Víctor Ruiz
-¿Qué es lo que más aprecias de la
vida?
-La música, respondí. No traiciona,
siempre me acompaña, a veces me ha salvado.
(José Agustín, “Dos horas de sol”)
Cuando Joe Strummer se encontró de frente en el lugar donde posiblemente
fusilaron a Federico García Lorca en Víznar, España, logró cumplir una de sus
promesas que se había hecho años atrás: fumar un porro ante la tumba del poeta.
En ese mismo instante se hizo una nueva promesa: escribir una canción que se
llamaría “Lorca” y que hablaría de esa tarde, de la voz de los muertos y del
silencio que se sentía en el lugar. La vida no le alcanzó para cumplir el
trato.
Alguna vez leí que la tragedia que provocó la desaparición de The Clash
radicaba precisamente en que ya nadie llenaba el silencio que dejó Joe Strummer
y sus compañeros de banda. Como si leyeran el futuro, The Clash presagió una y
otra vez la indiferencia de las bandas ante las atrocidades mundiales. Así lo
demostraba Joe Strummer en la canción Withe Man (In Hammersmith Palais): “Los nuevos grupos no se ven afectados/ no
se preocupan por aprender/ consiguieron trajes de Burton/ piensan que es
divertido convertir el dinero en rebelión”.
Escuchar a The Clash 35 años después, tiene que ser un acto de
reivindicación para no perder la mayor
herencia que regaló Joe Strummer al rock: la voz.
“De repente éramos cuatro sujetos
con guitarras queriendo cambiar el mundo” dijo alguna vez en algún documental Strummer tratando de definir
lo que era The Clash. Siempre caracterizado por hacer de la música un mensaje
de revolución y de ideales, Joe fue muy cercano a las causas sociales; su
interés por lo que sucedió en la guerra civil española y el apoyo a los sandinistas
en Nicaragua son ejemplo de ello.
En el mundo siguen existiendo las guerras, las desigualdades, la pobreza,
el abuso de poder, el egoísmo, la policía, los bancos mundiales, las prisiones,
las reformas violentas, los marginados y todo aquello que nos aleja del ser
humano. Evaristo Páramos lo dice de mejor manera: “Lo único que ha cambiado del mundo es que no ha cambiado nada”. Solamente
existe una cosa que sí es diferente: ya no está un Joe Strummer para seguir gritando
las ignominias de la vida diaria.
Cada vez son menos las bandas que llevan en su música un reclamo ante las miserias de la sociedad; pero en
cambio, proliferan los grupos de rock temerosos, los que viven preocupados de
que la industria no los margine y termine erradicándolos del mundo de sus
negocios. Ante esto, las agrupaciones han optado por ceder lo más valioso: su
libertad. Y todo para que unas gentes poderosas tengan el control total sobre
su música.
Por lo pronto, yo seguiré cumpliendo mi promesa de escribir y rendir tributo cada año a The Clash, la banda de rock más libertaria que mis oídos hasta ahora han escuchado. Sigo pensando que de algo tiene que servir seguir siendo un Clash en pleno caótico 2012, o por lo menos, funciona para caminar hacia la búsqueda de encontrar como decía Joe Strummer: “Un futuro en el que el mundo sea un lugar menos deprimente de lo que ahora es”.