Víctor Ruiz
Si alguien podía hacer que el candidato
Eliseo Rubirosa llegara a la gubernatura del estado era él: Juan Mejía.
Autonombrado como periodista pionero de la vieja guardia, Juan había
extorsionado a cuanto político se había atravesado por su mirada y sus letras.
Por supuesto que su trabajo y
trayectoria no figuraban en los manuales de ética periodística. Su nombre,
tenía más un acomodo y resonancia en las Escuelas de Periodismo. Año con año,
los profesores citaban ante las nuevas generaciones el caso de Juan Mejía como
un ejemplo de “lo que no se debe hacer” en el mundo laboral.
De poco servían las insistentes
peyorativas emitidas por los periodistas jubilados enclaustrados en un aula,
pues al egresar, el 90 por ciento de los nuevos comunicadores más temprano que
tarde se convertían en adeptos a la escuela “Mejista” que Juan había conformado
involuntariamente.
Estos imberbes periodistas
seguían al pie de la letra los consejos y acciones que hacía Juan en su vida
diaria. Tomado como un ejemplo de éxito en el mundo de los medios de
comunicación, los más jóvenes se convertían en torpes imitadores de su legado: sin
ningún colmillo, se acercaban a los funcionarios para pedir dinero aunque no
supieran explicar a cambio de qué; privilegiaban la información que tuviera de
por medio un desayuno o comida; solían hacer bromas todos los días en relación
a recibir “chayote”; pero sobre todo, se congregaban por las noches en el mismo
bar para mezclar alcohol y cocaína.
Los que se negaban a formar parte
de este círculo, ya sea por convicción moral o política, terminaban trabajando prácticamente
en la clandestinidad con el respaldo de medios pequeños a los que nadie acudía.
Algunos más, optaban por emigrar a otras ciudades o países en busca de algo que
les dignificara la profesión, mientras que otros se asumían como vencidos por
el sistema y dedicaban su vida a cualquier otra cosa que nada tuviera que ver
con la prensa.
Si alguno de estos disidentes
corría con suerte, su porvenir se establecía en las aulas de las universidades
que tenían dentro de su plan de estudio las carreras de Periodismo y
Comunicación. Sí, sin darse cuenta se convertían en descendentes mensajeros de
aquellos profesores que en años anteriores habían despotricado frente a sus
ojos sobre el modus operandi del llamado Cuarto Poder.
Todo esto lo sabía Eliseo
Rubirosa. Y lo sabía tan bien porque él mismo había sido víctima de las artimañas
de Juan Mejía. Cuando comenzó a figurar y a trascender en la política local, el
periodista le siguió cada huella que dejó y como era de esperarse, no tardó en
encontrar lodo en su camino.
Al inicio, la extorsión le
parecía algo que tenía que ser denunciado ante las autoridades y dado a conocer
a los ciudadanos. Dentro de los pocos principios que todavía resguardaba como
parte de su formación dentro de los cuadros del partido, resaltaba la nula
tolerancia a la injusticia. Era inadmisible, pensaba, que alguien pretendiera ponerle
precio a su vida y con ello a sus escándalos.
Pero con el tiempo y los
reflectores, Rubirosa entendió las ventajas que tenía esta dinámica reporteril.
Una docena de notas mensuales e información manipulada por parte de Juan Mejía,
permitieron que el político primero llegara a obtener una diputación, luego pasara
a ser alcalde de la ciudad y tras una intensa campaña mediática a su favor, se
había convertido en el primer presidente municipal en ser reelegido por la
ciudadanía.
Eliseo Rubirosa era consciente que
al tener a Juan Mejía de su lado la victoria electoral estaba garantizada. No
es que Juan contara con grandes estrategias informativas o que trabajara para
la agencia de noticias más importante del estado. La clave estaba en que, al
igual que la política, dentro del gremio de reporteros y medios de comunicación
no existía una oposición firme que fuera capaz de hacer un periodismo diferente
al que ejercía Mejía.
Rubirosa, sabía pues, que en los
próximos dos meses de campaña no sería investigado ni cuestionado sobre su
pasado turbio. Su llegada a la gubernatura sería como tener un día de campo. Tanto
le debía el político al viejo periodista, que en un ataque de generosidad,
decidió que éste merecía más. A su llegada al poder, sin pensarlo, Juan Mejía
sería nombrado su Secretario de Gobierno.