salía la primera bocanada de humo de su boca.

¡Ni dictaduras ni utopías sociales! Se repetía Santiago una y otra vez en lo más recóndito de sus  pensamientos: ¡Ni dictaduras ni utopías sociales! Centrando la mirada en el rostro de Alejandra, Santiago buscaba una explicación. ¿Qué profundidad tenían aquellas palabras que Alejandra había expresado con tanto orgullo justo a 48 horas de una elección presidencial?

-¿Crees que el mundo no tiene remedio verdad Alejandra?

-No te olvides de Molinari- sonreía Alejandra con cierta maldad, como si hubiera conseguido llevar la conversación al punto exacto donde pretendía.

-¿Molinari? ¡Por favor Alejandra!, se trata simplemente de un personaje de una  novela de Sabato; es excelsa la obra, pero no hay nada más que decir de ella- Santiago con los ojos iracundos empezaba a denotar la desesperación que Alejandra le había provocado.- ¡Molinari mis cojones! Nada tiene que ver ni contigo, ni conmigo y mucho menos con lo que va pasar en este país dentro de 48 horas.

-¡Pero cuanta razón tenía!…mucha razón Santiago y lo sabes.

Santiago presentía que escucharía el discurso de siempre, el que Alejandra tenía ensayado con tal precisión que lograba captar la atención hasta del más distraído. Y ahí estaba Alejandra: fumando y preparando la garganta para hablar ante los bebedores consuetudinarios del lugar…

-Y Molinari dijo sabiamente: “Soy de los que piensan que no es malo que la juventud tenga en su momento ideales tan puros. Ya hay tiempo de perder luego esas ilusiones. Luego la vida le muestra a uno que el hombre no está hecho para esas sociedades utópicas. No hay ni siquiera dos hombres iguales en el mundo: uno es ambicioso, el otro es dejado; uno es activo, el otro es haragán; uno quiere progresar, el otro le importa un comino seguir toda su vida como un pobre tinterillo. En fin, para qué seguir; el hombre es por naturaleza desigual y es inútil pretender fundar sociedades donde todos los hombres sean iguales. Además observe que sería una gran injusticia: ¿Por qué un hombre trabajador ha de recibir lo mismo que un haragán? ¿Y por qué un genio, un Edison, un Henry Ford debe ser tratado lo mismo que un infeliz que ha nacido para limpiar el piso de esta sala? ¿No le parece que sería una enorme injusticia? ¿Y cómo en nombre de la justicia, precisamente en nombre de la justicia, se ha de instaurar un régimen de injusticias?- Alejandra hizo una pausa para ver si alguno de sus oyentes tenía el valor de tomar la palabra y responder a tales preguntas. No hubo alguno que tan siquiera reflejara que lo podía llegar a intentar; Alejandra con toda la seguridad que poseía prosiguió…-Y Molinari con toda su autoridad explicó: “Los años, la vida que es dura y despiadada, a uno lo van convenciendo de que esos ideales, por nobles que sean, porque sin duda que son nobilísimos, no están hechos para los hombres tal como son. Son ideales imaginados por soñadores, por poetas casi diría yo. Muy lindos, muy apropiados para escribir libros, para pronunciar discursos de barricadas, pero totalmente imposibles de llevar a la práctica. Quisiera yo verlo a un Kropotkin o a un Malatesta dirigiendo a una empresa como ésta y luchando día a día con las normas del Banco Central… Y fíjese bien que le estoy hablando de estos teóricos anarquistas, porque al menos ésos no predican la dictadura del proletariado, como los comunistas. Por eso mi lema es – aquí Alejandra subió el tono de su voz- ¡Ni dictaduras ni utopías sociales!

Los que fueron receptores del discurso de Alejandra no sabían si aplaudir, gritar eufóricamente, nombrarla candidata para la presidencia de la república o hacer todo al mismo tiempo. Al final sólo se quedaron perplejos, como si el momento que acaban de presenciar hubiera sido una gran revelación para sus vidas.

-A mi no me convences con tu discurso que ya me sé de memoria- reprochaba Santiago irritado a una Alejandra que todavía se encontraba  excitada por el momento.

Alejandra sacó el último cigarrillo que le quedaba y mientras llamaba al mozo para pedirle fuego, le dijo una vez más a Santiago: “Las cosas son así y no hay nada que podamos hacer”.

-Es un asunto de justicia Alejandra, en este país  tenemos esa deuda histórica y en 48 horas se presentará nuestra oportunidad de reivindicar aunque sea un poco el camino.

-La justicia no existe Santiago.

- Claro que existe Alejandra, ¿Qué me dices del caso de Rafael Videla en Argentina? Ahora ha sido condenado por todos los crímenes cometidos durante su dictadura.

-No seas ingenuo Santiago- Alejandra dejaba escapar una mirada que reflejaba puerilidad, como si fuera una imitación de la inocencia de Santiago- la justicia tardía resulta inútil, los muertos están muertos, y los vivos es como si también lo estuvieran.

-¿Y qué me dices de España? Los nietos de los abuelos que perdieron la guerra civil se mantienen firmes, detestando a los herederos del franquismo ¿No es éste un acto que dignifica a las parcialidades que pelearon por la república?

-¡Santiago!- Alejandra suspiraba tratando de conservar la paciencia- no me vengas hablar de una nación que se encuentra totalmente dividida y que nunca son capaces de ponerse de acuerdo ni en el más mínimo detalle.

Santiago se daba cuenta que ningún argumento haría cambiar de opinión a Alejandra. Con la mirada cabizbaja soltó la última pregunta de la noche para Alejandra, quizás la que llevaba más esperanza en sus palabras.- ¿El domingo no va cambiar este país?

-En esta nación para figurar tienes que hablar como si fueras de izquierda mientras a la par te sientas pálidamente a la derecha- le respondió Alejandra con cierto lamento, con una voz que buscaba ser un consuelo para Santiago.

Santiago y Alejandra salieron del bar, la noche ya había tomado la ciudad. Alejandra se marchó tranquilamente, sin prisa. Santiago se sintió solo, recordó al entrañable Zavalita de la novela de Vargas Llosa y se preguntó al igual que él: ¿En qué momento se jodió México?

Domingo 1 de julio, 18:00 horas. Alejandra, la amiga abogada de Santiago, ya había decidido votar por el PRI.