Víctor Ruiz
¿Quién dijo que ser periodista
combativo era fácil? Yo no soy periodista, pero me imagino esa ardua labor de
contenerte a todo momento. Cuántas veces el periodista combativo no resiste las ganas de escupir o mentarle la
madre al político/funcionario en turno. Yo diría que a diario. Pero es así, el
periodista combativo tiene que fingir cada mañana al llegar con sus colegas. Se
trata de saludar y sonreír aparentando que perteneces al grupo. Nada de ideologías
o planes guerrilleros, cualquier error podría levantar sospechas ante el
colectivo. Dicho en otras palabras, se tiene que llevar una doble vida: por las
mañanas aparentar que eres como ellos, pasar desapercibido mientras actúas que persigues
la nota y hacer creer que nada te importa más en el mundo que escuchar la
declaración del gobernador; por las noches, hablas de revolución, de sus pasos
graduales y justificas el por qué a este sistema se le debe hundir (con todo y
sus periodistas, claro está).
Pero hay una cosa todavía peor
para el periodista combativo: las protestas. Nada le causa más frustración e
impotencia que hallarse en medio de ambas partes. Ni con los policías ni con
los inconformes. El periodista es tan gris que siempre pretende estar en medio
de todo. Al final, lo único que consigue es estorbar y generar informaciones distorsionadas a
través de las frases más insulsas, antiguas y dañinas: “¡Un grupo de desadaptados
sociales!”, “¡Pseudo estudiantes agredieron a la policía!”, “¡Otra vez los
maestros secuestraron la ciudad!”. El periodista combativo, en cambio, sabe
bien que su lugar no es en las plumas baratas, sino atrás de la barricada,
justo donde las manos hacen de las piedras un mecanismo de defensa.
No suficiente con todo esto, el
periodista combativo tiene que soportar ver a sus compañeros convertidos en auténticos
héroes sociales, siempre dispuestos a ofrecer su caridad a los que menos tienen.
Convencidos de que fueron elegidos por entes celestiales, los periodistas salen
en busca de la tragedia para asegurarse que la miseria de los otros salga
perfectamente a cuadro. Una lagrimita por acá, un poco de suciedad en el rostro
del niño y de fondo una casa de cartón que con trabajos pueda sostenerse. Ahora
sí: 3, 2, 1… ¡Estamos al aire! Claro que el efecto caritativo solamente dura tres minutos, pues
agregarle más tiempo a la nota resultaría cansado para el televidente.
Ya sé, ya sé, algunos de ustedes
me dirá que los periodistas también defienden sus derechos, que inclusive han
marchado gritando todos juntos “¡Sí a la libertad de expresión!”. Sólo hay un
detalle que obviaron los tan comprometidos agentes de la información: antes que
cualquier otra cosa, se debe velar por la libertad individual de pensamiento y
de elección. Y a no ser que sean masoquistas, no creo que hayan optado gustosamente
por los salarios bajos, los contratos (si es que los hay) eventuales, la ausencia
de servicios de salud y vivienda, y por supuesto las excesivas horas de
trabajo. Si no eligieron todo esto, seguramente la indignación está desviada.
El periodista combativo es una
especie en extinción. Dicen que hace siglos, cuando las revoluciones vivían en
las mentes y los corazones de las personas, había un grupo que combatía con las
plumas y el papel. Esos personajes, cuentan, jamás se codeaban con el poder.
Relatan, que muy al contrario de lo que sucede ahora, los periodistas
combativos caminaban junto a los oprimidos. Nunca al frente y nunca atrás.
Siempre a un costado, tal como lo dicta la buena amiga llamada “Solidaridad”.
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