Víctor Ruiz.
I
Eran las 6 de la tarde de un viernes, cuando el profesor Julio Cabrera
salió de la Facultad de Filosofía lanzado exabruptos a todos los alumnos, que
para desgracia de éstos, se encontraron con él en los pasillos de la
universidad.
“No les gusta pensar”; “Les importa una mierda lo que el sistema hace con
ustedes”; “Beber y follar, sólo eso quieren” reclamó una y otra vez a los
imberbes que se toparon con su mirada llena de rabia.
El profesor Julio Cabrera tiene 60 años, de los cuales, 30 los ha dedicado
a la docencia dentro de las aulas de la universidad. Es un lector empedernido,
tiene más libros de los que en realidad caben en su diminuto departamento.
Julio Cabrera no tiene familia (o al menos eso piensa él); de los amigos
que tuvo alguna vez, aprendió que en
algún momento traicionan y por eso la palabra ya ni le hace ruido.
Desde la primera vez que el profesor Julio Cabrera leyó un libro a los 18
años, decidió de manera inconsciente que nunca más se cortaría el pelo ni la
barba. Al pasar del tiempo, también consideró que ya no era necesario ir a las
tiendas del centro de la ciudad para adquirir más ropa. Dos pantalones, una
gabardina desgastada, botas de montaña y
un par de camisas. Ésas son las únicas prendas de vestir que usa
consuetudinariamente.
Los libros son su única compañía; y es por ello, que el 80% de sus
quincenas son destinadas a las librerías que tiene como privilegiadas. Por
ningún motivo, se permite a si mismo pasar un día sin leer. Un capítulo por la
mañana y cuatro más por la noche.
Hace tiempo que Julio Cabrera no disfruta del impartir clases, de hecho, no
hay cosa que le desespere más en el mundo. “Son todos unos niños burgueses y
pusilánimes” se repite constantemente en su cabeza como para tratar de no
explotar cada que un alumno se muestra indiferente ante su cátedra.
Acto seguido, piensa en los libros que ha solicitado bajo costoso pedido y,
que por fin, en la próxima paga tendrá en sus manos. Sonríe y eso termina de
tranquilizarlo.
Pero aquel viernes a las 6 de la tarde, Julio Cabrera se olvidó del
rutinario procedimiento; no soportó más y estalló cuando un alumno le aseguró
con toda la soberbia y seguridad posible: que el “Capital” de Marx nunca había
servido para nada… “y que en estos tiempos no tenía sentido enseñar tales
cuentos como ése”.
Julio Cabrera los insultó a todos por igual. Salió de la universidad, llegó
a su departamento como pudo y se sirvió un trago de ron barato; con el frío de
la noche, se prometió a si mismo que a partir de ese momento: él sería el
encargado de hacer que comenzara una nueva época.
II
No terminaba de aparecer todavía el sol por completo cuando Julio Cabrera
los hizo salir a todos de sus libros. Los acomodó dentro de su sala de manera
que todos quedaran frente a él, y sin mucho preámbulo les dijo en voz alta y
rígida:
“-Los he elegido porque los conozco de muchos años, sé de sus capacidades y
también de sus errores he de reconocerlo; después de darle vueltas y vueltas al
asunto he decidido que ustedes son los indicados para acabar con la
indiferencia y el sosiego con el que viven los individuos allá afuera que se dicen
llamar humanos. Cada uno de ustedes, de una u otra manera, supieron descifrar
las tremebundas consecuencias que les deparaba a sus sociedades
correspondientes. ¡Señores!, tengo que informarles que no se equivocaron”.
Marx, Bakunin, Stalin y Nietzsche se miraban unos a otros con
incertidumbre. Julio Cabrera no le dio importancia y prosiguió con su discurso.
“-Son líderes y lo saben. Les pido hoy más que nunca que me apoyen, que
juntos caminemos en pro de un cambio, que cumplamos el sueño de ustedes que también
es el mío. ¿Querían un futuro? Yo les estoy dando la oportunidad de que lo
puedan obtener”.
Julio hizo una pausa, respiró de manera profunda y con una voz tenue
dirigió la pregunta fundamental. -¿Están conmigo?
Los cuatro personajes seguían confundidos, veían en Julio a un tipo
delirante y que mostraba indicios de ser un esquizofrénico sin remedio. Pero
también, valoraban y apreciaban en él a un sujeto que no los había olvidado…que
los había devuelto a la vida.
-Yo te apoyo camarada- dijo con una voz aguda e imponente Bakunin.
-Cuenta conmigo- expresó Stalin mientras avanzaba hacia Julio para
saludarlo.
-Yo también voy- dijo Marx con cierta vanidad.
Todas las miradas se fijaron en Nietzsche, pero éste no les dio
importancia. No se le veía convencido y sobre todo daba la impresión de no
tener ni la mínima intención de convivir con ninguno de ellos.
Julio se acercó y habló con él durante largo rato. Al pasar los minutos,
Nietzsche fue cediendo en su actitud y sus gestos se fueron transformando hasta que por fin le extendió la mano al
profesor.
-Estamos completos- comunicó Julio al resto, mientras sonreía con orgullo.
III
Los cuatro líderes históricos reunieron a sus mejores hombres, logrando de
esta manera, formar un batallón de un número considerable y respetable. Julio
les había hecho ver que por ahora no se trataba de tomar las armas.
-Lo principal es que todos escuchen nuestro mensaje- repetía constantemente
el profesor, como tratando de que tal idea les quedara bien cimentada.
El fin de semana lo dedicaron enteramente a crear discursos y panfletos
donde señalaban los principales errores que había cometido la humanidad. El
objetivo para Julio Cabrera, era uno
solo: hacer conscientes a las personas de la decadencia en que se vivía.
Stalin fue el encargado de realizar el cronograma de actividades, entre las
que destacaban tomar las plazas públicas y boicotear a la prensa local.
Marx y Bakunin, elaboraron estrategias de discursos para persuadir de
manera efectiva a los ciudadanos; Julio hacía lo propio con el resto del
batallón. –Todos debemos estar informados de lo que somos- les explicaba como
si estuviera frente a su grupo de alumnos de la facultad.
Nietzsche se mantenía distante de todo el grupo, todo el fin de semana se
le pudo observar en un rincón solo y pensativo. Julio y el resto no lo
presionaron, sabían que tenerlo dentro del movimiento ya era bastante ganancia.
El lunes por la mañana, justo cuando iniciaban las actividades semanales,
Julio y su batallón se presentaron en la avenida principal de la ciudad.
Los automovilistas hacían sonar sus cláxones creyendo que era una
manifestación más, de las que estaban tan acostumbrados y a la vez hartos. Al
frente de la multitud se podía ver al profesor Julio Cabrera acompañado de Marx…se
dirigían a tomar la plaza pública.
IV
Bakunin subió al quiosco de la plaza. Desde ahí, pudo observar a cientos de
transeúntes que miraban atónitos lo que sucedía. El ruso anarquista tomó el megáfono
y con toda su experiencia inició su oratoria:
-“La mayoría de los hombres, no solamente en las masas populares, sino en
las clases privilegiadas e ilustradas igualmente e incluso con más frecuencia
que en las masas- expresaba con
tranquilidad, haciendo las pausas correspondientes- sólo se sienten tranquilos
y en paz consigo mismos cuando en sus pensamientos y en todos los actos de su
vida siguen fielmente, ciegamente, la tradición y la rutina”.
Un grupo de jóvenes que se encontraban a un costado de Bakunin comenzaron a
aplaudir efusivamente; tomó la palabra Marx y las congratulaciones se volvieron
a repetir; cuando Stalin terminó con su discurso y con ello se ponían fin también
al mitin, el grupo de jóvenes ya se había convertido en fiel seguidor del
batallón de Julio Cabrera.
Al medio día, la prensa local ya hablaba de unos tipos con barbas y
cabelleras largas; de Stalin, se
referían hacia él como un militar desconocido. ¿Qué buscan? ¿Es un movimiento
político?, ¿Estamos en peligro? Éstas y otras preguntas realizaron a su
auditorio cada uno de los líderes de los medios de comunicación.
Julio Cabrera por primera vez sintió que tantos años de espera habían
valido la pena. Pero no tenía tiempo de pensar en su excitación porque las
actividades no cesaron: tertulias en cafés, conferencias en diversas
universidades, mítines, encuentros con obreros y un sinfín de acciones
emprendidas.
Stalin decidió que lo mejor era dividirse, para de esta manera, no dejar
ninguna actividad inconclusa.
-Bakunin, tú y tu gente irán con la
prensa; Marx te encargo que movilices a los sectores obreros; Nietzsche, tú
trabajo es desengañar a los feligreses católicos- todo lo indicó con tal
precisión, que no hubo ninguna objeción, ni siquiera de Nietzsche que hasta ese
momento era el menos entusiasta.
La fama y el impacto social que provocaron en un par de días orillaron al
gobernador, (mismo que ya sentía en peligro su poder después de escuchar tales
discursos subversivos) a llamar por teléfono a Julio Cabrera.
-Julio, estoy impresionado por la fuerza de tu movimiento- dijo en un
inicio con tono amigable.- Me gustaría platicar con ustedes, se que dialogando
podremos encontrar alguna ruta en común.
-Sea honesto gobernador. ¿Qué quiere?- respondió Julio serio, con una voz
franca que invitaba a dejar la cordialidad hipócrita a un lado.
-Quiero que nos arreglemos de alguna manera para que paren la situación,-
su voz se tornó fría y calculadora- estoy dispuesto a ceder y negociar con tal
de que desaparezcan de mi vista.
Julio respiró profundamente y con una risa malévola, contestó:
-Mañana a primera hora estaremos en su oficina.
Esa misma noche, Bakunin apareció en el noticiero de televisión más visto por la ciudadanía.
-“Hubo un tiempo en que la prensa radical estaba orgullosa de representar
las aspiraciones del pueblo. Ese tiempo ha pasado. Es por esa razón que
nosotros hemos decidido tomar el mando…mañana a primera hora estaremos reuniéndonos
con su gobernador, con el único fin de representarlos a ustedes”- después del
anuncio que dejó a todos estupefactos, sin más, el ruso salió del estudio.
Julio Cabrera no tenía ningún interés
en negociar con el gobernador, lo tenía claro como el resto del batallón. Todos
sabían que era la oportunidad de dar un salto fundamental a través de una sola
acción: ridiculizar en cadena nacional al Estado.
V
A primera hora y con miles de seguidores
por detrás, aparecieron en palacio de gobierno, lo que hasta ese momento
se había convertido en el movimiento con más simpatizantes en el país. Julio,
Bakunin, Marx, Nietzsche y Stalin llegaron al inmueble en medio de alaridos de
apoyo.
Antes de ingresar, un periodista logró situarse frente a ellos; y sabiendo
que solamente podría realizar una pregunta la dejó escapar sin pensarla
demasiado:
-¿Y cuál es ese cambio que proponen? Preguntó de forma nerviosa el
reportero.
Julio, Bakunin, Marx, Nietzsche y Stalin se miraron unos a otros…no
supieron que responder.
VI
“No tenemos nada que negociar con usted” gritó en medio de la reunión el
profesor Julio. Tenía miedo. La pregunta del periodista lo mantenía inquieto y
con un nerviosismo que no era capaz de controlar. El gobernador se dio cuenta
de ello.
Al salir de palacio de gobierno, evadieron a la prensa e ignoraron a sus
seguidores. Julio Cabrera los urgió a una reunión dentro de su departamento. “No
puede esperar más” les dijo casi en tono de orden.
El único tema a tratar dentro del departamento, era responderse que coños
era lo que proponían. -¿Qué cambio queremos implantar?- preguntó el profesor
Cabrera con una porción de desesperación.
Las diferencias se hicieron evidentes. Marx hablaba de una dictadura del
proletariado; Bakunin proponía la abolición del Estado; Stalin pretendía un
comunismo con una disciplina excesiva; Nietzsche exponía que solamente
existiera una sola raza, algo como “El super hombre” lo llamaba.
Julio Cabrera se encontraba confundido. No sabía con que teoría casarse.
-¿Acaso no hay manera de ponernos de acuerdo?- los cuestionó con un semblante
de suplica.
Pero las imploraciones de Julio Cabrera fueron inútiles. Nadie estaba
dispuesto a ceder. A las 3 de la mañana se decidió que por ahora seguirían
trabajando de la misma manera. “Que el tiempo nos aclare las ideas” había
dictaminado el docente.
VII
Las diferencias se convirtieron en rivalidades personales y se notaba hasta
en los detalles más absurdos. En las
manifestaciones Marx quería entonar “La internacional”, mientras que Bakunin
buscaba vociferar a todo pulmón “Hijos del pueblo”; Stalin pretendía
uniformarlos a todos, cosa que por supuesto no agradó a nadie; Nietzsche solamente pensaba
en boicotear iglesias; y Julio comenzaba a gritarles a todos.
En las conferencias dentro de las universidades, más que exponer ideas, terminaban siendo batallas dialécticas. Bakunin
le señalaba a Marx que la libertad sólo puede ser creada por la libertad y no a
través de ningún tipo de dictadura; éste a su vez le respondía que era un
bastardo que no comprendía de que se trataba el poder colectivo.
Nietzsche definitivamente se aíslo, no participaba ni con la presencia en
ninguna actividad. “No puedo estar con una raza inferior” expresaba
constantemente.
La deformación también alcanzó a sus seguidores; cada vez se presentaban
menos personas al llamado de Julio o de cualquier miembro del batallón.
Julio perdió fuerza cuando se dio cuenta que de ser una amenaza para el
poder, pasó a ser la burla de ellos.
-Olvídate de negociar fracasado- le dijo soberbiamente el gobernador.
VIII
Era de madrugada ya, cuando Julio Cabrera decidió abrir el libro en blanco.
Sin consentimientos mandó al demonio todo. “Gracias por nada” exclamó mientras
depositaba a cada uno de los integrantes dentro de las páginas vacías.
Cuando vio terminada su misión, abrió la ventana de su departamento ubicado
en el último piso del edificio; y con el rostro iracundo arrojó el libro
mientras gritaba frenéticamente: -¡Inútiles, nunca sirvieron para nada!
Julio Cabrera cerró los ojos buscando tranquilizarse. Momentos después se
le vino a la mente aquél chico que le increpó para decirle que en estos tiempos
de nada servía aprender “El capital” de Marx.
Eso le hizo recordar que debía intentar descansar…mañana era lunes y
regresaría a la Facultad de Filosofía a
impartir las clases de siempre.